lunes, 26 de mayo de 2014

Francisco en el muro de las lamentaciones



Ciudad del Vaticano, 26 mayo 2014(VIS).- El Papa se trasladó a las 8,00 de la Explanada de las Mezquitas al Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones. La pared de 15 metros de altura es, por razones históricas y religiosas, un lugar de culto para los judíos; es tradicional dejar pequeños trozos de papel escritos con votos y oraciones entre sus bloques de piedra. El rabino encargado del Muro recibió a Francisco y lo acompañó hasta él. Allí el Papa permaneció algunos instantes solo en silencio rezando, y como hicieron también sus predecesores, dejó entre sus grietas un papel en el que había escrito un Padre Nuestro y dijo: ''Lo he escrito a mano en español porque es la lengua en la que lo aprendí de mi madre''.

Desde allí se desplazó al monte Herzl y ayudado por una chica y un chico cristianos, depositó una corona de flores en el cementerio nacional de Israel, en la tumba de Theodore Herzl, fundador del Movimiento Sionista. Francisco también se desvió de su itinerario para rezar en una lápida a las víctimas del terrorismo en Israel.

A continuación se trasladó en coche al Memorial de Yad Vashem, monumento que erigió en 1953 el Estado de Israel para conmemorar a los seis millones de judíos víctimas del Holocausto. Junto al Presidente de la Fundación que se ocupa del lugar sagrado, el Papa recorrió a pie el perímetro del Memorial hasta llegar a la entrada de honor de la Sala de la Memoria, donde lo esperaban el Presidente del Estado Shimon Peres y el rabino presidente del Consejo de Yad Vashem. En el interior de la Sala se encuentra un monumento con una llama perenne justo delante de la cripta que contiene las urnas con las cenizas de las victimas de los campos de concentración. El Papa encendió la llama del recuerdo, depositó una corona de flores amarillas y blancas en el Mausoleo y antes de su discurso hubo una lectura del Antiguo Testamento. El Santo Padre pronunció las siguientes palabras sobre la fuerza y el dolor del mal inhumano del hombre y las “estructuras del pecado”, que contrastan con la dignidad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios.

''Adán, ¿dónde estás?''. ¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido? En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”. Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo. El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande. Ese grito: “¿Dónde estás?”, aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo… Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco. ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo? No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos. No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno. No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado? ¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? ¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios. Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”. De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor. A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza. Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo. Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad. Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad. Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre. Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más! ''Adán, ¿dónde estás?''. Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer. Acuérdate de nosotros en tu misericordia''.

Al finalizar, habló con algunos sobrevivientes del Holocausto y firmó el libro de Honor de Yad Vashem, donde escribió: ''Con la vergüenza de lo que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, fue capaz de hacer. Con la vergüenza que el hombre se haya hecho dueño del mal; con la vergüenza de que el hombre, creyéndose dios, haya sacrificado a sí sus hermanos. Nunca más!! Nunca más!!''.

Le despidieron un coro y las autoridades que lo habían acogido a su llegada. Después Francisco se desplazó en automóvil al Centro Heichal Shlomo.

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