El domingo, día de la Presentación del Señor, fue celebrada la misa de la festividad en la parroquia de Santa Rosa de Lima, en Villa Rosa, Pilar. Pese a la lluvia persistente, tantos fieles de esa querida parroquia se hicieron presentes, también de las distintas comunidades barriales y de grupos apostólicos. Con el obispo concelebró el P. José de Estrada y asistió el Diácono permanente Sergio Pandiani. Los cirios o candelas fueron bendecidos al inicio de la misa, aunque no pudo hacerse la procesión por las condiciones climáticas, razón por la cual fueron encendidos al momento del Credo, cual signo de Cristo, Luz de Luz. Al término de la misa, el obispo y el P. José saludaron uno por uno a los fieles presentes, como comunidad de fe y amor. En la misa se oró en especial por los enfermos, por los fieles difuntos, por la Iglesia y por los más necesitados. Numerosos fieles de las comunidades barriales pidieron una visita a sus capillas o centros pastorales, lo cual se hará durante el año. ¡Felicidades en el día de la Presentación del Señor!. Y un agradecimiento de corazón por el recibimiento cordial y fraterno de siempre.
A continuación la homilía de nuestro obispo.
Homilía de Mons. Oscar Sarlinga en la Fiesta de la Presentación del Señor, en Villa Rosa (Pilar) el domingo 2 de febrero de 2014.
Queridos hermanos, hermanas.
Gracias por estar. Pese a la lluvia persistente desde ayer por la mañana, y que no ha cesado, los veo numerosos que han concurrido a la llamada del Señor en el día de su Presentación al Templo, y noto en especial la presencia de gente de las distintas comunidades y grupos apostólicos de la “comunidad de comunidades” que es la parroquia, todos deseosos de venir al encuentro de Cristo, Luz de Luz.
Esta festividad era celebrada desde muy antiguo en Jerusalén, desde los albores de la Iglesia en esa ciudad santa. Y era llamada con un nombre que a muchos les puede resultar familiar porque resuena parecido a una palabra de la hermosa lengua guaraní, pero que viene del griego: “Ypapanté”, es decir, “encuentro”. La Presentación del Señor es “encuentro” porque Dios hecho Niño viene al templo al encuentro con su Pueblo, para iluminarlo, y porque su Pueblo viene a su encuentro, representado por el anciano Simeón y la profetisa Ana, símbolos por excelencia del profetismo y de la piedad de Israel.
Es encuentro también con la Virgen María (y con José, ese varón justísimo y santo); la Virgen a quien la profecía anunció que una espada atravesaría su corazón, significando así la unión con los misterios de su Hijo, al punto que en el momento culminante del teodramatismo de la misión de Cristo, en la Pasión, ella misma la vive en su interior, en su corazón, en unión íntima y suprema con Él, el fruto de su vientre. Por ello, orar por la intercesión de María, nos lleva directamente, y en unión total, a Cristo, que padeció, murió, resucitó y está hoy con nosotros, iluminándonos con su Amor, en este gran tiempo de Pentecostés que es el tiempo de la Iglesia. Oremos en la contemplación, hoy, aquí, en esta celebración, en este misterio que estamos viviendo, en esta chispa de eternidad de nuestro “aquí y ahora”, de nuestra historia vivida.
¿Contemplar?. ¿Aquí y ahora, sin más?. Sí, contemplar. No son necesarios ritos iniciáticos para contemplar. Se trata de sumergirnos en la Gracia que Dios nos da. Y el contemplativo, la contemplativa, se distingue por una “señal”. Un filósofo. Henri Bergson, señaló como un signo distintivo de los grandes místicos cristianos el que, en ellos, la contemplación “desborda” en un amor activo y eficaz del prójimo. Este “sumergirnos” en pedir cada día más la unción de la oración y de la caridad, la caridad de veras, nos hace signos visibles de esa unción “para el mundo de hoy”, tan necesitado, tan sediento, tan hambriento, de ella.
Esta fiesta, en la cual bendecimos estos cirios, velas, candelas, que encenderemos en una Candelaria viviente, espiritual, operante, en nuestras vidas, proyectará una luz sobre tinieblas existenciales. ¿Cuáles tinieblas?. El concepto tampoco trasunta algo iniciático. Pienso que las peores tinieblas se adensan en el corazón. Quizá la peor obscuridad, es la del mal abandono y la tiniebla del desconsuelo, de la desesperación y de la desesperanza. Podemos, de tal modo, quedar “sumidos” en esa obscuridad, la más densa, la del desánimo (des-ánimo, como si nos quitaran el alma), de la decepción profunda o de la confusión. A ese tipo de obscuridad, la existencial (es decir, como dije antes, la del corazón) sólo la Luz de Jesús la puede penetrar. Pidamos hoy que brille la Luz de quien es “Luz de Luz”, Jesucristo, para nosotros, en la renovada esperanza, es decir, el don de la esperanza teologal, y también de la esperanza humana. Sintámonos también “deudores” de quien ha perdido las razones de creer y de esperar. Y dejémonos hacer por Jesús unas “creaturas nuevas” en un renovado “volver a empezar”, hoy, desde esta chispa de eternidad que, aquí y ahora, vivimos en la fe.
Amén
Gracias por estar. Pese a la lluvia persistente desde ayer por la mañana, y que no ha cesado, los veo numerosos que han concurrido a la llamada del Señor en el día de su Presentación al Templo, y noto en especial la presencia de gente de las distintas comunidades y grupos apostólicos de la “comunidad de comunidades” que es la parroquia, todos deseosos de venir al encuentro de Cristo, Luz de Luz.
Esta festividad era celebrada desde muy antiguo en Jerusalén, desde los albores de la Iglesia en esa ciudad santa. Y era llamada con un nombre que a muchos les puede resultar familiar porque resuena parecido a una palabra de la hermosa lengua guaraní, pero que viene del griego: “Ypapanté”, es decir, “encuentro”. La Presentación del Señor es “encuentro” porque Dios hecho Niño viene al templo al encuentro con su Pueblo, para iluminarlo, y porque su Pueblo viene a su encuentro, representado por el anciano Simeón y la profetisa Ana, símbolos por excelencia del profetismo y de la piedad de Israel.
Es encuentro también con la Virgen María (y con José, ese varón justísimo y santo); la Virgen a quien la profecía anunció que una espada atravesaría su corazón, significando así la unión con los misterios de su Hijo, al punto que en el momento culminante del teodramatismo de la misión de Cristo, en la Pasión, ella misma la vive en su interior, en su corazón, en unión íntima y suprema con Él, el fruto de su vientre. Por ello, orar por la intercesión de María, nos lleva directamente, y en unión total, a Cristo, que padeció, murió, resucitó y está hoy con nosotros, iluminándonos con su Amor, en este gran tiempo de Pentecostés que es el tiempo de la Iglesia. Oremos en la contemplación, hoy, aquí, en esta celebración, en este misterio que estamos viviendo, en esta chispa de eternidad de nuestro “aquí y ahora”, de nuestra historia vivida.
¿Contemplar?. ¿Aquí y ahora, sin más?. Sí, contemplar. No son necesarios ritos iniciáticos para contemplar. Se trata de sumergirnos en la Gracia que Dios nos da. Y el contemplativo, la contemplativa, se distingue por una “señal”. Un filósofo. Henri Bergson, señaló como un signo distintivo de los grandes místicos cristianos el que, en ellos, la contemplación “desborda” en un amor activo y eficaz del prójimo. Este “sumergirnos” en pedir cada día más la unción de la oración y de la caridad, la caridad de veras, nos hace signos visibles de esa unción “para el mundo de hoy”, tan necesitado, tan sediento, tan hambriento, de ella.
Esta fiesta, en la cual bendecimos estos cirios, velas, candelas, que encenderemos en una Candelaria viviente, espiritual, operante, en nuestras vidas, proyectará una luz sobre tinieblas existenciales. ¿Cuáles tinieblas?. El concepto tampoco trasunta algo iniciático. Pienso que las peores tinieblas se adensan en el corazón. Quizá la peor obscuridad, es la del mal abandono y la tiniebla del desconsuelo, de la desesperación y de la desesperanza. Podemos, de tal modo, quedar “sumidos” en esa obscuridad, la más densa, la del desánimo (des-ánimo, como si nos quitaran el alma), de la decepción profunda o de la confusión. A ese tipo de obscuridad, la existencial (es decir, como dije antes, la del corazón) sólo la Luz de Jesús la puede penetrar. Pidamos hoy que brille la Luz de quien es “Luz de Luz”, Jesucristo, para nosotros, en la renovada esperanza, es decir, el don de la esperanza teologal, y también de la esperanza humana. Sintámonos también “deudores” de quien ha perdido las razones de creer y de esperar. Y dejémonos hacer por Jesús unas “creaturas nuevas” en un renovado “volver a empezar”, hoy, desde esta chispa de eternidad que, aquí y ahora, vivimos en la fe.
Amén
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