MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO CON OCASIÓN DE LA XXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2015
Sapientia cordis.
«Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies»
(Jb 29,15)
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, instituida por san
Juan Pablo II, me dirijo a vosotros que lleváis el peso de la
enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo
sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en
el ámbito sanitario.
El tema de este año nos invita a meditar
una expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo
los pies» (29,15). Quisiera hacerlo en la perspectiva de la sapientia
cordis, la sabiduría del corazón.
1. Esta sabiduría no es un
conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Antes bien,
como la describe Santiago en su Carta, es «pura, además pacífica,
complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin
hipocresía» (3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu
Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento
de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. De manera que,
hagamos nuestra la invocación del Salmo: «¡A contar nuestros días
enséñanos / para que entre la sabiduría en nuestro corazón!» (Sal
90,12). En esta sapientia cordis, que es don de Dios, podemos resumir
los frutos de la Jornada Mundial del Enfermo.
2. Sabiduría del
corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las
palabras «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies», se pone en
evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este
hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve
entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el
servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del
huérfano y de la viuda (vv.12-13).
Cuántos cristianos dan
testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada
en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies».
Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una
asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para
alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el
tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir
por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o
incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer.
Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos
momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y
se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.
3. Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa
junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos
conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servido,
sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28).
Jesús mismo ha dicho: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»
(Lc 22,27).
Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos
otorgue la gracia de comprender el valor del acompañamiento, con
frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y
a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se
sienten más amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se esconde
tras ciertas expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida»,
para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades
no serían dignas de ser vividas.
4. Sabiduría del corazón es
salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor
especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos
apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos
olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse
cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una
fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me
lo hicisteis» (Mt 25,40).
Por esto, quisiera recordar una vez
más «la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” como uno
de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el
signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento
espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios»
(Exhort. ap. Evangelii gaudium, 179). De la misma naturaleza misionera
de la Iglesia brotan «la caridad efectiva con el prójimo, la compasión
que comprende, asiste y promueve» (ibíd.).
5. Sabiduría del
corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene
necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para
visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de
Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y
siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor
era muy grande» (Jb 2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí
un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo
de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es
participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre
de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se
complace del bien hecho.
La experiencia de Job encuentra su
respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de
solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente
misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano,
especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en
el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son
escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Cf. Homilía
con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de
abril de 2014).
También cuando la enfermedad, la soledad y la
incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia
del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y
fuente para lograr y reforzar la sapientia cordis. Se comprende así cómo
Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: «Yo
te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (42,5). De
igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del
dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe
que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el
hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.
6. Confío
esta Jornada Mundial del Enfermo a la protección materna de María, que
ha acogido en su seno y ha generado la Sabiduría encarnada, Jesucristo,
nuestro Señor.
Oh María, Sede de la Sabiduría, intercede, como
Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz
que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma
experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la
verdadera sabiduría del corazón.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con la Bendición Apostólica.
Vaticano, 30 de diciembre de 2014
Memorial de San Francisco Javier
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