lunes, 30 de marzo de 2009

ORDENACIÓN PRESBITERAL EN LA IGLESIA CATEDRAL DE SANTA FLORENTINA

El Sr. Obispo de la diócesis de Zárate-Campana, Mons. Oscar D. Sarlinga ordenó presbítero al diácono Lucas Martínez, en la misa del día sábado 28 de marzo, a las 11, en la iglesia catedral de Santa Florentina, de la ciudad de Campana.

En la concelebración, junto al Vicario general, Mons. Galuppo, estuvieron presentes 33 sacerdotes, numerosos diáconos, todos los seminaristas del Seminario “San Pedro y San Pablo”, junto con su Rector (y pro-vicario general, Mons. Herrera), la familia del ordenado, religiosos, religiosas, y numerosos fieles laicos, entre los cuales muchos jóvenes del grupo juvenil de la mencionada iglesia catedral.

El nuevo sacerdote, quien como diácono venía desempeñándose en la misma iglesia catedral, fue nombrado vicario parroquial de la misma, cuyo cura párroco es el Pbro. Hugo Lovatto y donde se encuentra también el Pbro. Mauricio Aracena, vicario parroquial.
Al término de la misa de ordenación, los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos estuvieron invitados a un ágape fraterno en los salones subterráneos de la iglesia catedral, que fueron parcialmente remozados, con ayuda de la comunidad parroquial, para el evento.

En su homilía, Mons. Oscar Sarlinga se refirió al sacerdote, hombre de la Eucaristía, forjador de comunión y dedicado al apostolado y a la pastoral, cuyo texto íntegro reproducimos a continuación:

I
LA GRACIA DE SER LLAMADO A SER APÓSTOL

Quiero dirigirme hoy a ustedes con el saludo de San Pablo a los Corintios, en que les augura que la gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con ellos, en sus corazones (Cf 2 Cor 13, 13).

Hoy la Iglesia llama a un hermano nuestro al Orden presbiteral. Hoy, en esta iglesia catedral, tendrá lugar su ordenación, en el Año Jubilar dedicado a la persona y figura de San Pablo. Es razón de más para tener presente a las vocaciones sacerdotales, tanto más cuanto que se encuentran aquí nuestros seminaristas del Seminario «San Pedro y San Pablo», que viven con este espíritu de alegría y gozo la “llamada de Dios”. Esta prioridad vocacional, la de buscar que haya presbíteros según el Corazón de Cristo, necesita de la total confianza en la acción del Espíritu Santo (como toda obra pastoral, por lo demás) de modo que, más que confiar en estrategias y cálculos humanos (lo cual no excluye, sino todo lo contrario, la planificación pastoral), sea la fe en el Señor de la Historia y Dueño de la Mies, la que nos impulse a suplicarle que envíe numerosas y santas vocaciones al sacerdocio, uniendo siempre a esta súplica el afecto y la cercanía a quienes están en el Seminario con vistas a las sagradas órdenes.

Por ese motivo, queridos sacerdotes y fieles laicos, sepamos que la formación de los seminaristas es una responsabilidad de todos, pero que exige por parte de los formadores y profesores una profundización, en y desde el Espíritu de Cristo, en la labor que van a ejercer, con una visión de afrontar los desafíos de hoy y de la sociedad contemporánea con unas miras muy especiales, las del realismo de la esperanza, para lo cual se requiere discernimiento preciso, gran sintonía con el «sentir con la Iglesia», y la sanación de fisuras y ambigüedades. Este proceso formativo ayudará a hacer de ellos sacerdotes ejemplares, como lo requiere nuestro pueblo, para lo cual los seminaristas han de poseer recta intención y han de poner al margen cualquier otro interés, con la única aspiración de ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo que, en comunión con sus Obispos, lo presencialicen con su ministerio y su testimonio de vida.

Volviendo a San Pablo, ¿quién no ve que fue apóstol por purísima gracia de Dios?. Él estuvo junto a los que lapidaron a Esteban, y lo aprobaba. Él fue perseguidor y demoledor de la Iglesia. Pero tuvo un encuentro con la Luz del Señor, el mismo Cristo resucitado, encuentro también «demoledor», en sentido que se produjo en él un cambio sustancial, comenzó en verdad una nueva vida camino a Damasco. Dedicó toda su vida a Cristo y la Iglesia, a implantar piedras vivas, comunidades vivientes en comunión interior, con Pedro y los demás apóstoles.

Hoy celebramos la Eucaristía con una ordenación sacerdotal, la de nuestro hermano Lucas. Celebramos y adoramos el misterio más alto de nuestra fe, el misterio central de la vida cristiana, que supera la capacidad de entender de cualquier criatura y constituye «el fruto y el fin de toda nuestra vida»[1] y que nos proporciona la mayor alegría, como afirma San Agustín: «éste es nuestro gozo cumplido, y no hay otro mayor: gozar del Dios Trinidad, a cuya imagen hemos sido hechos (…). Se nos promete esta contemplación como fin de todas nuestras acciones y perfección eterna de nuestro gozo»[2]

Querido Lucas: serás sacerdote en tiempos en que es preciso iluminar la visión del mundo desde la fe. Por eso, para clarificar nuestro pensamientos te invito a abrirnos a la luz de la fe, sobre la visión de la vida humana, visión de desde nuestro observatorio personal y comunitario ve un inmenso espacio y penetra en una singular profundidad. Por amor a la verdad creacional, tenemos que decir que el cuadro que estamos invitados a contemplar con global realismo es muy bello. Es el cuadro de la creación, la obra de Dios que Él mismo, como espejo interior de su sapiencia y de su poder, admiró en su belleza substancial (Cfr. Gen. 1, 10, etc.).

Esa creación tan bella fue afectada por el pecado de nuestros primeros padres. Por ello, en el cuadro de la historia dramática de la humanidad, emerge la fuerza divina de la redención de Cristo, que nos trajo la salvación, redención que nos aportó sus estupendos tesoros de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada a niveles sobrenaturales, de promesas eternas (Cfr. Ef 1, 10). Ése es nuestro cristianismo, que tenemos que mirar con ojos limpios, porque todo en la vida posee un sentido, todo tiene un fin, todo tiene un orden, y todo deja ver una Presencia-Trascendencia, un Pensamiento (el Verbo) y una Vida, y finalmente un Amor. Así, toda la vida y todo el universo se presenta de repente ante nuestros ojos como una preparación entusiasmante en vistas a algo infinitamente más bello y más perfecto (Cfr. 1 Cor. 2, 9; 13, 12; Rom. 8, 19-23), es la vida de Cristo en nosotros. La visión cristiana del cosmos y de la vida es positiva y realista acerca de su belleza y en el realismo de la esperanza, y por eso expresamos a Dios nuestro reconocimiento por vivir, así como cantamos nuestra felicidad.

Sería ingenuo, sin embargo, no ver también en esta vida la acción del enemigo oculto que siembra discordia y errores, para lo cual nos será útil recordar siempre la reveladora parábola evangélica del buen grano y de la cizaña, síntesis y explicación de la ilogicidad que parece estar presentes en nuestros acontecimientos humanos contrastantes, y que encontraremos en nuestra vida diaria: inimicus homo hoc fecit, esto lo hizo un hombre enemigo (Mt. 13, 28). La Escritura se refiere a él como «el homicida desde el principio (…) y padre de la mentira», come lo define el mismo Cristo (Cfr. Io. 8, 44-45). El Papa Pablo VI lo llamó una vez “el insidiador sofístico del equilibrio moral del hombre. Es él el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse en nosotros, por vía de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o por vía de los desordenados contactos sociales en el juego de nuestro obrar, para introducir allí desviaciones, tanto más nocivas cuanto que aparecen conformes con nuestras estructuras físicas o físicas, o con nuestras instintivas y profundas aspiraciones”[3].

Jesucristo lo venció definitivamente en su Pascua. Pero sigue insidiando. Nada puede contra nosotros si vivimos profundamente unidos a Jesucristo. No le tengamos miedo; no caigamos en la trampa de pensar que no existe ni obra; como sacerdote de Jesús, hombre eucarístico, misionero, mariano, harás, desde la Gracia, un infinito trabajo para dar al mundo la luz y la fuerza que disipa toda tiniebla y que deja lugar a la bendición que el Señor quiere brindar a través de tu ministerio.

II
EL SACERDOTE, HOMBRE DE LA EUCARISTÍA

Hoy recibirás el cáliz con la patena. En momentos no tan fáciles de mi vida sacerdotal (pues todos tenemos esos momentos) tuve que recordar muchas veces las palabras del Obispo al momento de esa entrega, en la ordenación: “conforma tu vida a la cruz del Señor”. El cáliz que recibirás tiene una historia especial: lo eligió tu padre, que ha partido a la Casa del Señor, para vos, pues quisieron rescatarlo del ámbito secular para que volviera a estar consagrado al culto. También este cáliz estaba elegido desde la Providencia eterna para que fuera el cáliz de tu ordenación, para cuando el Obispo también te dijera: “conforma tu vida a la cruz del Señor”.

A este cáliz lo eligió tu padre. Sea para nosotros hoy también un signo de su presencia como “vicario” que fue, en esta tierra, de la paternidad del Padre amoroso del Cielo.

Esta dimensión eucarística del sacerdocio ministerial es fundamental. Como tantas veces recordó el Papa Juan Pablo II, la Eucaristía y el sacerdocio han nacido juntos en el Cenáculo de Jerusalén, la tarde del Jueves Santo. Por esta razón, «la existencia sacerdotal –tal como nos dejó escrito en la última carta a los sacerdotes, pocas semanas antes de su muerte- ha de tener, por un título especial, “forma eucarística”»[4]

Porque, querido Lucas y amados hermanos, entre sacerdocio y Eucaristía existe, por tanto, un lazo indisoluble: el sacerdote es para la Eucaristía, y la Eucaristía -que es el Pan de Vida para todos los cristianos- sólo puede ser «hecha» por los obispos y sus colaboradores, los presbíteros, de modo tal que el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor se hace presente de modo sacramental en el Sacrificio de la Misa, que también es banquete de la comunidad redimida. Benedicto XVI ha querido subrayar esta verdad de fe desde los primeros momentos de su Pontificado. Hablando de la «providencial coincidencia» del comienzo de su ministerio petrino con el Año de la Eucaristía, en 2005, afirmó: «La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando a nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su cuerpo y de su sangre» [5]

Querido hijo que serás ordenado sacerdote. Ten presente que el don y la tarea de consagrar la Eucaristía, que hoy te concede el Señor mismo, comporta una responsabilidad muy grande. Es la «verdad» de tu ser, que quedará configurado hoy. La verdad conlleva responsabilidad (por eso muchos no la aman), pero siempre hemos de amar la verdad del ser. Alguna vez te vendrá a la mente el pensamiento de que, frente a este misterio de fe, somos unos pobres hombres, y pecadores, y es también verdad: todos lo somos. Pero el Señor, que nos ha elegido y llamado, nos ofrece toda su ayuda para llevar nuestro ministerio con santidad, plenamente disponibles ante las necesidades del apostolado en todas sus dimensiones.

Gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo, se renueva incesantemente. La Iglesia es la red -la comunidad eucarística- en la que todos nosotros, al recibir al mismo Señor, nos transformamos en un solo cuerpo y abrazamos a todo el mundo; allí se inserta nuestra misión[6].

III
FORJADOR DE COMUNIÓN

Sé, al mismo tiempo, forjador de comunión. Si la Iglesia “hace” la Eucaristía por medio de sus sacerdotes, también es cierto que la Iglesia misma “nace” de la Eucaristía, es «hecha» por ella. Por eso la dimensión eucarística de tu sacerdocio estará indisolublemente unida a la dimensión eclesial: el sacerdote es para la Eucaristía en la Iglesia y al servicio de la Iglesia, en plena comunión con el Romano Pontífice y con el Obispo, con los hermanos presbíteros y con el pueblo fiel que espera y anhela de nosotros ese testimonio de comunión.

Es tarea de todos, y en primer lugar de los sacerdotes, hacer que esta preciosa herencia de comunión no sólo no se disperse, sino que se refuerce en el futuro. Es lo que da fuerza a la evangelización. Si mucha gente se ve debilitada en su fe, o la pierde, es porque encuentra en el elemento humano de la Iglesia signos de fisura y de discordia. Daremos cuenta por cómo hayamos vivido esa realidad, que proviene de la fe.

Otro modo específico de ser forjadores de comunión, en cuanto presbíteros, es la entrega gozosa -aunque a veces comporte fatiga y cansancio- al ministerio de la Reconciliación que hoy se te confía. Amá mucho el sacramento de la reconciliación y estáte dispuesto siempre a confesar a todos los fieles que se reconocen pecadores, reconciliándolos así con Dios y con la Iglesia.

¡Qué difícil misión, qué dura! Alguien podría decir. Pero el Yugo del Señor es llevadero, y tenemos a la Madre que nos protege en todo. Me refiero, querido Lucas, a la dimensión mariana del sacerdocio, porque Jesús no nos dejó solos, sino que, siendo Hijo eterno de Dios, nacido en el tiempo de una mujer concreta, la Virgen María, cuya sangre lleva en las venas, nos la ha asociado para siempre a su obra redentora, cuando, desde la Cruz dirigió al discípulo aquellas palabras que se aplican a todos nosotros: he aquí a tu Madre; y a la Virgen: he aquí a tu hijo (cf. Jn 19, 26-27). Esta protección la tendrás de un modo especial, por ser sacerdote de Jesucristo.

En efecto, María, la Virgen Madre, está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía»[7]. ¿Cómo dejar de ver que la especial relación del sacerdote con la Eucaristía conlleva al mismo tiempo una relación especial, filial, del sacerdote con María?. Confiá mucho en Ella y entregále todo tu ser.

En fin, en toda tu vida sacerdotal, está cerca de nuestra gente, ponéte a su servicio, pastoreálos con cariño y a imagen del Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Tené comunión, en la paz y en la fe, con tus hermanos sacerdotes, con el Obispo, a través del cual se unen con el Vicario de Cristo. Te encomiendo un especial cuidado de quienes sufren, de los que están solos, abandonados, de las familias, de los más pobres, de los que ya no encuentran razones para creer ni para esperar. ¡Si pudiéramos cada día renovar efectivamente en nuestros corazones en esta dedicación completa!. Nunca habría oscuridad que podría penetrar en nuestras vidas; aún si tuviéramos que soportar alguna «noche obscura», nuestra noche no tendría oscuridad. Por el ministerio recibido, también en ello seremos juzgados; que al final de nuestra vida escuchemos: “Vengan, benditos de mi Padre…”.

Con la intercesión de la Madre de la Iglesia, de la Madre de los sacerdotes, de la Madre de todos los cristianos. Así sea.

[1] Santo Tomás de Aquino, Comentario a los libros de las Sentencias, IV, 1, dist. 2, 1, 1 exordio.

[2] San Agustín, De Trinitate, I, 8, 18 y 17.

[3] Pablo VI, Audiencia General del miércoles 15 de noviembre de 1972, Ciudad del Vaticano.

[4] Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes en ocasión del Jueves Santo, 13-III-2005, n. 1.).

[5] Benedicto XVI, Mensaje al terminar la celebración eucarística con los Cardenales electores en la Capilla Sixtina, 20-IV-2005, n. 4.).

[6] Cf Benedicto XVI, Homilía en la Misa de toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, 7-V-2005.

[7] Juan Pablo II, Litt. enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, n. 57.

viernes, 27 de marzo de 2009

CELEBRACIÓN DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR Y DE LA «JORNADA DEL NIÑO POR NACER»


25 de marzo de 2009

Luego de una preparación pastoral con la comunidad parroquial que duró una quincena, en la iglesia catedral de Santa Florentina (de la ciudad de Campana) se tuvo una adoración eucarística con la intención comunitaria por «el niño por nacer», y por las familias, seguida de la celebración de la Eucaristía de la Solemnidad de la Anunciación de la Ssma. Virgen, que presidió Mons. Oscar D. Sarlinga, Obispo diocesano, al final de la cual dio la bendición especial a las madres embarazadas que habían acudido con esa finalidad. La Santa Misa fue concelebrada por el Pbro. Hugo Lovatto, cura párroco, por Mons. Marcelo Monteagudo, por el P. Joaquín Ocampo, DJ, y por el Pbro. Dr. Nestor Villa, contando también con la asistencia del Diác. Lucas Martínez.

El Obispo recordó que nosotros, creyentes en Cristo, tenemos la misión en particular de defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano II: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre"(1) , y que por esta razón, toda persona por nacer viene de esa paternidad divina, por el amor infinito de Dios, que "tanto amó al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3, 16), lo que nos hace ver el valor incomparable de cada persona humana.

Dijo también que cuando se refería al niño por nacer no se estaba hablando de “vida” en general, como puede ser vida orgánica sin más, sino de “vida” en sentido de “persona”, hecha a imagen de Dios, y con una vida que le es propia, sin ser una mera “parte” del padre o de la madre, sino el fruto personal del amor de aquéllos, conforme al derecho natural. A este respecto, recordó que "El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón —nos enseñó el concilio Vaticano II—, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual será juzgado"(2) , y que por ese motivo el Concilio dio sabias orientaciones para que "los fieles aprendan a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana" y "se esfuercen por integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios".

Algo importante de comprender (con la inteligencia y con el corazón) es que, cuando la vida humana se ve amenazada, se ve amenazada la dignidad misma del ser humano, su propio ser, y por eso mismo ese hecho repercute en el corazón mismo de la Iglesia, por ella vive de la fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios(4), dijo el Obispo.

Mons. Sarlinga llamó a todos a la formación de una conciencia verdadera y recta en lo referente a la valoración de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, una conciencia sin contradicciones, lo cual –reconoció- es hoy difícil y delicado, aunque imprescindible. Citando a Benedicto XVI dijo que “(…) es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles”(5).

Mencionó que sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Refiriéndose a una educación integral para el amor, dijo que si falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad.

CELEBRACIÓN DE LA JORNADA DEL NIÑO POR NACER EN HISPANOAMÉRICA Y EN OTROS PAÍSES

El 25 de marzo, en coincidencia con la solemnidad de la Anunciación del Señor, se celebra la «Jornada Nacional del Niño por nacer» en numerosos países. En América Latina cada vez se va extendiendo más esta práctica, ante el gran ataque contra la vida humana naciente. En Argentina la Jornada se celebra desde 1998 y diversas comunidades, movimientos e instituciones realizan durante toda la semana distintas actividades con el fin de promover la toma de conciencia del valor de la vida humana desde el momento de la concepción. En Buenos Aires, San Juan, Salta, Rosario, Mendoza, Mar de Plata y muchas otras ciudades, como Zárate-Campana, los católicos participaron en iniciativas como Vigilias de oración, Eucaristías y bendición a las embarazadas, Conferencias, manifestaciones artísticas y humanitarias.

La Conferencia Episcopal de Colombia, por ejemplo, a través de la Sección de Familia, ha venido promoviendo esta celebración y cada año se une así a la campaña internacional que ha emprendido la Iglesia, por una cultura de la vida humana. Esta Jornada recuerda que “el niño por nacer” es un ser humano, un hijo de Dios, que merece cuidado, atención por parte de los padres que lo han engendrado y por parte de la sociedad que se ve enriquecida con un nuevo miembro.

En nuestra diócesis de Zárate-Campana proponemos una serie de iniciativas de carácter formativo, social y cultural y religiosos, para celebrar esta Jornada, entre ellas destacan:

Asambleas familiares, Talleres de formación en paternidad y maternidad responsables, Proyección de videos sobre el tema del aborto; Encuentros y convivencias con personal sanitario de los hospitales y de las clínicas; Talleres de formación con dirigentes públicos y personal sanitario sobre la objeción de conciencia y consentimiento informado; Lanzamiento de la jornada a través de los medios de comunicación; Realización de expresiones culturales en defensa de la vida humana; Celebración eucarística y bendición de las madres gestantes.

Así las cosas, cada vez son más son los lugares donde el 25 de marzo se conmemora el Día del Niño por nacer. La fecha se debe a la celebración de la solemnidad de la Anunciación - Encarnación del Niño Jesús en el seno de Santa María.

Como nación, El Salvador fue el primer país que decretó una celebración de este tipo en el año 1993, con el nombre de "Día del Derecho a Nacer". Por su parte, el 7 de Diciembre de 1998 fue declarado en la Argentina, el 25 de marzo, como "Día del Niño por Nacer", a petición de una carta enviada por el Papa Juan Pablo II. El mismo Papa, por su parte, envió una carta en la que expresó su deseo de que «la celebración del “Día del niño por nacer” favorezca una opción positiva en favor de la vida y del desarrollo de una cultura orientada en este sentido, que asegure la promoción de la dignidad humana en todas las situaciones».

Países como Guatemala, Chile, Costa Rica, Bolivia, Nicaragua, República Dominicana, Perú y Salvador se han unido de manera oficial a esta celebración- Numerosos gobiernos reconocen ya el «Día del Niño por Nacer» En distintos puntos del planeta, la celebración --en muchos casos oficial-- del «Día del niño por nacer» marcó este martes una opción positiva a favor de la vida y el desarrollo de una cultura que asegure la promoción de la dignidad humana en todas las Tras la iniciativa argentina, la Iglesia animó a otros países y líderes a seguir el ejemplo y las respuestas fueron llegando en años sucesivos. En Chile, a partir de una campaña respaldada por miles de firmas y por varios alcaldes, el 18 de mayo de 1999 la Cámara de Senadores aprobó por unanimidad un proyecto de acuerdo por el que se solicitó al presidente de la república que declarara el 25 de marzo de cada año «Día del Niño Concebido y No Nacido». El 20 de mayo de 1999, el Congreso de Guatemala declaró el 25 de marzo «Día Nacional del Niño No Nacido». La declaración oficial señaló que, con ello, se esperaba «promover una cultura de vida y de defensa de la vida desde el momento de su concepción».

En agosto de 1999, en el marco del III Encuentro de Políticos y Legisladores de América –celebrado en Buenos Aires--, la primera dama de Costa Rica, Lorena Clara de Rodríguez, anunció la celebración de un día por la vida del no nacido en Costa Rica. El entonces presidente costarricense, Miguel Angel Rodríguez, proclamó el 27 de julio como «Día Nacional de la Vida Antes de Nacer». En Nicaragua, el presidente de la República, Arnoldo Alemán, promulgó el 25 de enero de 2000 un decreto por el que declaró el 25 de marzo de cada año «Día del Niño por Nacer». Este decreto reconoció que «el derecho a la vida, inherente a cada uno de los habitantes de la nación y del mundo, constituye el eje principal de los derechos humanos y, por lo tanto, merece la decidida atención del Estado, de sus instituciones y de toda la sociedad». En República Dominicana se aprobó a principios del 2001 la ley que instituye la celebración, considerando «apropiado y necesario consignar un día al Niño por Nacer, con la finalidad de propiciar la reflexión sobre el importante papel que representa la mujer embarazada en el destino de la humanidad, y el valor de la vida humana que porta en su seno». Perú es el último país que instituyó por ley la fiesta de la vida. En enero del 2002, el Congreso de la República Peruana declaró el 25 de marzo como «Día del Niño por Nacer». La Iglesia católica en México celebrará por tercer año consecutivo este martes el «Día de la Vida concebida en el seno materno», instituido por los prelados también en el marco de la solemnidad del misterio de la Encarnación.

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1.CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 22.
2.CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 16.
3.CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 36.
4.Cf Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, 3.
5.Benedicto XVI, Discurso que pronunció el 24 de febrero de 2007 al recibir en audiencia a los participantes en la asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida, Ciudad del Vaticano, 24 de febrero de 2007.

lunes, 16 de marzo de 2009

DISCURSO DEL SANTO PADRE A LOS OBISPOS ARGENTINOS EN LA VISITA AD LIMINA

A las 12:30 del viernes 13 de marzo, en la sala del Consitorio del Palacio Apostolico Vaticano, el Santo Padre Benecidto XVI se encontro con los Obispos de la Conferencia Episcopal Argentina (1º Grupo), recibidos en estos días en audiencias separadas, con ocasión de la visita "ad Limina Apostolorum" , y dirijió a ellos el discurso que presentamos a continuación:

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Señor Cardenal

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Es para mí un motivo de profunda alegría daros la bienvenida a este encuentro con el Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio Episcopal.

Agradezco las amables palabras del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, con las cuales se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos. A través vuestro quiero saludar también a todo el clero, comunidades religiosas y laicos de vuestras Diócesis, manifestándoles mi aprecio y cercanía, así como mi aliento constante en la apasionante tarea de la evangelización, que están llevando a cabo con gran dedicación y generosidad.

2. Habéis venido hasta aquí para venerar los sepulcros de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y compartir con el Obispo de Roma las alegrías y esperanzas, las experiencias y las dificultades de vuestro ministerio episcopal. La visita ad limina es un momento significativo en la vida de todos aquellos a quienes se les ha confiado el cuidado pastoral de una porción del Pueblo de Dios, pues en ella muestran y refuerzan su comunión con el Romano Pontífice.

El Señor fundó la Iglesia para que sea «como un sacramento o signo y instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1). La Iglesia es en sí misma un misterio de comunión, un «pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (ibíd., 4). En efecto, Dios ha querido llevar a todas las gentes a la plenitud de la salvación haciéndolas partícipes de los dones de la redención de Cristo y entrar así en comunión de vida con la Trinidad.

3. El ministerio episcopal está al servicio de la unidad y de la comunión de todo el Cuerpo místico de Cristo. El Obispo, que es el principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia particular, está llamado a impulsar y defender la integridad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia, enseñando además a los fieles a amar a todos sus hermanos (cf. ibíd., 23).

Deseo expresar mi reconocimiento por vuestra voluntad decidida de mantener y afianzar la unidad en el seno de vuestra Conferencia Episcopal y de vuestras Comunidades diocesanas. Las palabras de Nuestro Señor –«que todos sean uno» (Jn 17, 21) – han de ser una fuente constante de inspiración en vuestra actividad pastoral, lo que redundará sin duda en una mayor eficacia apostólica. Esta unidad, que debéis promover con intensidad y de manera visible, será además fuente de consuelo en el grave cometido que se os ha confiado. Gracias a esta colegialidad afectiva y efectiva, ningún Obispo está solo, porque está siempre y estrechamente unido a Cristo, Buen Pastor, y también, en virtud de su Ordenación episcopal y de la comunión jerárquica, a sus hermanos en el episcopado y a quien el Señor ha elegido como Sucesor de Pedro (cf. Juan Pablo II, Pastores gregis, 8). Deseo manifestaros ahora de modo especial, que contáis con todo mi apoyo, mi oración diaria y mi cercanía espiritual en vuestras fatigas y desvelos para hacer de la Iglesia «la casa y la escuela de comunión» (Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 43).

4. Este espíritu de comunión tiene un ámbito privilegiado de aplicación en las relaciones del Obispo con sus sacerdotes. Conozco bien vuestra voluntad de prestar una mayor atención a los presbíteros y, con el Concilio Vaticano II, os animo a preocuparos con amor de padre y hermano «de su situación espiritual, intelectual y material para que puedan vivir santa y religiosamente y puedan realizar su ministerio con fidelidad y fruto» (Christus Dominus, 16). Asimismo, os exhorto a extremar la caridad y la prudencia cuando tengáis que corregir enseñanzas, actitudes o comportamientos que desdicen de la condición sacerdotal de vuestros más estrechos colaboradores y que pueden, además, dañar y confundir la fe y la vida cristiana de los fieles.

El papel fundamental que desempeñan los presbíteros os ha de llevar a realizar un gran esfuerzo para promover las vocaciones sacerdotales. A este respecto, sería oportuno proyectar una pastoral matrimonial y familiar más incisiva, que tenga en cuenta la dimensión vocacional del cristiano, así como una pastoral juvenil más audaz, que ayude a los jóvenes a responder con generosidad al llamado que Dios les hace. También es necesario intensificar la formación de los seminaristas en todas sus dimensiones: humana, espiritual, intelectual, afectiva y pastoral, llevando a cabo además una eficaz y exigente labor de discernimiento de los candidatos a las sagradas órdenes.

5. En esta óptica de profundizar en la comunión dentro de la Iglesia, es de suma importancia reconocer, valorar y estimular la participación de los religiosos en la actividad evangelizadora diocesana, a la que enriquecen con la aportación de sus respectivos carismas.También los fieles, en virtud de su bautismo, están llamados a cooperar en la edificación del Cuerpo de Cristo. Para ello hay que llevarlos a tener una experiencia más viva de Jesucristo y del misterio de su amor. El trato permanente con el Señor mediante una intensa vida de oración y una adecuada formación espiritual y doctrinal aumentará en todos los cristianos el gozo de creer y celebrar su fe y la alegría de pertenecer a la Iglesia, impulsándoles así a participar activamente en la misión de proclamar la Buena Noticia a todos los hombres.

6. Queridos hermanos, os aseguro una vez más mi cercanía en la plegaria cotidiana, junto con mi firme esperanza en el progreso y renovación espiritual de vuestras comunidades. Que el Señor os conceda la alegría de servirle, guiando en su nombre a la grey que se os ha confiado. Que la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, os acompañe y proteja siempre, así como a vuestros fieles diocesanos, y os imparto con gran afecto una especial Bendición Apostólica.

Fuente: Bolletino Sala Stampa della Santa Sede

sábado, 14 de marzo de 2009

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2009

"Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,2)

¡Queridos hermanos y hermanas!

Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno.

En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).

Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia. La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).

En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).

La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño.

Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.

Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc. Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma.

Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 11 de diciembre de 2008

BENEDICTUS PP. XVI

Fuente: www.vatican.va

sábado, 7 de marzo de 2009

ORDENACIÓN DIACONAL DEL ACÓLITO AGUSTÍN VILLA EN ROMA




La Basílica de San Salvatore in Lauro fue sede de la misa de ordenación diaconal del acólito Agustín Villa, de nuestra diócesis de Zárate-Campana, quien se encuentra terminando sus estudios en la Universidad de la Santa Croce, y su formación sacerdotal en el Collegio “Sedes Sapientiae” de Roma.

La Santa Misa, presidida por Mons. Sarlinga, fue concelebrada por treinta sacerdotes, entre ellos, Mons. Juan Carlos Domínguez, Rector del Collegio “Sedes Sapientiae”, formadores, directores espirituales, profesores, y clero de diócesis y de parroquia, entre los cuales el cura párroco de la parroquia de pastoral de Agustín Villa (Don Paolo, de la arquidiócesis de Udine) y el secretario canciller de dicha arquidiócesis. Tuvo lugar el sábado 28 del corriente. A la celebración asistieron los padres del ordenado, venidos desde Argentina con una especial invitación. Se encontraban presentes todos los seminaristas (86), sacerdotes y seminaristas argentinos, y una numerosa delegación de laicos de la arquidiócesis de Udine, que acompañaron a Agustín en un paso tan trascendente de su vida consagrada.

El Sr. Obispo pronunció su homilía (en italiano), un extracto de la cual reproducimos aqui traducida al castellano:

I. La Llamada:

Estamos aqui hoy presentes en esta magnifica Basilica de Roma, San Salvatore, que cuenta con un hermoso icono del Rostro del Salvador (de alrededor del 1500), y con una imagen de la Ssma. Virgen en su advocación de Nuestra Señora de Loreto (por esa causa “in Lauro”). El Rostro del Salvador nos recuerda el gran programa pastoral que nos legara el Papa Juan Pablo II para el tercer Milenio (en “Novo Millenio ineunte”), que ha de partir de “contemplar el Rostro de Cristo”, programa estupendamente completado por S.S. Benedicto XVI, cuando nos llama a realizar en este tercer Milenio la caridad obrante y transformadora, en su primera encíclica, “Deus Caritas est”.

Jesús inicia su actividad en Galilea. Dice el Evangelio de Lucas que “(…) la potencia del Espiritu Santo estaba con él”. Cuando predica en las sinagogas de judea, la multitud iba hacia él, y quería que se quedara con la gente, no dejandolo partir, pero Jesús les decía: “También en otros lugares debo anunciar el Reino de Dios; para esto Dios me ha mandado”. Precisamente, para esta misíon, recibida a la vez del Padre, Jesús envía a sus discípulos, como cuando llamó a Pedro y a sus compañeros, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que habían quedado maravillados por la extraordinaria cantidad de peces que habían recogido, oportunidad en que Jesús dijo a Pedro aquella frase, que en cierto sentido dijo a cada uno de nosotros, al momento de nuestra llamada (es decir, cuando la Iglesia nos llamó, a través del Obispo, Sucesor de los Apostoles): “No temas, de ahora en mas, seras pescador de hombres”.

II. La respuesta

Hoy mismo, este joven, Agustín, lleva su barca hacia la orilla, abandona todo y sigue a Jesús. La configuracion con Cristo, Siervo de la humanidad, es para siempre, y esta dimension “diaconal” no se pierde nunca, aun más, transforma y renueva enteramente nuestro ser desde el interior, lo renueva tanto como el requerimiento de odres nuevos para el vino nuevo.
Esta es la respuesta de nuestro hermano Agustín: abandonándolo todo, se levantó y comenzó a seguirlo. Entoneces, a partir de hoy es enviado de modo especial a anunciar el Evangelio, a tomar el bien del precioso tesoro de su corazón, que le fue dado por el Señor. Este joven es llamado a manifestar la calidad de un árbol que se conoce por su fruto, frutos de bondad, de alegría y paz, frutos de evangelización, de justicia y caridad, porque, como dice la Escritura, no se recogen higos de los espinos, y no se vendimia la uva de un arbusto salvaje.

III. La fe y la salvación

Querido Agustín:
Has tenido este tiempo privilegiado de formación en Roma. Damos gracias en este momento a tus formadores, al Rector del querido Collegio “Sedes Sapientiae”, Mons. Juan Carlos Dominguez, a los sacerdotes, los profesores de la Universidad, el cura parroco y los fieles de la arquidiócesis de Udine, quienes han dado del tesoro del corazón de ellos, para tu formación humana, espiritual, intelectual, en camino al sacerdocio ministerial.
Hoy llegas al diaconado, y aspiras al sacerdocio. Recuerda siempre, como dice la primera carta de Pedro, que “también el oro, aunque sea una cosa que no dura eternamente, debe pasar a través del fuego, para que se vea que es genuino” (I Pe 1,6). Lo mismo, querido Agustín, ocurre con nuestra fe, que es mucho mas preciosa que el oro. En la fe seremos probados, en especial en momentos de oscuridad de nuestra vida. Ahora, llegando al momento culminante de la fe, esto es, la salvación, y en especial, hoy, en esta misa de tu ordenación diaconal, estas lleno de una alegría grandísima, que no se puede expresar con palabras. Por eso, te exhorto:

Que vivas santamente. Cree profundamente en Dios nuestro Señor, que ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Aléjate siempre de toda forma de mal, no cediendo jamás a la esclavitud de las pasiones oscuras. Sigue la voluntad de Dios y usa bien de los varios dones, de los muchos dones, que el Señor ha volcado sobre ti, sobre tu persona, de modo que siempre sea dada Gloria a El, por medio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que es nuestro Pastor, por eso nada nos puede faltar (Cf Salmo 22).

Luego prosiguió el Obispo con unas palabras en castellano dirigidas a los padres del ordenando y a los fieles venidos de Argentina. Con esa oportunidad se dirigió a la Virgen Madre de la Iglesia, para que proteja a Agustín y a cada uno de los presentes, y sea luz y Estrella de la Evangelización en cada uno de nuestros caminos.