Palabras del Ángelus en el 1 de noviembre, Fiesta de Todos los Santos
© Sabrina Fusco / ALETEIA |
Queridos hermanos y hermanas
Los dos primeros días del mes de noviembre constituyen para todos nosotros un momento intenso de fe, de oración y de reflexión sobre las “cosas últimas” de la vida. Celebrando, de hecho, Todos los Santos y conmemorando a todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina sobre la tierra vive y expresa en la Liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia celeste.
Hoy alabamos a Dios por el ejército innumerable de los santos y de las santas de todos los tiempos: hombres y mujeres sencillos, a veces “últimos” para el mundo pero “primeros” para Dios. Al mismo tiempo ya recordamos a nuestros queridos difuntos visitando los cementerios: es motivo de gran consuelo pensar que están en compañía de la Virgen María, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del Paraíso.
La solemnidad de hoy nos ayuda así a considerar una verdad fundamental de la fe cristiana, que profesamos en el “Credo”: la comunión de los santos. Es la comunión que nace de la fe y que une a todos aquellos que pertenecen a Cristo en virtud del Bautismo. Se trata de una unión espiritual que no se rompe con la muerte, sino que prosigue en la otra vida. En efecto, subsiste un vínculo indestructible entre nosotros los vivos en este mundo y cuantos han cruzado los umbrales de la muerte. Nosotros aquí en la tierra, junto a quienes que han entrado en la eternidad, formamos una sola gran familia.
Esta maravillosa comunión entre tierra y cielo se realiza de modo más alto e intenso en la Liturgia, y sobre todo en la celebración de la Eucaristía, que expresa y realiza la más profunda unión entre los miembros de la Iglesia. En la Eucaristía, de hecho, encontramos a Jesús vivo y su fuerza, y a través de Él entramos en comunión con nuestros hermanos en la fe: los que viven con nosotros aquí en la tierra y los que nos han precedido en la otra vida, la vida sin fin. Esta realidad de la comunión nos colma de alegría: es bello tener tantos hermanos en la fe que caminan a nuestro lado, nos sostienen con su ayuda y recorren con nosotros el mismo camino hacia el cielo. Y es consolador saber que hay otros hermanos que ya han llegado al cielo, nos esperan y rezan por nosotros, para que podamos contemplar eternamente el rostro glorioso y misericordioso del Padre.
En la gran asamblea de los Santos, Dios quiso reservar el primer lugar a la Madre de Jesús. María está en el centro de la comunión de los santos, como singular custodia del vínculo de la Iglesia universal con Cristo. Para quien quiere seguir a Jesús en el camino del Evangelio, ella es la guía segura, la Madre premurosa y atenta a la que confiar cada deseo y dificultad.
Oremos junto a la Reina de todos los Santos, para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como Él es Santo (cfr Lv 19,2; Mt 5,48).
Después del Ángelus
La liturgia de hoy habla de la gloria de la Jerusalén celeste. Os invito a rezar para que la Ciudad Santa, querida a judíos, cristianos y musulmanes, que en estos días ha sido testigo de varias tensiones, pueda ser cada vez más signo y anticipo de la paz que Dios desea para toda la familia humana.
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