martes, 9 de junio de 2009

EFUSIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LA DIÓCESIS DESDE LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS HASTA LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

En la solemnidad de Pentecostés la diócesis tuvo el gozo de la celebración del sacramento de la confirmación en la parroquia de Nuestra Señora de las Gracias (Pilar) y en la Comunidad del Cenáculo (Parque Sakura, partido de Exaltación de la Cruz). Ambas dos celebraciones, presididas por el Sr. Obispo, contaron con la presencia de gran cantidad de fieles, y en el caso de la parroquia de las Gracias, con la presencia y animación de su cura párroco, Pbro. Fernando Crevatin, y de los laicos y laicas que están preparándose para la conformación del consejo pastoral (con los cuales el Sr. Obispo mantuvo un diálogo muy animado al terminar la celebración, junto con el P. Crevatin). En el Cenáculo hubo fiesta (es como "la fiesta patronal" de la comunidad), con una serie de actividades durante el día, que culminaron con la misa presidida por Mons. Sarlinga, con participación de numerosos sacerdotes, de cerca de 400 fieles laicos, durante la cual se administró el sacramento de la confirmación.

Hubo celebración de confirmaciones asimismo en San Antonio de Areco el día Domingo 31 de Mayo por la tarde, presididas por Mons. Santiago Herrera, pro-vicario general, y en Capilla del Señor una semana después, el Sábado 6 de Junio también por la tarde, presididas por Mons. Edgaro Galuppo, vicario general.
El sábado en las vísperas de la solemnidad de la Santísima Trinidad, el Sr. Obispo fue a la parroquia de la Beata Teresa de Calcutta, donde el cura párroco, Pbro. Eduardo Carrozo, las catequistas y laicos comprometidos habían preparado una estupenda ceremonia, en la cual fueron confirmados 30 jóvenes de la comunidad parroquial. La celebración estuvo precedida por un encuentro fraterno durante la tarde, fue festiva y manifestó el intenso trabajo pastoral de la comunidad parroquial, guiada por su pastor.

Han sido acontecimientos de gracia en nuestra diócesis. En Pentecostés viene el Espíritu Santo y nace la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los que han «nacido de lo alto», "de agua y Espíritu", como dice el evangelio de san Juan (cf. Jn 3, 3. 5). La comunidad cristiana no es, ante todo, el resultado de la libre decisión de los creyentes; en su origen está primariamente la iniciativa gratuita del amor de Dios, que otorga el don del Espíritu Santo. La adhesión de la fe a este don de amor es «respuesta» a la gracia, y la misma adhesión es suscitada por la gracia. Así pues, entre el Espíritu Santo y la Iglesia existe un vínculo profundo e insoluble. A este respecto, dice san Ireneo: «Donde está la Iglesia, ahí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la Iglesia y toda gracia» (Adv. haer., III, 24, 1). Se comprende, entonces, la atrevida expresión de san Agustín: «Poseemos el Espíritu Santo, si amamos a la Iglesia» (In Io., 32, 8).

El relato del acontecimiento de Pentecostés subraya que la Iglesia nace universal: éste es el sentido de la lista de los pueblos —partos, medos, elamitas... (cf. Hch 2, 9-11)— que escuchan el primer anuncio hecho por Pedro. El Espíritu Santo es donado a todos los hombres, de cualquier raza y nación, y realiza en ellos la nueva unidad del Cuerpo místico de Cristo. San Juan Crisóstomo pone de relieve la comunión llevada a cabo por el Espíritu Santo, con este ejemplo concreto: «Quien vive en Roma sabe que los habitantes de la India son sus miembros» (In Io., 65, 1: PG 59, 361).

Del hecho de que el Espíritu Santo es «la nueva alianza» deriva que la obra de la tercera Persona de la santísima Trinidad consiste en hacer presente al Señor resucitado y con él a Dios Padre. En efecto, el Espíritu realiza su acción salvífica haciendo inmediata la presencia de Dios. En esto consiste la alianza nueva y eterna: Dios ya se ha puesto al alcance de cada uno de nosotros. En cierto sentido, cada uno, «del más chico al más grande» (Jr 31, 34), goza del conocimiento directo del Señor, como leemos en la primera carta de san Juan: «en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa— según os enseñó, permaneced en él» (1 Jn 2, 27). Así se cumple la promesa que hizo Jesús a sus discípulos durante la última cena: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26).

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