sábado, 22 de marzo de 2008

MISA CRISMAL en la IGLESIA CATEDRAL de SANTA FLORENTINA de la diócesis de ZÁRATE-CAMPANA




Campana, miércoles 19 de marzo, a las 19.

Con una manifiesta y remarcable participación de sacerdotes (60 de entre los 64 sacerdotes con ministerio efectivo en la diócesis, ya sea del clero secular como del clero religioso) y dos diáconos permanentes, tuvo lugar la misa crismal, presidida por el Sr. Obispo Mons. Oscar Sarlinga, en la iglesia de Santa Florentina, catedral de la diócesis de Zárate-Campana. Dada las reducidas dimensiones del templo catedralicio, para estas ocasiones puede participar tan sólo una delegación de fieles laicos provenientes de cada parroquia, lo cual hizo que entre los presbíteros y el pueblo fiel colmaran la iglesia.

En la homilía, que fue transmitida por FM «Santa María» para las ciudades de Campana, Zárate y zonas de influencia, Mons. Sarlinga se refirió en primer lugar a la similitud espiritual entre los «Jubileos» del Antiguo Testamento y la Misa crismal, pues dijo que ésta debía ser también para los sacerdotes «tiempo del gran Retorno y del gran Perdón» y ocasión de júbilo por la renovación de las promesas sacerdotales, como un momento privilegiado del «gran jubileo sacerdotal: la renovación de una vida hecha a imagen de Cristo, renovación obrada por su mano todopoderosa».

Luego prosiguió Mons. Sarlinga explicando a los fieles que todo sacerdocio proviene de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Les habló también de las imágenes o figuras con que el Antiguo Testamento se refería al Mesías, y destacó las de Rey, Pastor y Siervo sufriente, que convergen en la de Sacerdote. Al mismo tiempo, hizo hincapié en cómo denomina a Jesucristo «Sacerdote» y «Pontífice» la carta a los hebreos. Aplicando el tema a la relación entre sacerdocio común bautismal y sacerdocio ministerial, dijo también que existe una distinción no de grado sino de esencia entre el sacerdocio común de los fieles, propio de todo bautizado, y el sacerdocio ministerial, como lo enseña el Concilio Vaticano II en la Const. Dogm. «Lumen Gentium»[1].

A continuación, el Obispo hizo alusión al Evangelio, deteniéndose en la expresión de Jesús: «El Señor me ha consagrado por la unción» y dijo, citando a Juan Pablo II, que la ordenación sacramental determina en el presbítero «un nexo ontológico específico, que une el sacerdote a Cristo Sumo Sacerdote y Buen Pastor»[2], explicando que «ontológico» significa, «del ser mismo», y que «nuestro sacerdocio ministerial es de Dios, y lo llevamos en vasijas de barro, en el decir de San Pablo, en bien del pueblo que nos ha sido confiado».

Mons. Sarlinga trajo a colación un párrafo de la Exhortación «Sacramentum Caritatis» del Santo Padre Benedicto XVI, sobre el que pidió a los sacerdotes que lo escucharan con atención y lo reflexionaran: “Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva alianza. Él es sacerdote, víctima y altar; mediador entre Dios Padre y el pueblo (Cf Hb 5,5-10), víctima de expiación que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir: «esto es mi cuerpo y éste es el cáliz de mi sangre» si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza»[3]

Las razones antedichas llevaron al Obispo a establecer en su homilía un nexo indisoluble entre la referencia del sacerdote a Cristo y su relación con la Iglesia, diciendo que «la unción que hemos recibido comporta un profundo sentido de pertenencia en el ser (por consiguiente también «ontológico»; un amor leal, sincero, incondicionado, a la Iglesia», puesto que Cristo mismo la ama como su Esposa, «como a su Cuerpo peregrinante (Cf. Fil. 2,5)» y «en el momento supremo de su entrega al Padre, en la Cruz, se entregó enteramente por ella, por la Iglesia (Cf Ef 5,25)».

Seguidamente hizo una señalada referencia a la 2da. Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios cuando, afirmando que en su apostolado no tuvo sosiego sino tribulaciones, las describe así: «por fuera, luchas, por dentro, temores» (II Cor 7,5), recordando a la vez nuestro Obispo que el Papa Pablo VI, en épocas difíciles (las cuales, acotó, «no son sustancialmente diferentes hoy día») dijo que “(…) una de las impresiones recogidas de los distintos acontecimientos que caracterizan la vida de la Iglesia en estos últimos tiempos dice referencia al doble aspecto dramático (…) en el cual tal vida se desenvuelve, aspecto el cual parece definido por las siempre vigentes palabras de San Pablo: «por fuera, luchas, por dentro, temores». La Iglesia resiste, sufre, lucha, como puede. Sobrevive porque Dios la asiste, y porque muchos de sus hijos son fuertes, pero tal vez son estos los días preanunciados por Cristo: «la caridad de muchos se enfriará» (Mt. 24,12)”[4].

Mons. Sarlinga añadió que «para quien cree, siempre son tiempos de esperanza y de alegría profunda, también éste, y de una esperanza viva y operante». Al mismo tiempo expresó que era entendible que se tuviera «luchas y fatigas» (en el sentido de San Pablo) por causa de la evangelización («En el mundo tendrán muchas luchas», nos anunció el Señor). Ése es un sentido en el que puede entenderse la primera parte de la frase citada de san Pablo en la IIda. a los Corintios: «por fuera, luchas». En cuanto a la segunda frase de la misma: «por dentro, temores», puede significarse con ello «el vivir, en sí, signados interiormente por el miedo o el temor» (porque esto puede darse, es que nos había pedido S.S. Juan Pablo II al inicio de su Pontificado, y luego lo reiteró S.S. Benedicto XVI: «No tengan miedo»).

Hizo luego otra precisión: «Sin embargo, peor aún sería otro significado posible, consistente en «tenernos temor los unos de los otros, dentro de la Iglesia, lo cual sería inconcebible entre hermanos. Si tuviéramos que deber cuidarnos de que los otros no nos hagan daño o insidias, o que no nos tiendan trampas o que procuren hacernos mal, ello obraría en contra de la caridad, destruiría la fraternidad y pondría obstáculos serios a la obra de la evangelización, porque sería como una evidente manifestación de las obras de la carne de las que habla San Pablo en la carta a los Gálatas».

«En cambio, dentro de la Iglesia y en su irradiación al mundo de hoy, donde hay Amor y Perdón, no podrá entrar «el humo de Satanás» - (y añadió el Obispo que citaba allí una expresión de S.S. Pablo VI)[5]- porque, «con la Justicia, el Amor, la Misericordia y el Perdón se le cierra toda fisura o grieta por la que ese tóxico y destructor humo, puede penetrar». Esto dicho, recordó que un Apóstol siempre y en todas circunstancias tiene que ofrecer su sufrimiento por el pueblo que le ha sido confiado, en especial para el fruto de su misión pastoral, y recordó otra vez a San Pablo, «cuando aconsejaba a su discípulo Timoteo, a quien luego ordenó Obispo, cuando lo exhortaba: “Sufre junto conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús” (Tim, 2).

Continuó su homilía exhortando a los sacerdotes a no descuidar, en el pastoreo eclesial, «la dimensión del ofrecimiento de los sufrimientos, como lo hizo el Pontífice Misericordioso de la carta a los Hebreos, cuando nos exhorta a la fidelidad y a la confianza». Razón por la cual, dijo, «nosotros también somos servidores (como el Siervo sufriente) y hacedores de puentes (a imagen del Pontífice Misericordioso de la carta a los Hebreos); con la gracia del Señor, co-constructores de la Iglesia, que queremos ayudar cada día a la construcción de la sociedad». Aquí estamos, dijo, «para renovar hoy nuestra caridad ardiente; para sanar heridas, para darnos consuelo y fortalecimiento los unos a los otros, y no luchas, batallas o temores… Para ser fieles seguidores de Cristo, mediadores, en Cristo y desde su Gracia, entre el Padre y el pueblo, para ser, en un sentido, víctimas de expiación y causa de Alegría y Paz, entregándonos por completo a nuestra misión, para que los pobres sean evangelizados y penetre en nuestras vidas el Reino de Dios. Éstos son los sentimientos de Cristo Jesús, que hoy queremos de nuevo abrazar e imitar».

Mons. Oscar Sarlinga agradeció mucho a los sacerdotes la entrega generosa de la que han dado muestras, en bien de la porción del Rebaño que les fue encomendada, y pidió a los fieles laicos que oraran por ellos, que los quisieran y acompañaran, «cada uno según su vocación y misión» en el pastoreo que el Obispo les encargó.

Concluyó pidiendo «la ayuda de la siempre Virgen María, la Madre de Dios y Madre de la Iglesia».



[1] CONC. ECUM. VAT. II, Const. Dogm. Lumen Gentium, 10.

[2] JUAN PABLO II, Exh. Ap. Postsinodal «Pastores dabo vobis», 11.

[3] BENEDICTO XVI, Exh. Ap. Postsinodal «Sacramentum Caritatis», 23.

[4] PABLO VI, Discurso del 15 de noviembre de 1970, Ciudad del Vaticano.

[5] Cf. PABLO VI, Homilía "Resistite fortes in fide", en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 1972, Ciudad del Vaticano.

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