miércoles, 25 de febrero de 2015

Digámosle una vez más: "Bienaventurada".

En el espíritu de la Bienaventurada Virgen María, ser pobre, “anaw”, en el espíritu, para creer y servir, en especial a los abandonados.
“Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48), lo ha dicho la Santísima Virgen en la expresión del profetismo del pueblo de Israel en su pureza. Hoy también queremos cumplir con su palabra de santidad, llamándola: Bienaventurada, feliz, María, honrada hoy como Nuestra Señora de Lourdes”, pues nos convoca aquí, entre centenares de hermanos y hermanas; bienaventurada porque ha creído y su intercesión nos ayuda a creer, a afianzarnos en la fe y en el amor, a deponer orgullos y egoísmos, para ser “sencillos y humildes” (“anawin” como en el Salmo 131, 1) y a querer “servir” y no “ser servidos”. En el cántico de María se expresa toda la alegría del corazón humilde de la Virgen, que se estremece de gozo ante la grandeza de Dios: "Celebra, todo mi ser, la grandeza del Señor, y mi espí¬ritu se alegra en el Dios que me salva" (Lc 1, 46). No podemos dejar de ver aquí el estremecimiento creyente de los "temerosos de Yaweh", presente en los Salmos del Antiguo Testamento. Y esto, porque el Señor "ha mirado la pobreza de su sierva" (Lc 1 47).
Virgen de Lourdes. Imagen auténtica

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