"Pero el pozo puede también significar el «arrojar allí a quien se lo quiere someter a la injusticia, a la muerte y a la desgracia». Puede, pues, significar el abandono, la traición, el puñal clavado. En la historia de José y sus hermanos, en la Biblia (el cual es, por supuesto, «otro» José, y que encontramos en el Libro del Génesis, en el «ciclo patriarcal», del capítulo 37 al 50), vemos como estos últimos tramaron matar a su mencionado hermano José y para ello lo arrojaron a un pozo y lo vendieron como esclavo a un precio dinerario, por envidia, odio y desprecio total que le profesaron. Los invito, queridos hermanos y hermanas, queridos oyentes, a leer en la Biblia la historia de José, objeto de una envidia obcecada por parte de sus hermanos. Este es echado a un pozo, vendido después como esclavo por 20 monedas de plata, y enviado posteriormente a prisión por una falsa denuncia de intento de violación. Allí permaneció ocho años, sin nunca desesperar. Invitado por el Faraón a interpretar un sueño, logró el favor de éste y luego salvó del hambre a todo Egipto y a los países vecinos. Sus hermanos, que habían querido matarlo, vienen a él para pedirle ayuda. José, lejos de odiarlos y vengarse, no les guarda rencor por el mal que le han hecho; por el contrario, los consuela.
¡Cuántas cosas nos enseña hoy esta historia bíblica!. ¿O acaso nunca nos han traicionado, vituperado, o incluso querido abatir o destruir?. ¿Y acaso nosotros nunca sufrimos esa tentación, más cercana o más lejana, o bien aquella otra tentación de cobrarnos justicia por nuestra propia mano?. ¿O acaso la envidia, los rencores, las rivalidades y las divisiones no causan ruina en algunas familias y en comunidades enteras?. ¿Nunca hemos sufrido los efectos de la mentira, la difamación y la calumnia, en uno u otro grado?. Y nosotros, ¿nunca hemos mentido, o, por lo menos, no hemos sido imprudentes para con los demás?. Porque de todo esto es también un símbolo el «echar al pozo» del que estamos hablando, y nos recuerda, -en especial en este tiempo de Cuaresma, los efectos devastadores del pecado como «desamor» y las consecuencias de este último-. Necesitamos conversión al Amor divino. Pido hoy para todos los asistentes a esta celebración, y para todos los que nos escuchan, la gracia de la sincera conversión, de recuperar la fe para todos los que la hayan perdido o abandonado, y el don de la felicidad espiritual.
Por eso, para terminar esta parte, les he referido esta historia sagrada de José, sus hermanos, y el padre de todos ellos, Jacob, que termina así: José tuvo dos hijos y a cada uno de ellos puso un simbólico nombre que nos ayuda a ver cómo Dios no sólo «nos saca del pozo» sino que nos da más bendición de la que pensábamos y nos colma con su consuelo: al primero de los hijos lo llamó «Manasés», que significa: «Dios me ha hecho olvidar todos mis sufrimientos»; al segundo, «Efraín», que quiere decir: «Dios me ha hecho fecundo en el país de mi desgracia» (Cf Gen 41, 51-52). ¡Qué gran enseñanza!, ¿no es cierto?. La tristeza, el desaliento y la angustia no son eternos. Siempre brilla la Esperanza y siempre hay una Luz, por lejos que la veamos".
(de la homilía en la entronización de la Madonna del Pozzo en Villa Rosa, Pilar).
¡Cuántas cosas nos enseña hoy esta historia bíblica!. ¿O acaso nunca nos han traicionado, vituperado, o incluso querido abatir o destruir?. ¿Y acaso nosotros nunca sufrimos esa tentación, más cercana o más lejana, o bien aquella otra tentación de cobrarnos justicia por nuestra propia mano?. ¿O acaso la envidia, los rencores, las rivalidades y las divisiones no causan ruina en algunas familias y en comunidades enteras?. ¿Nunca hemos sufrido los efectos de la mentira, la difamación y la calumnia, en uno u otro grado?. Y nosotros, ¿nunca hemos mentido, o, por lo menos, no hemos sido imprudentes para con los demás?. Porque de todo esto es también un símbolo el «echar al pozo» del que estamos hablando, y nos recuerda, -en especial en este tiempo de Cuaresma, los efectos devastadores del pecado como «desamor» y las consecuencias de este último-. Necesitamos conversión al Amor divino. Pido hoy para todos los asistentes a esta celebración, y para todos los que nos escuchan, la gracia de la sincera conversión, de recuperar la fe para todos los que la hayan perdido o abandonado, y el don de la felicidad espiritual.
Por eso, para terminar esta parte, les he referido esta historia sagrada de José, sus hermanos, y el padre de todos ellos, Jacob, que termina así: José tuvo dos hijos y a cada uno de ellos puso un simbólico nombre que nos ayuda a ver cómo Dios no sólo «nos saca del pozo» sino que nos da más bendición de la que pensábamos y nos colma con su consuelo: al primero de los hijos lo llamó «Manasés», que significa: «Dios me ha hecho olvidar todos mis sufrimientos»; al segundo, «Efraín», que quiere decir: «Dios me ha hecho fecundo en el país de mi desgracia» (Cf Gen 41, 51-52). ¡Qué gran enseñanza!, ¿no es cierto?. La tristeza, el desaliento y la angustia no son eternos. Siempre brilla la Esperanza y siempre hay una Luz, por lejos que la veamos".
(de la homilía en la entronización de la Madonna del Pozzo en Villa Rosa, Pilar).
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