lunes, 10 de marzo de 2014

Mensaje de Cuaresma

Algunos párrafos de un mensaje de Cuaresma de Mons. Oscar (del 10 de febrero de 2013).

I. Cuidado con la "desatención" en Cuaresma...
¿Por qué cuesta tanto dar y recibir respuesta?. ¿Podríamos dejar de notar una extendida “desatención”?. Me refiero a una especie de un permanente “seguir el carnaval” (despojado éste de su significación primigenia, como días de particular festividad, que precedían a la penitencia cuaresmal). Estruendos, abundan. A nuestro alrededor (por no hablar de nosotros mismos) muchos miran sin ver, pocos atienden, muchos “oyen”, pocos “escuchan”. Tantísimos, sin embargo, “esperan”, y de esa “espera” nosotros, “los apóstoles”, los evangelizadores (obviamente incluyo al laicado), debiéramos sentirnos “deudores”, tanto así, que toda cómoda o apoltronada instalación o reniegue, en este aspecto, nos debiera preocupar, y mucho. Sería “no querer responder”.

II. Sacar de los males, bienes.
Cito la frase del Mensaje del Papa, “respuesta al don de amor” muy de corazón, porque sólo esa experiencia de gratuidad, y de Pasión será la que podrá de verdad mover a conversión. Quien vive la gratuidad, se deja moldear “un corazón de carne”. Quien no, tristemente avanzará hacia la petrificación del corazón (“un corazón de piedra”).
Porque es la categoría de “encuentro gratuito, amoroso” con Dios Amor la que tiene el poder de disipar en nosotros esa especie tan particular y densa de oscuridad, esa densa y negra como un bitumen, el cual, ennegreciéndonos, nos “impide” -en el sentido más propio- el ver que no es otro sino el amor misericordioso de Dios el único que «revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre (…)” (Cf. Beato
Papa Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 6).

III. Impotencia de nuestras solas fuerzas y Potencia del creer en DIOS.
Por no vivir en plenitud la “gratuidad”, por “desconfiar” (la desconsoladora desconfianza enraizada en el espíritu humano), tantas veces nos sentimos frustrados y casi impotentes, incluso (o en especial) ante nuestro pecado, ante todas las consecuencias de éste (que ni siquiera llegamos a mesurar) o bien ante nuestro endurecimiento, o el de los otros, todo lo cual pareciéramos no poder modificar de ningún modo, o muy poco. Puede dejarnos perplejos la desproporción entre los medios que (con la mejor intención) pudimos haber puesto para que “todo vaya para mejor”, y la realidad que pensamos haber “conseguido”. La actitud que estaríamos llevados a experimentar es la de “abandono” en el sentido abandónico, algo así como el haberse apagado la luz.
¿De dónde surge esa obscuridad?. Esto es así porque en la gravedad del pecado como “voluntaria aversión a Dios” hay siempre, en un sentido u otro, cierto acto de procurar «extinguir el Espíritu» (Cf I Tes. 5, 19), esto es, el procurar extinguir al Compañero inseparable, Dulce Huésped del alma, Consuelo y Dador de bondad, Padre de los Pobres. Una especie de “apagón”.

Sin embargo, la apertura al Espíritu hace que la luz nunca se apague, porque es divina. Los invito a interpretar algún “signo”, y a estos efectos, les aporto algo que recuerdo haber leído en las obras del Obispo y predicador, Bossuet: «Cuando el Todopoderoso quiere mostrar que una obra viene sólo de su mano, entonces reduce todo a la impotencia, y después, Él obra».

IV. La divina esperanza.
Así, aun esperando contra toda humana esperanza, tengamos siempre divina esperanza, porque son los “esperanzados” y los “esperanzadores” (y en este sentido, los “anawin”, los “Pobres de Yahweh”) los que reciben la divina transformación esperada, de manos del Altísimo.
Muchos signos del Amor están a nuestro alrededor, mucho hemos caminado, en nuestro “itinerario hacia la Pascua”. El desear calibrarlo con la mensura “de este mundo”, de nada nos servirá; apliquemos la mirada con los ojos de la Fe, la “virtud-puerta”, y, para nada menor, sino más bien de modo fundante: “a la luz del contenido de la Fe”, de la Iglesia.
(...)
María, Auxilio nuestro

La Virgen Madre, Mujer creyente, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de la Divina Gracia, nos guíe en la Cuaresma, en un itinerario de penitencia purificadora, conversión plenificante (que incluya, real y existencialmente, la solidaridad como dimanación de la caridad, también “hasta que duela”), “per crucem ad Lucem”, por la Cruz, a la Luz.


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