jueves, 29 de marzo de 2012

Monseñor Oscar Sarlinga completa el ciclo 2012 de ordenación de diáconos permanentes el diócesis

Misa de ordenación diaconal Diaconado Permanente

Diócesis de Zárate-Campana

La "junta pastoral" de la diócesis de Zárate-Campana expresa su acción de gracias a Dios por el aumento, perseverancia y santificación de las vocaciones sacerdotales en la diócesis (en nuestro Seminario "San Pedro y San Pablo"), también de las vocaciones religiosas y consagradas (restablecido el "ordo virginum"), y no menor en el ámbito pastoral, conforme a las normas de la Iglesia católica, el afianzamiento del diaconado permanente en la diócesis, tanto casados (18) y con hijos e incluso nietos, como célibes (2). El mayor compromiso del laicado, la pastoral familiar, la Caritas y la catequesis han hecho profundizar también las vocaciones específicas, y la puesta en valor de la vida consagrada.

Luego de la ordenación de los Rev. Diác. Pedro Bruno y Sergio Pandiani, el día 17 en la iglesia catedral, el  domingo 25 ppdo. a las 11 tuvo lugar la celebración de ordenacional diaconal del acólito Darío Arreguy, de la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, del barrio llamado "Peruzzotti" en la ciudad de Pilar. Nuestro hermano Darío Arreguy, casado, con hijos y nietos, habiendo concluido un tiempo atrás la formación de más de 4 años en la Escuela diocesana de Ministerios, fue ordenado diácono permanente por S.E. Mons. Oscar Sarlinga, nuestro Obispo, y adscripto a la jurisdicción parroquial de la misma parroquia mencionada, cuyo cura párroco, Pbro. Lic. Fernando Crevatin, presentara años atrás al Obispo al entonces candidato al sagrado Orden del diaconado.

La familia del Diác. Darío (él mismo un trabajador, y un católico comprometido con la catequesis, con la pastoral parroquial, con los enfermos y la caridad social) es voluntaria en lo concerniente a la pastoral de la Iglesia, en la parroquia y en la diócesis. Su Sra. esposa catequista de alma y coordinadora en lo pastoral ("pilar de la catequesis en Pilar", la llamó Mons. Oscar Sarlinga durante su homilía) y sus hijos son católicos y respetadas personas.

La parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, que estaba erigida desde el 2000 pero no contaba con templo (para lo cual fungía un salón parroquial) ha visto el progreso de la construcción del mismo, al punto que se halla casi terminado y ya su torrecilla con su cruz se eleva sobre el barrio "Peruzzotti" de clase trabajadora, en el populoso partido de Pilar, uno de los más expresivos de la heterogeneidad social de la Argentina. Dada su próxima conclusión, el Obispo, como suele hacerlo con los nuevos templos, donará el altar y el presbiterio, y asimismo ya envió a dicha iglesia de Nuestra Señora de las Gracias la artística cruz de madera que estaba en su oratorio episcopal y que ahora se halla suspendida sobre el el provisorio altar del templo por concluir, donde se celebra ya el culto de modo ordinario desde algunos meses.
Concelebraron en el sagrado rito numerosos sacerdotes tanto de Pilar como de Campana y Zárate, entre los cuales el vicario general, Mons. Edgardo Galuppo, el provicario y rector del Seminario (y director de la Escuela de ministerios) Mons. Santiago Herrera, el decano de Pilar, Pbro. Oscar Iglesias, Mons. Ariel Pérez, el Pbro. Hugo Acuña (cura párroco de Manzanares) y otros sacerdotes, también del clero religioso, así como asistieron la casi totalidad de los diáconos permanentes actuales. Numerosos seminaristas que realizan su pastoral de fin de semana en las parrroquias de donde asistieron los curas párrocos estuvieron también presentes. El Pbro. Fernando Crevatin presentó al candidato a recibir el sagrado orden del diaconado al inicio de la misa.

El obispo centró su homilía en la vocación consagrada, la importancia de ver las vocaciones específicas, tales como el diaconado permanente, y lo fundamental de promover las vocaciones sacerdotales, lo cual siempre encarga también a los diáconos, que lo han asumido con amor y dedicación. De hecho, en las emotivas palabras al fin de la misa, junto con el agradecimiento al Señor, a la Iglesia, al Sr. Obispo, a su querida familia, el neo-diácono expresó su renovado compromiso ante Dios por los más pobres, los enfermos, la Liturgia, la caridad social y muy especialmente la promoción de las vocaciones sacerdotales.

Recordamos ahora algunos trazos de nuestro Plan pastoral (centrado en la "nueva evangelización") al respecto:

Nuestro Plan Pastoral delinea los trazos más salientes del diaconado permanente en la diócesis. Es un Plan abierto a concreciones, y de hecho ya han comenzado a realizarse las consultas para su revisión en el año 2012, como estaba previsto.  A comenzar desde el Espíritu, esto es, en promover entre los ministros ordenados una profunda experiencia de Dios que alimente el seguimiento e imitación de Cristo «Buen Pastor». El diácono permanente ha de fomentar de modo también «permanente» una mayor vivencia de la comunidad católica, e impulsar la Nueva Evangelización como la entiende la Iglesia, viviendo el ministerio ordenado desde la perspectiva de la caridad pastoral, así como reavivar con la gracia de Dios el carisma recibido, a través de una sólida formación permanente.

El Obispo como Sucesor de los Apóstoles ordena diáconos permanentes, después de un previo discernimiento vocacional, principalmente a través de la Escuela del Diaconado Permanente,  una vez comprobadas tanto la idoneidad y formación para este ministerio como la vinculación con la comunidad (que es esencial), y en razón de las necesidades de las diócesis.  Es la diócesis la que está llamada a crear concretamente los espacios necesarios para que los diáconos colaboren en la animación de servicios pastorales, detectando y promoviendo líderes, y estimulando la corresponsabilidad de todos, en la comunión jerárquica y orgánica, para una cultura de reconciliación y solidaridad.  No podríamos olvidar la dimensión misionera de los diáconos permanentes, pues ha sido uno de los ejes fundamentales de nuestra organicidad pastoral. Estos ejes son  la comunión y la misionariedad, y han dado tanto fruto tanto en las misiones diocesanas como en  las misiones populares en las parroquias, y aquéllas emprendidas por asociaciones de fieles y movimientos. Lamisionariedad fructifica cuando hay comunión, por ello, el Obispo y los sacerdotes, en este aspecto que estamos considerando, han de acompañar a los diáconos permanentes en su proceso formativo y de santificación y en el ejercicio de su ministerio, integrándolos activamente en la vida pastoral y fraterna, esto es, en una «fraternidad del Orden Sagrado», en un espacio de verdadera fraternidad, que es obra del Espíritu Santo.  Nuestro Obispo solicita a menudo a los diáconos permanentes casados el mantener siempre un gran equilibrio con respecto al tiempo que le dedican a su familia, a su trabajo y a su ministerio, y que sean ejemplos vivos de la unidad y amor familiar en sus hogares.

¿Qué es el diaconado permanente?

El sacramento del ministerio apostólico comporta tres grados. De hecho «el ministerio eclesiástico de institución divina es ejercido en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llaman obispos, presbíteros, diáconos»(Conc. Ecum. Vat. II, Const. Dogm. Lumen Gentium, 28) Junto a los presbíteros y a los diáconos, que prestan su ayuda, los obispos han recibido el ministerio pastoral en la comunidad y presiden en lugar de Dios a la grey de la que son los pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno.(Cf. ibidem, 20; C.I.C., can. 375, § 1.)La institución diaconal floreció, en la Iglesia de Occidente, hasta el siglo V; después, por varias razones conoció una lenta decadencia, terminando por permanecer sólo como etapa intermedia para los candidatos a la ordenación sacerdotal.El Concilio de Trento dispuso que el diaconado permanente fuese restablecido, como era antiguamente, según su propia naturaleza, como función originaria en la Iglesia.(Cf. Concilio de Trento, Sesión XIII, Decreto De reformatione, c. 17: ConciliorumOecumenicorum Decreta, ed. biligue cit., p. 750.) Pero tal prescripción no encontró una actuación concreta.El Concilio Vaticano II determinó que «se podrá restablecer el diaconado en adelante como grado propio y permanente de la Jerarquía... (y) podrá ser conferido a los varones de edad madura, aunn casados, y también a jóvenes idóneos, para quienes debe mantenerse firme la ley del celibato», según la constante tradición.( LG 29) Las razones que han determinado esta elección fueron sustancialmente tres: a) el deseo de enriquecer a la Iglesia con las funciones del ministerio diaconal que de otro modo, en muchas regiones, difícilmente hubieran podido ser llevadas a cabo; b) la intención de reforzar con la gracia de la ordenación diaconal a aquellos que ya ejercían de hecho funciones diaconales; c) la preocupación de aportar ministros sagrados a aquellas regiones que sufrían la escasez de clero. Estas razones ponen de manifiesto que la restauración del diaconado permanente no pretendía de ningún modo comprometer el significado, la función y el florecimiento del sacerdocio ministerial que siempre debe ser generosamente promovido por ser insustituible.Pablo VI, para actuar las indicaciones conciliares, estableció, con la carta apostólica «Sacrumdiaconatusordinem» (18 de junio de 1967),(AAS 59 (1967), 697-704) las reglas generales para la restauración del diaconado permanente en la Iglesia latina. El año sucesivo, con la constitución apostólica «Pontificalisromanirecognitio» (18 de junio de 1968),(AAS 60 (1968), 369-373) aprobó el nuevo rito para conferir las sagradas órdenes del episcopado, del presbiterado y del diaconado, definiendo del mismo modo la materia y la forma de las mismas ordenaciones, y, finalmente, con la carta apostólica «Ad pascendum» (15 de agosto de 1972),(AAS 64 (1972), 534-540) precisó las condiciones para la admisión y la ordenación de los candidatos al diaconado. Los elementos esenciales de esta normativa fueron recogidos entre las normas del Código de derecho canónico, promulgado por el papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1983.(Los cánones que hablan explícitamente de los diáconos son una decena: 236, 276, § 2, 3o; 281, § 3; 288; 1031, §§ 2-3; 1032, § 3; 1035, § 1; 1037; 1042, 1o; 1050, 3o.)


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sábado, 24 de marzo de 2012

Mensaje del Obispo Mons. Oscar Sarlinga para la Jornada del Niño por nacer

Mensaje de Mons. Oscar Sarlinga a la diócesis para la Jornada del Día del Niño por Nacer 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Como hemos venido haciéndolo desde años, celebramos la Jornada del Niño por Nacer, esta vez en vísperas del 25 de marzo, en la iglesia co-catedral de la Natividad del Señor, junto con la Legión de María y la delegación de Pastoral de Juventud y la Delegación de Misiones. Nos alegramos de la participación diocesana, en la cual destacan las familias, para esta festividad de la Anunciación a María Santísima por parte del arcángel, la cual nos manifiesta el “gesto divino”, como otras veces lo hemos llamado, de la pura gracia y la respuesta purísima de parte de la Virgen: el “Sí” que nos dio la redención, haciendo posible para nuestra humanidad el inefable misterio de la Encarnación, por obra del Espíritu Santo.
En diversas naciones, por disposición de las Conferencias Episcopales, y en nuestro país también a norma de ley, se celebra esta Jornada, que es en última instancia la Jornada de la dignidad humana, en visión complexiva que nos transmite el Concilio Vaticano II en su constitución Gaudium et spes, a saber, que «es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar (…) el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad» .
Con renovado amor por todos nuestros hermanos y hermanas, y en especial para con quienes sufren, y también con alegría interior, renovamos asimismo nuestra conciencia acerca de nuestro derecho y deber moral de respetar, promover, defender, la dignidad de vida humana en todas sus fases, desde la fase del niño por nacer hasta la del anciano y el muriente. Quisiéramos destacar, con una mirada prospectiva y, desde ese punto de vista, profética, que lo plenamente humano que se refiere a la dignidad de la vida humana naciente posee a la vez una dimensión en la cual dicha plena dignidad de la vida humana resplandece en lo cristiano, pues Él, el Hijo de María, el Hijo del Altísimo, es nuestro Hermano Mayor, nuestro Guía y también “médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que ha querido que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación” .
Ser persona es la manera que tiene el ser humano de existir, de ser. Por ello lo es desde el primer instante de su existencia. Al mismo tiempo, la persona es “ser personal” “con otros”, y estos otros, nosotros, somos también responsables ante ella, hemos de acogerla con amor. Fácil es decirlo o predicarlo, mucho más difícil es realizarlo, sobre todo en circunstancias lacerantes que nadie ignora.
Por ello, porque es más fácil “decir” que “ponerse al servicio” (aunque siempre la palabra esclareciente es también un servicio) pienso que las presentes circunstancias pueden servirnos a los cristianos todos, y tantísimas personas de visión trascendente, para un profundizado examen de conciencia acerca de nuestro compromiso, de nuestra acción al respecto del cuidado de la vida humana en todos sus etapas, lo cual nos presentara el Beato Juan Pablo II en los inicios de su pontificado como uno de los desafíos humanos y pastorales con que nos encontraríamos en el entonces adviniente inicio del Tercer Milenio: “Es acerca del primordial derecho a la vida que, en el alba de este tercer milenio, la entera sociedad encuentra el deber de realizar el examen de consciencia, no para cargar fardos sobre los hombros de otros, ni para provocar agravios de pena a quien ha sido ya probado, sino por el deber que tiene, en bien de sí misma, de mirar hacia adelante en dirección al futuro. Entre los signos de “caducidad” de nuestro tiempo, el cual ha progresado, pero que se halla necesitado de redención, cito la «deficiens reverentia erga vitam nondum natorum» (falta de respeto hacia la vida de los todavía no nacidos)” .
Precisamente por la dignidad intrínseca de la vida humana, el Concilio ya se refería a que “(…) los actos mismos, propios de la vida conyugal, ordenados según la verdadera dignidad humana, deben ser respetados con gran estima” .
Por su parte, en la Vigilia por la Vida Naciente que convocó para toda la Iglesia el Papa Benedicto XVI, junto con su visión trascendente y específicamente cristiana, también nos aportó algunas razones naturales acerca del tema que abordamos. En efecto, en esa oportunidad Benedicto XVI también recordó que "(…) sobre el embrión en el vientre materno, la ciencia misma muestra la autonomía que lo hace capaz de interactuar con la madre, la coordinación de los procesos biológicos, la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así lo ha sido Jesús en el vientre de María; así lo ha sido cada uno de nosotros en el vientre de la madre" .
Por este motivo, con sentido constructivo, con paz, con diálogo y con convicción, presento a la reflexión de ustedes este sencillo mensaje a los fines de recordar en todas las parroquias, asociaciones de fieles, movimientos e instituciones católicas, también en el ámbito del diálogo ecuménico e interreligioso en distintas iniciativas que se están realizando, la importancia de celebrar de corazón la vida humana, así como trabajar intensa y dedicadamente por su tutela integral, prodigando más de nuestro esfuerzo y entrega generosa, por el niño “por nacer” y por el niño nacido, haciéndonos eco de la enseñanza del Beato Juan Pablo II en su primera visita a la ONU, cuando dijo que “(…) este cuidado de la vida del niño por nacer, y, a continuación, del niño en sus años de infancia y de su juventud, marca la pauta de calidad relacional en la sociedad humana” .
En la Anunciación, la Virgen que devino Madre por obra del Espíritu Santo Divino, nos ayude y acompañe, y en especial proyecte con su intercesión la luz de Cristo sobre aquellos que más sufren y quienes padecen más necesidad, y los más necesitados de nuestra oración.

Con afecto pastoral,


+Oscar Sarlinga
Para las vísperas de la Anunciación del Señor, año 2012

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notas:
1 CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 51. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes (7 dicembre 1965), n.3.
2 CEC, 1421.
3 JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), n.8 = EncVat 6/1190
4 CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 51. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes (7 dicembre 1965), nn.27. 51.
5 BENEDICTO XVI, Celebración de la Vigilia por la Vida Naciente, Basílica de San Pedro, 2010.
6 JUAN PABLO II, Allocuzione all’assemblea generale delle Nazioni Unite, (2 de octubre 1979), n.21 = AAS 71(1979) 1159 = EncVat 6/1758.
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martes, 20 de marzo de 2012

Dos nuevos diáconos permanentes para la diócesis de Zárate-Campana

Iglesia catedral de Santa Florentina, sábado 17 de marzo, a las 19 horas.

Ordenaciones diaconales en la diócesis
La dimensión familiar del diácono permanente ejerce una incidencia fundamental en la promoción de la vocación universal a la santidad (vocación cristiana) a las vocaciones específicas en la Iglesia, y en especial de las vocaciones sacerdotales. Uno de los signos de la autenticidad del redespertar de las vocaciones al diaconado permanente es que se dé de par con un rederspertar y crecimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Nuestro Obispo diocesano, Mons. Oscar Sarlinga, ordenó diáconos (permanentes) a los acólitos Pedro D. Bruno y Sergio Pandiani, incorporados a la comunidad parroquial de Santa Florentina (parroquia y catedral) de Campana. Los ordenados fueron acompañados de sus respectivas esposas, hijos e hijas, familiares, amigos y feligresía en general, con una notable asistencia de jóvenes, entre otras cosas debido al compromiso en la pastoral juvenil y misionera de los jóvenes hijos e hijas de los actuales diáconos. Los padres del diácono Pandiani también asistieron, y en general la celebración se dio en medio de la alegría de la comunidad de la iglesia catedral, que en los últimos años ha tenido la gracia de asistir a numerosas ordenaciones, en especial de presbíteros.
Ambos diáconos realizaron su debida preparación conforme a la Ratio en la escuela de ministerios de la diócesis, cuyo director es Mons. Dr. Santiago Herrera, también pro-vicario general y rector del Seminario, con la colaboración de numerosos profesores de entre destacados miembros del presbiterio diocesano, también muy formado. Gracias a Dios asistimos a un crecimiento e incluso florecimiento de vocaciones específicas dentro de nuestra Iglesia particular. Una de ellas es el diaconado permanente, y no menos lo son las distintas vocaciones específicas dentro del laicado, sin olvidar que la misión del laico es “consagrar el mundo”, con la palabra y el testimonio en medio de las realidades cotidianas (como lo dice la introducción de la Christifideles laici, de Juan Pablo II). Participaron de la celebración numerosos sacerdotes, entre los cuales Mons. Edgardo Galuppo, Mons. Santiago Herrera, el Pbro. Hugo Lovatto, cura párroco, Mons. Marcelo Monteagudo, el Pbro. Nestor Villa, el Pbro. Pablo Iriarte, el Pbro. Mauricio Aracena, el Pbro. Rodrigo Domínguez, junto a una gran parte de los diáconos permanentes de la dióceesis (17) que asistieron a la ceremonia, y numerosos seminaristas del Seminario "San Pedro y San Pablo".
La próxima ordenación al diaconado permanente tendrá lugar el 25 de marzo, día en que será ordenado el acólito Darío Arreguy, en la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias, de Pilar.
Las lecturas de las ordenaciones diaconales en la iglesia catedral fueron las del Domingo IV de Cuaresma, ciclo B: 2Cro 36,14-16.19-23; Sal 136; Ef 2,4-10; Jn 3,14-21.

La ceremonia fue televisada en directo por Cable Visión, y transmitida por FM Radio "Santa María".

Luego de la ordenación, y de los numerosos saludos que recibieron los neo-diáconos, tuvo lugar el ágape comunitario, muy concurrido, en las instalaciones del Club de bomberos de la ciudad de Campana.
En una próxima actualización presentaremos la homilía completa de S.E. Mons. Oscar Sarlinga.

jueves, 8 de marzo de 2012

Nuestro Obispo exhorta a los decanos de la diócesis a profundizar con los sacerdotes el estudio de Porta fidei de S.S.Benedicto XVI en preparación a los actos diocesanos por el inicio, en octubre, del Año de la Fe

Lo hizo en la homilía del domingo pasado en la iglesia catedral y al mismo tiempo en mensaje que dirigió a cada uno de los decanos. Y esto en vistas de los aportes que se esperan de los decanatos con la finalidad de estudiar qué reformas necesiten hacerse al Plan pastoral diocesano, el cual cumplió sus fructíferos tres años, y ha sido prorrogado con la finalidad de tratar temáticas en la próxima reunión de clero. Anunció también el Obispo la renovación de la “Mesa pastoral” del consejo de pastoral, con integrantes laicos, diáconos permanentes y delegados de áreas pastorales de la diócesis. Los ejes de la comunión orgánica y la misionariedad de nuestro Plan pastoral nos recuerdan que la unión primordial es con Cristo, en y desde la Eucaristía, y el ser-Misión es el Nombre mismo de la Iglesia, de la que formamos parte. La dimensión misionera, por otra parte, ha de caracterizar a “toda la pastoral”, y esto vale para la pastoral ordinaria, dijo, cuyo título “ordinaria”, la hace tanto más importante porque es la básica, es la entrega en la caridad pastoral que corresponde a cada uno de los bautizados, cada uno según su vocación y elección, a los consagrados y consagradas y a los Pastores, como sacerdotes, como imágenes vivientes de Cristo Sacerdote, o “sacerdotes según el Corazón de Cristo”. Los distintos consejos pastorales en la diócesis encontrarán en “Porta fidei” un motivo de renovación espiritual y renovado ardor misionero.
La Cruz nos llleva a la Resurrección
Arraigada devociión a San Cayetano en la diócesis
Festividades Inmaculada Concepción
 Al mismo tiempo, Mons. Oscar  volvió a pedir una entera renovación de los corazones en la Cuaresma, y para ello recordó haberse referido de modo especial a la perenne “novedad” que recrea la fe, en nuestro interior, la virtud teologal de la fe, y la “fe vivida”, el “credere in Deum” de San Agustín, para reencaminarnos cada día en Cristo, Camino. Recordó para eso su primera homilía en la diócesis, el día de su toma de posesión, en la cual nos afirmaba:
“La continua “novedad” del cristianismo radica en que es acontecimiento de la salvación, que renueva interiormente en Cristo a la humanidad, transformando al ser humano desde su “ser interior” más profundo: el “corazón”, entendido éste en sentido bíblico. Ya en el Génesis vemos que Dios había prometido salvar a los hombres. Y lo realizó en Cristo, su Hijo. Como afirma la segunda lectura que acabamos de proclamar, “(...) todas las promesas de Dios encuentran su “sí” en Jesús” (II Cor 1,18-22). Para “ver” esa salvación actuante, para ver al Cristo viviente, es preciso el don de la fe, los “ojos de la fe”.
El Evangelio (…) nos muestra la fe de unos hombres que recurren a Jesús como única salvación: “(...) levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico” (Mc 2,1-12). Pedían al Señor la curación, tan ansiada, de este último. Y lo único con lo cual contaban era su fe.
Inicio de la Misión Continental
Misión en Pilar
Piedad popular la Virgen del Carmen en Zárate
Ocurre que la fe es “puerta” -como la llama santo Tomás de Aquino-. Siendo ella misma un don de Dios, es “puerta” de las virtudes, de los dones del Espíritu y de las gracias, también de la gracia de la sanación –y en especial de la sanación espiritual, tan fundamental-.
Por Jesús -vuelve a afirmar la carta de san Pablo- “(...) decimos “Amén” a Dios, para gloria suya”· (II Cor 1,20), de tal manera que cuando realmente le permitimos a Cristo obrar en nuestra vida, con el poder vivificante de su Espíritu, no podemos dejar de exclamar, como las palabras finales del Evangelio: “Nunca hemos visto nada igual”. Para obrar maravillas en nosotros, el Señor nos pide la fe, y a la vez quiere dárnosla. Esa fe que abre puertas de par en par a la esperanza –sin la cual la vida nuestra perdería sentido- y a la caridad, esto es, ese Amor que proviene de Dios, Amor plenificante del ser humano, Amor que transforma la vida humana y nos abre fecundamente a la Trascendencia. Es Cristo quien nos da ese Amor, y al mismo tiempo ese Amor nos hace contemplar, con los ojos de la fe, el Rostro de Cristo”.


Algunos puntos destacados de "Porta fidei" en el anuncio de la convocación del Año de la Fe

1.«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida

La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre

2.- Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de os siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

3.- Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).

4.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Vigencia y valor del Concilio Vaticano II

5- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

La renovación de la Iglesia es cuestión de fe

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.

7.- En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.

La fe crece creyendo

8. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.

9.- La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente

10.- Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.

11.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

12.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.

La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica

13. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.

14.- Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

15.- En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

16. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

17.- Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

18.- La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Recorrer y reactualizar la historia de la fe

19. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

20.- Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe

21.-. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: "Id en paz, abrigaos y saciaos", pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe"» (St 2, 14-18).

22.- La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe

23.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

24.- «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

25.- Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

(Fuente: www.catholic.net)