martes, 13 de mayo de 2008

PENTECOSTÉS EN LA CASA DEL CENÁCULO


Junto con una gran cantidad de sacerdotes y fieles laicos, Mons. Oscar Sarlinga celebró la solemnidad de Pentecostés en la Casa de Nuestra Señora de Luján, del Cenáculo, en Exaltación de la Cruz. Fue la oportunidad en la cual dio el sacramento de la confirmación a varios jóvenes de la comunidad. Durante la misa dos miembros renovaron sus votos dentro de la asociación de fieles correspondiente.

La gran cantidad de jóvenes presentes (entre los cuales un ómnibus del grupo juvenil de la catedral de Campana), las familias, que han venido a acompañar a los casi 30 integrantes de la comunidad, que pertenecen a distintos países, expresó un clima de fiesta vivido con piedad y espíritu de fe. La comunidad del Cenáculo es conocida en Argentina como la Fraternidad de Nuestra Señora de Luján, cuya casa (en su sede ubicada en el cruce de las calles Bernárdez y Miguel Cané, en el kilómetro 69 de la ruta 8 -barrio Parque Sakura-) organizó la celebración de Pentecostés, que reunió a fieles y simpatizantes de distintos partidos e incluso de Buenos Aires.


Durante la misa, Mons. Sarlinga dijo la siguiente homilía:

HOMILÍA DE PENTECOSTÉS

EN «IL CENACOLO»

DE EXALTACIÓN DE LA CRUZ


Queridos sacerdotes, queridos jóvenes,


Hermanos y hermanas en el Señor que han venido con espíritu de Fe a esta celebración de Pentecostés, en esta Casa de oración y de paz, Casa de María de Luján,

I.

FESTIVIDAD DE LA IGLESIA MISMA, EN UNA «NUEVA EPÍCLESIS»

Estamos llamados hoy a vivir una renovada «epíclesis», palabra que a muchos no resultará familiar, y que no es otra cosa que la invocación de la presencia del Espíritu Santo, su derramamiento, su efusión, sobre nosotros, como en un renovado Pentecostés, que hoy estamos viviendo. Y bien. Hoy estamos juntos, unidos. Hoy también nosotros queremos ser un «cenáculo» de discípulos fidelísimos, y de misioneros ejemplares del Nombre cristiano. La Liturgia nos congrega en el Nombre de Jesús, el cual se hace presente entre nosotros, pues Él no nos deja huérfanos; y no lo hace puesto que nos ha enviado al Espíritu «Paráclito», el que nos consuela, el Abogado, el que nos fortalece (Cfr. Jn. 14-18, 16, 26; 16, 7). Entramos así, vivencialmente, en el misterio mismo de la Santísima Trinidad, porque en Pentecostés, como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, el Espíritu Santo "se manifiesta, da y comunica como Persona divina (...). En este día se revela plenamente la santísima Trinidad".

Pentecostés es la Festividad de la Iglesia misma, que hoy celebramos y en la cual, a través de la Palabra y de la Eucaristía, nos llenan en nuestro interior las llamas del Espíritu Santo, para arder en un fuego divino del Amor. Porque «dejarse inflamar por el Espíritu Santo», es condición esencial para que se realice un «nuevo Pentecostés». A este respecto, les recuerdo hoy a todos, y especialmente a los queridos jóvenes, esas palabras que dirigió el Santo Padre Benedicto XVI, en su primera visita pastoral, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud del 2005: “Déjense inflamar por el fuego del Espíritu, para que un nuevo Pentecostés renueve los corazones de ustedes. Que por la mediación de ustedes, sus coetáneos de todas las partes de la tierra lleguen a reconocer en Cristo la verdadera respuesta a sus esperanzas y se abran a recibir al Verbo de Dios encarnado, que ha muerto y resucitado para la salvación del mundo”.

II.

NUESTRA MEDIACIÓN, EN LA UNIDAD Y LA MISIÓN

Esa «mediación» constituye hoy, también, nuestra misión. ¿Hemos venido con la disponibilidad de asumirla?. Porque de esa asunción de responsabilidad podrá también depender el que otros quieran «abrirse a recibir el Verbo». Todo «don» conlleva «responsabilidad».

¿Qué significa asumir, además de lo que ya sabemos?. El asumir la misión implica a la vez abrir las puertas del corazón, a fines de dejar entrar el aire sano y fresco. Todos los días necesitamos un «soplo oxigenador», no tanto que apunte principalmente a reformas estructurales (aunque éstas puedan ser también legítimas y aún necesarias) sino por sobre todo con una «renovación espiritual», en el Amor, que nos dé un sentido de «vida nueva», de «renovación de la alegría», el «sentido mismo y primordial» de todo y del todo, que el mundo está perdiendo (aunque desearía interiormente encontrarlo, a quién le cabe duda…).

Es nuestra tarea poner en obra «energías latentes» (la expresión es de Pablo VI) para el Anuncio del Mensaje a todos cuantos entren en contacto con nosotros. Eso es evangelización, la cual, como nos lo recordaba Juan Pablo II, ha de ser «nueva en su ardor, en sus métodos y en sus modos de expresión». Es «nueva» en tanto «renovada», porque en ningún momento de la historia de la Iglesia el Espíritu la ha abandonado; nunca le negó su soplo, antes bien, siempre la ha alentado. Como bellamente afirmaba en una oportunidad el Papa Pablo VI: "El soplo oxigenador del Espíritu ha venido a despertar en la Iglesia energías latentes, a suscitar carismas adormecidos, a infundir aquel sentido de vitalidad y de alegría que, en cada época de la historia, hace joven y actual a la Iglesia, dispuesta y feliz para anunciar su eterno mensaje a los tiempos nuevos"3. Nosotros todos somos rejuvenecidos (sin importar la edad cronológica) si nos disponemos a anunciar el mensaje de salvación.

Dijimos que hoy celebramos la Festividad de la Iglesia misma. Ella, en sí, nació el Viernes Santo, en la Cruz del Señor. Pero se manifestó al mundo en Pentecostés. El Padre y el Hijo nos envían el Espíritu Santo, acontecimiento que marca «el nacimiento eclesial ante el mundo», cuando los Apóstoles, columnas de la Iglesia, fueron "revestidos del poder de lo alto" (Hech 1, 5). Si nos fijamos bien, el gran acontecimiento eclesial presupone el que los Apóstoles y los discípulos permanecían «juntos», con María, la Madre de Jesús. La unidad posee un gran valor. “Permanecer juntos –nos enseñaba el Papa Benedicto- fue la condición que puso Jesús para recibir el don del Espíritu Santo; el presupuesto de su concordia fue la oración prolongada. De este modo se nos ofrece una formidable lección para cada comunidad cristiana. A veces se piensa que la eficacia misionera depende principalmente de una programación atenta y de su sucesiva aplicación inteligente a través de un compromiso concreto. Ciertamente el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier otra repuesta se necesita su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia”. Será éste otro motivo de meditación acerca de «permanecer juntos, como Iglesia, como hermanos en la Fe. Allí estará siempre el Espíritu Divino, según el decir de San Ireneo: “Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia: el Espíritu es la verdad”.

III.

LA IGLESIA UNIDA Y LA DIVERSIDAD DE LENGUAS EN EL «CAMBIO EPOCAL»

Así las cosas, ¿cómo podríamos pensar que Pentecostés fue un acontecimiento histórico que se dio una vez, y basta, como si sus efectos no se renovaran hoy?. Pentecostés ocurre hoy, aquí, 11 de mayo de 2008. Pentecostés es permanente, es actual, porque el Espíritu Santo, sean cuales fueran las condiciones de nuestra vida, nunca abandona a la Iglesia y a todos y cada uno de los suyos.

En este gran «cambio epocal» que vive nuestra civilización, en la cual pareciera que la Palabra del Señor es poco escuchada, poco recibida en los corazones (o incluso que recibe contradicciones convencidas u organizadas), recordamos, junto con el gran teólogo que fue Henri de Lubac, que «es imposible entender al Espíritu sin escuchar lo que Él dice a la Iglesia»6. Lejos de ser «eclesiocentrismo», esta realidad resulta del sentido de la misión. Faltaríamos a la verdad si no lo proclamáramos.

Y la realidad histórica y religiosa inaugurada en Pentecostés es abierta, universal, «católica». El estupor causado por el cristianismo irradiante entre los pueblos nos lo atestigua: «Todos estuvieron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas, según que el Espíritu les permitía expresarse (…) y (…) cada los escuchaba hablar en su propia lengua» (Hch 2). La diversidad puede significar también unidad. Existe un comentario judío al Éxodo, refiriéndose al capítulo 10 del Génesis, en el que se traza un mapa de las setenta naciones que, según se pensaba en aquella época, formaban la totalidad de la humanidad. A dichas naciones se las envía al Monte Sinaí para escuchar la palabra de Dios, y fue allí donde la voz de Dios se dividió en setenta, para hacer la unidad: "En el Sinaí la voz del Señor se dividió en setenta lenguas, para que todas las naciones pudieran comprender" 7. Así, también en el Pentecostés que relata san Lucas, la palabra de Dios, mediante los Apóstoles, se dirige a la humanidad para anunciar a todas las naciones, en su diversidad, «las maravillas de Dios» (Hch 2, 11). Si prestamos atención, veremos que aquí está el sentido más profundo del milagro de las lenguas… cada uno conserva la propia, pero todos convergen, en la expresión y en la comprensión, convergen en la misma Verdad, en el Espíritu de Verdad.

Dicho milagro manifiesta la realidad de la diversidad de los pueblos, que por virtud del Evangelio se compagina en armoniosa y fraterna unidad, en el sentido en que se refiere San Pablo en la carta a los Efesios: «Ustedes deben respetarse los unos a los otros con amor –escribe san Pablo- esforzándose por conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz: un solo cuerpo y un solo Espíritu, como en una sola esperanza han sido llamados: uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno es Dios y Padre de todos» (Ef. 4, 2-6). Uno y todos; son los puntos centrales de esta la concepción espiritual traída por Pentecostés, para una manifestación social, mundial, de la humanidad «polarizada en Cristo».

¿Vemos el alcance real de todo esto?. ¡Cuánto para dejar transformar nuestras vidas!. Y, a la vez, qué distancia tan inmensa existe entre entenderlo conceptualmente, y dejarlo penetrar en el corazón. Pero, ¡aquí estamos, Señor!. Somos «uno y todos».

Y lo somos para celebrar Su Gloria: Laudate Dominum omnes Gentes!, ¡Alaben a Dios, todas las familias de los pueblos!. Para la felicidad de la humanidad, para una transformación de la sociedad en el Amor y para el camino hacia la vida eterna.

Con la ayuda de María la Madre de Dios, tan cercana a nosotros en Luján, Estrella de la Evangelización.

+Oscar Sarlinga

La «Comunidad Cenáculo» fue fundada en el mes de julio de 1983 gracias a la intuición de una mujer, sor Elvira Petrozzi, que quiso donar su propia vida en favor de los adictos y de los jóvenes descarriados y que han perdido el sentido de la vida.

La sede principal de la Comunidad se halla en Saluzzo, en Italia. Hoy la Comunidad, la cual, en sentido canónico, es una asociación de fieles, cuenta con 27 hermandades distribuidas en Italia y en otros países (tales como Francia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Brasil, Austria, República Dominicana, E.E.U.U., México y Argentina), y alberga alrededor de 1.800 muchachos y muchachas. Ella desea ser una luz en las tinieblas, un signo de Esperanza, el testimonio que la muerte no tiene la última palabra. Se propone a los jóvenes un estilo de vida simple, familiar, que hace descubrir de nuevo los dones del trabajo, de la amistad y de la Fe en la Palabra de Dios.

No se trata de una comunidad terapéutica, en el sentido corriente del término, sino que el concepto es una escuela de vida, que parte de la idea que el problema de la droga hunde sus raíces en la familia y en los vínculos del afecto del joven. En la Argentina la Casa de Ntra. Sra. de Luján, se encuentra en el partido de Exaltación de la Cruz, en el límite con el partido de Pilar. Jurisdicionalmente se encuentra en el ámbito de la parroquia de la Sagrada Familia, de Los Cardales.

Al finalizar la santa misa los jóvenes de la Comunidad del Cenacolo ofrecieron una cena para todas las personas que se encontraban presente. Así mismo al finalizar la misma realizaron un Via Crucis, en donde representaron todos los misterios de la vida de Jesús desde la Resurrección hasta la Ascensión. En un clima de verdadera fiesta se celebró así el Domingo de Pentecostés en nuestra diócesis.


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