San Martín de Porres, Fotografía de Catedrales e iglesias |
San
Martín de Porres, religioso de la Orden de Predicadores, nacido en Lima,
capital del Perú, en 1579. Ya desde niño, a pesar de las limitaciones
sociales de aquella época, provenientes de su condición de hijo
ilegítimo y mulato, aprendió la medicina que, después, siendo religioso,
ejerció generosamente en Lima, ciudad del Perú, a favor de los pobres.
Entregado al ayuno, a la penitencia y a la oración, vivió una existencia
austera y humilde, pero irradiante de caridad.
En el convento su
vida de heroica virtud fue pronto conocida de muchos, y su humildad era
tan ejemplar, que se alegraba de las injurias que recibía. En una
ocasión, cuando el convento estaba en situación económica muy apurada,
Fray Martín espontáneamente se ofreció al P. Prior para ser vendido como
esclavo, ya que era mulato, a fin de remediar la situación.
Advirtiendo los superiores de Fray Martín su índole mansa y su mucha
caridad, le confiaron, junto con otros oficios, el de enfermero, en una
comunidad que solía contar con doscientos religiosos, sin tomar en
consideración a los criados del convento ni a los religiosos de otras
casas que, informados de la habilidad del hermano, acudían a curarse a
Lima. Bastante trabajo tenía el joven hermano, pero no por eso limitaba
su compasión a los de su orden, sino que atendía muchos enfermos pobres
de la ciudad. El día 2 de junio de 1603, después de nueve años de servir
a la orden como donado, le fue concedida la profesión religiosa y
pronunció los votos de pobreza, obediencia y castidad.
Se sabe que
Fray Martín y santa Rosa de Lima, terciaria dominica, se conocieron y
trataron algunas veces, aunque no se tienen detalles históricamente
comprobados de sus entrevistas.
Si es famoso el santo por sus
virtudes, tal vez lo sea más por sus milagros y por la forma en que los
hacía. Unas veces eran curaciones instantáneas, como la del novicio Fray
Luis Gutiérrez, que se había cortado un dedo casi hasta desprendérselo;
a los tres días tenía hinchados la mano y el brazo, por lo que acudió
al hermano Martín, quien le puso unas hierbas machacadas en la herida.
Al día siguiente, el dedo estaba unido de nuevo y el brazo enteramente
sano. En cierta ocasión, el arzobispo Feliciano Vega, que iba a tomar
posesión de la sede de México, enfermó de algo que parece haber sido
pulmonía, y mandó llamar a Fray Martín. Al llegar éste a la presencia
del prelado enfermo, se arrodilló, mas él le dijo: «levántese y ponga su
mano aquí, donde me duele». «¿Para qué quiere un príncipe la mano de un
pobre mulato?», preguntó el santo. Sin embargo, durante un buen rato
puso la mano donde lo indicó el enfermo y, poco después, el arzobispo
estaba curado. Otras veces, a la curación añadía la prontitud con que
acudía al enfermo, pues bastaba que éste tuviera deseo de que el santo
llegara, para que éste se presentase a cualquier hora. Muchas veces,
entraba por las puertas cerradas con llave, como pudo comprobarlo el
maestro de novicios, quien personalmente guardaba la llave del
noviciado, pues, habiendo estado Fray Martín atendiendo a un enfermo,
salió del noviciado y volvió a entrar sin abrir las puertas. El
asombrado maestro comprobó que estaban perfectamente cerradas. Alguien
le preguntó: «¿Cómo ha podido entrar?» El santo respondió: «Yo tengo
modo de entrar y salir».
Enfermero al mismo tiempo que hortelano
herbolario, cultivaba las plantas medicinales de que se valía para sus
obras de caridad y también desempeñaba el oficio de distribuidor de las
limosnas que algunas veces recogía, en cantidades asombrosas, parte para
socorrer a sus propios hermanos en religión y parte para los
menesterosos de toda clase que había en la ciudad. Su amabilidad se
extendía hasta los animales; hay en su biografía escenas semejantes a
las que se narran de san Francisco y de san Antonio de Padua. Sus
conocimientos de medicina no eran pocos para su época y, cuando asistía a
los enfermos, solía decirles: «Yo te curo y Dios te sana». A los
sesenta años, después de haber pasado cuarenta y cinco en religión, Fray
Martín se sintió enfermo y claramente dijo que de esa enfermedad
moriría. La conmoción en Lima fue general y el mismo virrey, conde de
Chinchón, se acercó al pobre lecho para besar la mano de aquél que se
llamaba a sí mismo perro mulato. Mientras se le rezaba el Credo, Fray
Martín, al oír las palabras «Et homo factus est», besando el crucifijo
expiró plácidamente. Fue canonizado el 6 de mayo de 1962 por el Papa
Juan XXIII, quien profesaba gran devoción por el santo.
fuente: Web de la Orden de Predicadores
No hay comentarios:
Publicar un comentario