martes, 16 de marzo de 2010

ORDENACIÓN DIACONAL DE CARLOS ROSELLÓ EL SÁBADO 6 DE MARZO EN LA PARROQUIA DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN DE BARADERO


El Sr. Obispo Mons. Oscar Sarlinga ha ordenado diácono permanente al acólito Carlos Roselló, consagrado perteneciente a la "Familia oblatina" (Oblatos diocesanos) presente en distintas diócesis del país, y en especial en Gregorio de Laferrere y en San Justo. El nuevo diácono permanente se desempeña desde hace muchos años, con gran dedicación, en el apostolado de la parroquia de Nuestra Señora de Luján, de Baradero. Monseñor Roberto Amondaráin, pastor propio de esa comunidad, lo había presentado para la recepción del diaconado permanente, habida cuenta que, con ese fin, Carlos se ha formado especialmente durante 4 años, y para ello ha tenido el voto favorable del Director general y su consejo, y asimismo de la Escuela de Ministerios y Diaconado Permanente de la diócesis.


La sagrada ordenación, que tuvo lugar el pasado sábado 6 del corriente, tuvo como participantes de la "Familia Oblatina" a su Director general, Onofre Pighin, al Pbro. Fabián Urueña, secretario y formador, al Pbro. Fernando Pozzi, consejero y párroco, al Pbro. Virginio Isottón, Asesor de las Oblatas diocesanas y cura párroco, al Sr. Federico Sosa, ecónomo, a la responsable general de las Oblatas diocesanas, Sra. Rosa Giacchetti, y a los fieles asociados a los Oblatos diocesanos, Luis y Graciela Paz y Mercedes B. de Angelo. En la ceremonia estaban presentes los padres del ordenado, su hermana y familia.

Junto a los sacerdotes arriba mencionados, concelebraron con el Sr. Obispo los siguientes sacerdotes: Mons. Edgardo Galuppo, vicario general, el Pbro. Atilio Rosatte, cura párroco de Santiago Apóstol, de Baradero, y el Pbro. Fernando Fusari. Asistió el diácono adscripto de Santiago del Baradero, Ricardo Dib, y los seminaristas provenientes de esa ciudad, Adrián Lazaro y Francisco Liaudat.

El Sr. Obispo habló de la diaconía de la verdad, de la palabra, de la caridad y de la salud.

En efecto, la promoción de la caridad y del servicio en la iglesia incluye un campo de apostolado tan amplio como diversificado. El diacono es testimonio de la presencia viva de la caridad de toda la iglesia en sus mas diferentes aspectos. Por tanto contribuye para la edificación del cuerpo de Cristo, de la Iglesia domestica, al reunir la comunidad dispersa en una profunda comunión eclesial. Ejerce una función importante en la construcción de la comunión jerárquica, como también en la renovación de toda la comunidad a través del desarrollo del espíritu de familia. Cultiva un gran amor a todos los hombres de cualquier religión o raza, y se hace un servidor de la humanidad como Jesús. En el seno de la comunidad despierta diferentes vocaciones, al animar los diversos servicios y carismas (Cf Documento de Puebla n. 715).En la promoción social y en la vivencia de las obras de misericordia se empeña conjuntamente con las obras de misericordia se empeña conjuntamente con la Iglesia Latinoamericana en la opción preferencial por los más pobres, por los marginados y por los más necesitados.

El ejercicio de la caridad, sintetizado en la expresión servicio de las mesas, es la principal perspectiva del diaconado en la Iglesia primitiva. Hipólito de Roma afirma que los diáconos deben cuidar de los enfermos y comunicar al Obispo la situación de ellos, a fin de que pueda visitarlos (III,3). La “ Didascalia” insiste que los diáconos visiten a todos los que están pasando necesidad y a los que andan tristes (Didascalia de los Apóstoles, III,3,7). Lo mismo ocurre en las Constituciones Apostólicas.

El diacono debe distinguirse por grandes cualidades, como la fuerza de voluntad, la benevolencia, la misericordia y la solicitud por las viudas y los pobres. El gran ministerio de los diáconos, en los inicios de la Iglesia.

El concilio de Trento afirma que el diaconado se distingue de todos los otros ministerios eclesiales y se aproxima al sacerdocio, sin que el diácono, naturalmente, sea un sacerdote, antes bien, como lo dice la constitución Lumen Gentium, es un ministro ordenado, no en vistas al sacerdocio sino al servicio. Entre las varias tareas que son propias del diacono, se resalta la caridad, también en su dimensión social. El Concilio de Trento dice: "Todo lo que se refiere a las necesidades materiales de los huérfanos, de las viudas, de los necesitados, de los enfermos y de todos los fieles, todo eso debe ser diligente, ente investigado por lo diáconos y, con compasión, por ellos realizado. Si, por negligencia, esas providencias no son tomadas, toca a los obispos investigar con cuidado y celo para el bien del pueblo fiel”.

El concilio Vaticano II recuerda esa función en el propio texto de la restauración del diaconado:” Dedicado a los oficios de la caridad y de la administración, reacuérdense los diáconos del consejo del Bienaventurado Policarpo: Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor que se hizo servidor de todos”(LG9).

El rito de las Ordenaciones de los Diáconos, al sugerir un texto para la homilía del obispo, se dirige así a la comunidad: “ Consagrados por la imposición de las manos, que procede de los Apóstoles y vinculados mas íntimamente al servicio del altar, los diacono ejercerán el servicio de la caridad en nombre del obispo y del párroco. Amparados por Dios, procedan conforme su ministerio para que podáis reconocer como verdaderos discípulos de aquel que no vino para ser servido sino para servir” ( Rito de Ord. De los diáconos, n. 14).

Juan Pablo II, en su alocución de 13 de octubre de 1993, reafirmaba: “ Otra función de los diáconos es la caritativa, que comporta también un oportuno servicio en la administración de los bienes y en las obras de caridad de la iglesia. Los diáconos tienen en este campo la función de ejercer en nombre de la jerarquía los deberes de la caridad, de la administración y del bien como, las obras de servicio social”. Dentro de este contexto no podemos dejar de ubicar la, intima relación entre la liturgia y el servicio social.

En la diócesis se ha evaluado como muy positiva la inserción del diacono en el diáalogo entre la Iglesia y el mundo por evangelizar, entre la jerarquía y los laicos. Diálogo que favorezca en el seno de la Iglesia la integración de todos los ministerios, en vista de una coman vocación al servicio; dialogo ad extra, en relación con el mundo, que promueva los verdaderos valores y este abierto a los signos de los tiempos, denunciando al mismo tiempo, las injusticias y los desvíos. Una presencia fraterna y misionera ante todo por el testimonio personal. Una inserción en la realidad social, en el sector civil.

Al mismo tiempo, el Obispo encomendó al nuevo diácono la atención especial de los ancianos y enfermos. En efecto, se vive un nuevo concepto de salud, no ya como ausencia de enfermedad sino como calidad de vida. Salud integral de vida con salud integrada a la vida. Se va superando la ideología médica imperante en los últimos siglos donde el fenómeno de la enfermedad era para el médico una cuestión que resolvía él (él curaba) con tratamiento, medicación y técnicas. El enfermo era un mero asistido; a lo máximo un usuario. El enfermo era un ser científicamente cognoscible y humanamente desconocido.

Ciertamente, han surgido graves problemas como la burocracia, deshumanización y politización en el sistema de salud. Si en muchas instituciones salud está ausente la humanización, no es sólo ni principalmente por falta de recursos físicos, económicos y humanos, sino porque hay muchos profesionales pobres en ideales y en una visión integral de la persona.

Para la Iglesia, salud y pastoral es un matrimonio indisoluble. Es una misión indelegable. Cura sanando y sana evangelizando. Consciente de la seriedad de su responsabilidad, la Iglesia ha de promover una pastoral de la salud acertadamente ubicada, cuidadosamente disciplinada, especialmente formada y capacitada, debidamente encarnada, para ejercer el servicio humanizador y sanador de la fe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario