viernes, 12 de junio de 2015

LA LLAMA DE AMOR VIVA DISIPA OBSCURIDADES

¿Qué ponemos hoy en presencia de la «llama de amor viva»?. Con la ayuda de María, Nuestra Madre, ponemos hoy, con sinceridad y verdad, nuestra realidad humana concreta a luz del Sagrado Corazón, victorioso sobre el pecado y sobre la muerte. Predisponernos a recibir la Luz de Cristo significa «vencer miedos», «confiar en Él» y «ponernos en su Camino». Dos llagas profundas y devastadoras pueden obstaculizar esta predisposición de los corazones de las personas. Son el odio y la envidia, escondidos ambos en los humanos recovecos de las profundidades del corazón, a la manera de lo que el místico y poeta San Juan de la Cruz llamó «las profundas cavernas del sentido». Esas cavernas (intuición poética, quizá, del psiquismo profundo) necesitan de luminosidad y sólo pueden ser iluminadas por «la llama de amor viva» del Resucitado.San Juan de la Cruz dice a la «llama de amor viva» unas hermosas y verdaderas palabras, de las cuales mencionaré sólo algunas:

“ ¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
(…)Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!”

Lenguaje hermoso y muy profundo. Penetra en el alma, ¿no es cierto?. Nos dice el poema inspirado que si «el sentido» no se deja iluminar, sigue oscuro y ciego. En cambio, el permitir que los resplandores de Cristo nos iluminen hace que la cadena de ADN de la envidia y el odio se vea bloqueada. Si fluyen, en cambio, comienzan las desgracias. Por ejemplo, una fluencia del odio suele aparecer en el juicio despiadado sobre los demás, el cual, exacerbado, puede llevar a quienes debieran tratarse como hermanos a devorarse los unos a los otros, de lo cual trató San Pablo en su carta a los Gálatas. Puede llegar incluso a hacer perder todo freno moral.
En cuanto a la envidia, para verla desde un lado del cual no solemos mirarla, sería conveniente que la consideráramos en tanto que, primero, produce la conmoción destructiva del propio envidioso, el cual pierde por completo la paz. Desde esa perspectiva, este pecado capital es un tormento en primer lugar para quien la padece, como el gran Tucídides lo afirmaba en la Antigüedad: “Todos los tiranos de Sicilia no han inventado nunca un tormento mayor que la envidia.” En el mismo sentido menciona el tema el Catecismo de la Iglesia católica, citando al respecto al gran Obispo San Juan Crisóstomo.

Por el contrario, seguir el camino de la luz del Resucitado, esto es, la «Regla de Oro», síntesis del comportamiento del discípulo de Cristo significa: «Lo que ustedes quieren que los hombres les hagan a ustedes, también ustedes háganselo a ellos». Significa también: «No condenen y no serán condenados» (Lc 6, 37), pero esto en manera ninguna con la significación de dar vía libre a la injusticia o la impunidad, sino en el sentido de evitar los juicios despiadados e inmisericordes sobre las personas, esos que apelan a la venganza, y engendran una cadena sin fin de odio y, por ende, una escalada de venganzas. Antes bien, es la «Regla de oro del Evangelio» la que debería imperar en nuestras familias y comunidades.

Palabras de Monseñor Sarlinga durante la consagración de nuestra diócesis de Zárate-Campana al Sagrado Corazón de Jesus en mayo del 2009.

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