domingo, 1 de marzo de 2015

Francisco en el Segundo de Domingo de Cuaresma

De: http://obispadodezaratecampana.org/

En este segundo domingo de cuaresma antes del rezo del Ángelus dominical y a su regreso de la semana de ejercicios espirituales en Ariccia, el Santo Padre recordó ante todo la liturgia del domingo pasado, que nos presentó a Jesús tentado por satanás en el desierto, pero victorioso de su tentación.

A la luz de este Evangelio, señaló el Pontífice, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria del bien sobre el mal ofrecida a cuantos emprenden el camino de conversión y, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre.

La Iglesia, dijo el Papa, nos indica en este segundo domingo de camino cuaresmal la meta de este itinerario de conversión, es decir, la participación en la gloria de Cristo.

En el Evangelio del día se nos presenta el episodio de la Transfiguración, al culmine del ministerio público del Señor Jesús, que está en camino hacia Jerusalén en donde se cumplirán las profecías del “Siervo de Dios”, y se consumará su sacrificio redentor. Las multitudes lo han abandonado porque ven a un Mesías que contrasta con sus expectativas terrenas, no comprenden, y tampoco los apóstoles comprenden las palabras con las que Jesús anuncia el resultado de su misión en la pasión gloriosa.

El Señor muestra entonces un anticipo de su gloria a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, para confirmarlos en su fe y animarlos a seguirlo en el camino de la prueba, explicó el Pontífice, en el camino de la Cruz: en lo alto de un monte, inmergido en oración, se transfigura delante de ellos, irradiando su rostro y su persona una luz resplandeciente.

Desde el cielo se escucha la Voz del Padre: «Éste es mi Hijo querido. Escúchenlo». Jesús es el Hijo hecho Siervo, enviado al mundo para realizar a través de la Cruz el proyecto de la salvación. “¡Para salvarnos a todos nosotros!”. Su plena adhesión a la voluntad del Padre hace su humanidad transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.

De ahí que la premisa para los discípulos y para nosotros sea ésta: «Escúchenlo». Escuchar a Jesús. Él es el Salvador: seguirlo.

Escuchar a Cristo comporta asumir la lógica de su misterio pascual, poniéndonos en camino con Él para hacer de nuestra propia existencia un don de amor a los demás, en obediencia dócil a la voluntad de Dios Padre, con una actitud de desprendimiento de las cosas mundanas, y de libertad interior.

En otras palabras, resumió el Papa Francisco, comporta el estar listos a perder la propia vida (cfr. Mc 8, 35), donándola, para que se realice el plano divino de redención de todos los hombres.

Subamos también nosotros al monte, exhortó el Sucesor de Pedro, como Pedro, Santiago y Juan, y detengámonos a contemplar el rostro de Jesús, para recoger el mensaje y traerlo a nuestra vida, así que nosotros también podamos ser transfigurados por el Amor. “Que en este camino nos sostenga la Virgen María que ahora invocamos con la oración del Ángelus”.

TEXTO COMPLETO DE LAS PALABRAS DEL PAPA EN EL ÁNGELUS

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasado domingo la liturgia nos presentó a Jesús que es tentado por satanás en el desierto, pero que sale victorioso de la tentación. A la luz de este Evangelio, hemos tomado nuevamente conciencia de nuestra condición de pecadores, pero también de la victoria sobre el mal donado a cuantos inician el camino de conversión o, como Jesús, quieren hacer la voluntad del Padre. En este segundo domingo de cuaresma, la Iglesia nos indica la meta de este itinerario de conversión, es decir, la participación a la gloria de Cristo, en quien resplandece el rostro del Siervo obediente, muerto y resucitado por nosotros.

El texto evangélico narra el evento de la Transfiguración, que se ubica en el culmen del ministerio público de Jesús. Él se encuentra en camino hacia Jerusalén, donde se cumplirán las profecías del “Siervo de Dios” y se consumará su sacrificio redentor. La gente no entendía esto y frente a las perspectivas de un Mesías que contrasta con sus expectativas terrenas, lo han abandonado. Porque ellos pensaban que el Mesías habría sido un liberador del dominio de los romanos, liberador de la patria. Y esta perspectiva de Jesús no le gustaba a la gente y lo dejan. Incluso los apóstoles no entienden las palabras con las cuales Jesús anuncia el cumplimiento de su misión en la pasión gloriosa. No entienden. Entonces Jesús toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, aquella que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo en el camino de la prueba, en el camino de la Cruz. Y así sobre un monte alto, en profunda oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente. Los tres discípulos se asustan, mientras una nube los envuelve y de lo alto resuena – como en el bautismo del Jordán – la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado: ¡escúchenlo!» (Mc 9,7). Y Jesús es el Hijo hecho Servidor, enviado al mundo para realizar por medio de la Cruz el plan de salvación. ¡Para salvarnos a todos nosotros! Su plena adhesión a la voluntad del Padre hace que su humanidad sea transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.

Así Jesús se revela como el ícono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación; por ello junto a Él transfigurado aparecen Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Esto significa que todo termina e inicia en Jesús, en su Pasión y en su Gloria.

El mensaje para los discípulos y para nosotros es este: “!Escuchémoslo!”. Escuchar a Jesús. Es Él el Salvador: síganlo. Escuchar a Cristo, de hecho, significa asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia existencia un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior. En otras palabras, es necesario, estar listos a “perder la propia vida”, donándola para que todos los hombres se salven y nos encontremos en la felicidad eterna. El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. No lo olvidemos: ¡el camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad! Habrá siempre en medio una cruz, las pruebas, pero al final siempre nos lleva a la felicidad. ¡Jesús no nos engaña! Nos ha prometido la felicidad y nos la dará, si nosotros seguimos su camino.

Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para recibir el mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad el Amor es capaz de transfigurar todo: ¡el Amor transfigura todo! ¿Creen ustedes en esto? ¿Creen? … Me parece que no creen tanto por aquello que escucho… ¿Creen que el Amor transfigura todo? … Bien, ahora veo… Nos sostenga en este camino la Virgen María, a quien ahora invocamos con la oración del Ángelus.

Fuente: www.news.va

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