Sábado 3 de septiembre de 2009
(Después de saludar a los sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos, religiosas, autoridades civiles y laicos y laicas presentes en gran número, el Obispo dijo la siguiente homilía, cuyas partes principales transmitimos aquí, pues espontáneamente se refirió a los sacerdotes y diáconos que ayudarían al cura párroco en su misión pastoral, y a la importancia de contar con un laicado activo y evangelizador)
HOMILÍA
Hemos escuchado en la lectura del Libro del Apocalipsis (3,17 ss) lo que el Espíritu dice al Ángel de la iglesia de Filadelfia, en el Salmo 22, que nuestro Pastor es el mismo Señor, y en el Evangelio (Jn 20,19 ss) que nuestro mismo Señor Resucitado nos desea, nos manda, diría, la Paz, que viene de Él y que constituye nuestra vida misma, como cristianos, en la Iglesia y en el mundo. La Iglesia ha nacido de los dones del Espíritu Santo: el arrepentimiento y la fe en el Señor resucitado. Ella se ve impulsada por el mismo Espíritu en cada época a llevar la buena nueva de nuestra reconciliación con Dios en Cristo a toda la humanidad (cf. Ap 5,9).
El trozo del libro del Apocalipsis que se acaba de proclamar nos dice que el Señor, el Santo, el Verdadero, manda al Escritor Sagrado el escribir al Ángel de la Iglesia en Filadelfia, aquella a la que Dios mismo anima para que conserven todo lo bueno y verdadero, para que sea columna de su Templo. Ya desde los tiempos patrísticos ha habido interpretaciones acerca de que las siete iglesias del Apocalipsis corresponden a siete épocas sucesivas o edades en el desarrollo de la Iglesia en la historia. La fidelidad de la iglesia de Filadelfia consiste en que guarda la Palabra de Dios, y su Amor, realizado en el cuerpo eclesial; por eso, nunca verá muerte (Cf Jn 8,51).
La llave de David a la que hace alusión la Escritura nos lleva a la presencia de Dios y, ello, a tener un corazón conforme a su Amor, porque el ser humano mira meramente lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón, como cuando eligió a David y dijo al profeta: “Levántate y úngelo, porque éste es…y desde aquel día en adelante el Espíritu del Señor vino sobre David… (I Samuel 16,07 y 12). Si conservamos la fidelidad, pese a la debilidad humana, tendremos la fuerza de Dios (Cf. Ap 3,8); lo importante es reconocer que somos débiles y que necesitamos de la fuerza divina, sin complacernos ni gloriarnos a nosotros mismos, sino en la Gracia, para que repose en nosotros el poder de Cristo (Cf II Corintios 12,9).
Todo lo podemos, si Él nos envía, y aceptamos ese envío con humildad, la verdadera humildad, la única, que es la de sabernos totalmente necesitados de Dios, porque, el que se enaltece, será humillado, y el que se humilla, será enaltecido (Cf Mt 23,12). Con humildad, guardaremos su Palabra (Cf Ap 3,10).
"Paz a ustedes" (Jn 20,19), nos dijo el Señor, y con estas palabras, las primeras que el Señor Resucitado dirigió a sus discípulos, nos saluda hoy a todos nosotros, quienes estamos aquí, en esta iglesia de la Natividad del Señor, de Belén de Escobar.
A la ciudad de Escobar han confluido desde su fundación diversas corrientes inmigratorias, en especial de italianos, portugueses, japoneses, y más recientemente bolivianos, junto con otros. Ella tiene buenos motivos para alabar la capacidad de las generaciones pasadas de aglutinar grupos de inmigrantes muy diferentes en la unidad de la fe católica y en el esfuerzo común por difundir el Evangelio, el sentido de pertenencia a la Iglesia, desde la libertad religiosa, derecho fundamental, y desde nuestro derecho-deber de evangelizar, porque, como comunidad católica consciente de su rica multiplicidad, la Iglesia en Escobar ha apreciado cada vez más plenamente la importancia de que cada individuo y grupo aporte su propio don particular al conjunto. Ahora estamos dispuestos a afrontar nuevos desafíos evangelizadores (pensemos en el crecimiento inmenso de la población en este partido) con la esperanza que nace del amor de de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. (cf. Rm 5,5).
En la toma de posesión de un nuevo párroco, reiteramos la llamada urgente de los Apóstoles a la conversión para el perdón de los pecados y para implorar al Señor una nueva efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia en esta ciudad, en este partido. Una parroquia, en tanto comunidad de comunidades, forma parte de la unidad de Iglesia que es la diócesis, la cual, como la Iglesia universal, es comunidad estructurada visible, y a la vez comunión espiritual, cuerpo místico animado por los múltiples dones del Espíritu y sacramento de salvación para toda la humanidad[1]. Que este día sea para todos los católicos de esta comunidad una ocasión para reafirmar su unidad en la fe apostólica, para ofrecer a sus contemporáneos una razón convincente de la esperanza que los inspira (cf. 1 P 3,15) y para renovar su celo misionero al servicio de la difusión del Reino de Dios.
Exhorto hoy al Padre Daniel, vuestro nuevo párroco, que como Pastor ayude a esta porción del Pueblo de Dios a vivir en la esperanza, pues nos dice San Pablo, "en esperanza fuimos salvados" (Rm 8,24), así como también el Papa Benedicto nos recuerda que podemos vivir una vida renovada, en Cristo, porque quien tiene esperanza ha de vivir de otra manera[2] Que ustedes, mediante sus plegarias, el testimonio de su fe y la fecundidad de su caridad, indiquen el camino hacia ese horizonte inmenso de esperanza que Dios está abriendo también hoy a su Iglesia, más aún, a toda la humanidad: la visión de un mundo reconciliado y renovado en Jesucristo, nuestro Salvador. A Él honor y gloria, ahora y siempre. Amén
Por supuesto, tenemos una historia, y la vocación por la dimensión misionera de toda la pastoral hemos venido trabajándola en las distintas instancias de nuestra Iglesia local desde algunos años. Quisiera augurar para esta parroquia de la Natividad, hoy, en la toma de posesión de su nuevo Pastor, la realización de la riqueza que nos ofrece nuestro «Plan Pastoral», el cual, en el capítulo I («EL CAMINO PASTORAL RECORRIDO NOS ORIENTA, Y NOS ALLANA EL CAMINO POR RECORRER»), en el n. 2, nos brinda «Orientaciones programáticas efectivamente realizadas y re-asumidas en este Plan Pastoral», entre las cuales las siguientes:
-La Misión como una necesidad permanente y una actitud necesaria para la evangelización de nuestra diócesis.
-El impulso de la Pastoral de Juventud y Pastoral Vocacional
-El apoyo a los Movimientos eclesiales en la diócesis y a su integración en la Pastoral orgánica.
Asimismo, en el capítulo I, n. 7, cuando se habla de la profundización en la dimensión evangelizadora de toda la Pastoral, nuestro Plan diocesano nos recuerda a todos que “(…) el Proyecto pastoral debe profundizarse aún más al considerar el aspecto evangelizador, el objetivo de lograr una DIÓCESIS MISIONERA”. También en ese sentido, el «camino recorrido», o la misma realidad eclesial vivida, tiene mucho para proponernos, también a nivel de la parroquia, con su centro, sus barrios, sus capillas, y también en la parroquia de San Juan de la Cruz e iglesia de Nuestra Señora de Itatí (con sus capillas, Nuestra Señora de Luján, San Cayetano, y otros centros pastorales).
En distintas ocasiones hemos reflexionado sobre la necesidad de la misión entendida en primer lugar dentro de la misma comunidad diocesana (de hecho en estos días más de 300 jóvenes están misionando en la jurisdicción de la iglesia catedral de Campana); ése es el sentido del llamado "estado de misión", como “gesto concreto de misión” pero también hemos de tener en cuenta la dimensión misionera de toda la pastoral en una parroquia, con todas sus consecuencias, la justicia, la caridad, la apertura de puertas que nos da la fe, en vistas a un orden justo en la sociedad, puesto que la promoción humana integral forma parte integrante de la Evangelización, tal como les decía un servidor en el Mensaje que les dirigí con motivo de la apertura del «Año Paulino Jubilar»:
“En este tiempo de gracia es ocasión propicia también para que reflexionemos en la relación esencial entre justicia y caridad, virtudes inseparables, tema al cual el Papa le ha dedicado una especial consideración en la segunda parte de su Encíclica «Deus Caritas est». No existe caridad sin justicia. Al mismo tiempo, el cristiano está llamado a buscar siempre la justicia, llevando dentro de sí el impulso superador que proviene del Amor, que supone la justicia y la trasciende. Reaprender a ser justos, a compartir, a crear condiciones de justicia y paz, implica abrir el corazón a Dios y a los hermanos. Que sea éste un tiempo en que podamos ver cómo la fe abre puertas extraordinarias al trabajo por un orden justo en la sociedad, a una «caridad social» rectamente entendida y aplicada, y en particular en lo referente a los fieles laicos, en la participación personal en la vida pública, cooperando con los demás ciudadanos"[3].
La Evangelización es la vocación más profunda de la Iglesia, la evangelización con la Palabra, con los sacramentos (momentos privilegiados de evangelización), la catequesis, y, como he dicho, la promoción humana integral.
Para lograrlo, con la Gracia del Señor, querido cura párroco que hoy asumes tu misión, queridos religiosos, religiosas, queridos laicos, ayúdense mutuamente, vivan en fecunda comunión, en la CONCORDIA, que es la condición fundamental para que florezca la evangelización, y no en la discordia, la cual, como su nombre lo indica (dis-cordia) es desunión de corazones, tantas veces producida por la envidia, los celos, el orgullo (incluso con solapadas formas) y toda clase de maldad.
La con-cordia, la unión de los corazones, Don magnífico de Dios que manifiesta la salud de una comunidad, es lo que nos hace fuertes en Cristo para asumir una misión. Así como este templo, que ha sido declarado co-catedral por S.S. Benedicto XVI (en 2008) se encuentra en plena restauración, también nostros prosigamos el trabajo de restaurar, en el Amor de Cristo, nuestra iglesia particular, nuestras familias, nuestra vida entera, para que en Él tengamos vida, caridad verdadera (también social) y que la Paz de Cristo con nosotros esté, como cuando los Apóstoles perseveraban en la oración con María, la Madre de Jesús. Puesto que hemos recibido su Santo Espíritu, conservémoslo en la unidad y llevémoslo a un mundo que nos rodea, muy necesitado de Él.
Así sea.
[2] Cf. BENEDICTO XVI, Enc. Spe Salvi, 2.
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