MONS. OSCAR SARLINGA RELACIONA EL AÑO PAULINO CON EL CREDO DEL PUEBLO DE DIOS, DE PABLO VI, QUE CUMPLIÓ CUARENTA AÑOS
(Luego de profundizar con los fieles el sentido de la existencia de diversas advocaciones de la Santísima Virgen, y en especial, en su festividad, el sentido de Nuestra Señora del Carmen, y luego también de explicar la razón última de las indulgencias, y recordar las que se ganan en el Año Paulino, tanto por disposición del Santo Padre como del Obispo diocesano, Mons. Sarlinga continuó su homilía centrándose en el don y vivencia de la Fe que se hace vida, y de la Profesión de Fe del Pueblo de Dios, de Pablo VI -1968-, de la cual se cumplieron 40 años el 30 de junio ppdo., y de lo que, a su juicio, es la relación de esta última con la convocación del Año Paulino Universal de Benedicto XVI). Concelebraron la Misa con el Obispo los sacerdotes de Zárate, Mons. Ariel Pérez, cura párroco, Mons. Santiago Herrera, Mons. Montferrand, Mons. Monteagudo, el P. Montes, SDB, el Pbro. Eduardo Carrozo y el Pbro. Eduardo Mussato. Luego de la Misa tuvo lugar una nutrida procesión que recorrió las calles de la ciudad, incluso en algunos lugares simbólicos.
Aquí va el texto principal de la homilía del Obispo:
(…) Por eso, hermanos y hermanas, en esta festividad de Nuestra Señora del Carmen es importante que consideremos que en la Iglesia-madre de Jerusalén vivía como ejemplo y guía María Santísima, esa Mujer, Madre de Jesús, en cuyo seno se hizo carne el Verbo de Dios (cf. Lc 1,32.35; Jn 1,14) (1), razón por la cual, Ella, hoy, en esta celebración tan concurrida, sigue siendo una presencia singular en esta comunidad «eucarística», no ya de Jerusalén sino de Zárate, en nuestra diócesis, como lo es en todo el mundo, en la medida en que se den esos elementos que el evangelista Lucas nos narra como esenciales de los cristianos de aquella «Iglesia-madre», esto es, las características de los discípulos, quienes «eran asiduos en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración» (Hech 2,42).
El nexo que nos hace ver plenos descendientes de esa comunidad primitiva es la Fe, «virtud-puerta», como la llama Santo Tomás de Aquino, que nos abre a todas las demás virtudes, y que nos abre a una vida de virtud y felicidad, de renovación del mundo en el Amor.
Esa Fe, que admiramos en San Pablo, y en especial en este Año Paulino, que ha convocado el Santo Padre, el cual al respecto nos dice del Apóstol de las Gentes: “En la carta a los Gálatas nos dio una profesión de fe muy personal, en la que abre su corazón ante los lectores de todos los tiempos y revela cuál es la motivación más íntima de su vida. "Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Todo lo que hace san Pablo parte de este centro. Su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de un modo totalmente personal (…). Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Y así esta misma fe es amor a Jesucristo”(2)
Creo que existe una relación providencial, entre el Año Jubilar Paulino convocado por el Papa Benedicto XVI y la profesión solemne del «Credo del Pueblo de Dios» de Pablo VI, el lunes 30 de junio de 1968 (proclamado «Año de la Fe», aun en circunstancias difíciles para esta última). Esas difíciles circunstancias no escapaban a la lúcida mente del Papa, como el mismo nos lo dice: “Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas o puestas en discusión. Más aún: vemos incluso a algunos católicos como cautivos de cierto deseo de cambiar o de innovar. La Iglesia juzga que es obligación suya no interrumpir los esfuerzos para penetrar más y más en los misterios profundos de Dios, de los que tantos frutos de salvación manan para todos, y, a la vez, proponerlos a los hombres de las épocas sucesivas cada día de un modo más apto. Pero, al mismo tiempo, hay que tener sumo cuidado para que, mientras se realiza este necesario deber de investigación, no se derriben verdades de la doctrina cristiana. Si esto sucediera —y vemos dolorosamente que hoy sucede en realidad—, ello llevaría la perturbación y la duda a los fieles ánimos de muchos”(3).
Palabras proféticas de este Papa, que lejos de constituirnos en «profetas de calamidades» nos tienen que dar nuevas fuerzas para ser profetas de la Verdad (que nos hace libres), en la época en que la Providencia nos puso para testimoniar, para coadyuvar a la «Civilización del Amor» y no para ser «cautivos» como se refiere Pablo VI. Mucha de la «cautividad» presente puede provenir del espíritu de «acedia» y de pusilanimidad, disfrazados, quizá, algunas veces, «sub aspectu sanctitatis».
Mucho nos ayudará a mantener la fe (y por consiguiente la esperanza y la caridad) si dejamos que resuenen en nuestros oídos del alma aquellas palabras en las que María transmitía, en la «Iglesia-madre» las «maravillas» que el Señor había realizado en su tiempo de ocultamiento y silencio en Nazaret y Belén. «Nada tendríamos de todo esto si María no lo hubiera custodiado. Estas cosas nos vienen de sus tesoros», exclamaba el Obispo San Bruno de Segni (4). Para eso hay que abrir los oídos del alma, como dijimos, pero sobre todo el corazón, en especial para reconocer presente y actual la misma celebración eucarística, llamada en la Escritura «fracción del pan»(5), en el curso de la cual podía tener lugar también «la enseñanza de los apóstoles», o su «didachê»(6).
De la presencia del Señor, de la Eucaristía, del mismo Cristo-Evangelio, tomaba Pablo la fuerza de su acción apostólica, con la que se dedicó a edificar la Iglesia como Cuerpo de Cristo, en medio de innúmeras dificultades, persecuciones, envidias, daños y sinsabores que le provocaron incluso algunos que le estaban cerca. Como les decía recientemente en la Carta Pastoral del Año Paulino: “Si Cristo era la fuente de la vida de Pablo y de la acción apostólica que desenvolvía, por ello mismo él supo ver en la Iglesia el «Cuerpo de Cristo» (Cf. Ef 4,4) al que amó y sirvió con todo su ser. Pablo se dedicó a edificar la Iglesia, a fundar y consolidar las comunidades eclesiales que estaban a su cargo (Cf 1Tes 1,2ss). Así, evangelizar y extender la Iglesia llevó lo esencial de la vida de Pablo, como exclama en la carta primera a los Corintios: "Ay de mí si no evangelizara" (1 Cor 9,16). Un evangelizar para nada reducido a un mero anuncio teórico sino centrado en el discipulado, en el conocimiento y vivencia de la Palabra de Dios (Cf. Mt 28,19-20). En esto, en su «pasión por la Iglesia», nunca cesó, incluso durante el aprisionamiento previo a su muerte (…) El Apóstol era Pastor de las Ovejas”. (Véase texto completo en AICA:http://www.aica.org/index2.php?pag=sarlinga080613), n. II: «Ser, pensamiento y acción de San Pablo».
La Virgen estaba en medio de los Apóstoles y fortalecía su Fe, en una Iglesia ya animada por el Espíritu. Juan Pablo II nos transmitió que: «En medio de ellos [de los apóstoles] María era “asidua en la oración” como “madre de Jesús” (cf. Hech 1,13-14), miraban en la fe a “a Jesús, autor de la salvación”(7), era consciente que Jesús era el Hijo de María y que ella era su Madre. La Iglesia miró a María como miró a Jesús a través de María ....(8). Por consiguiente también en medio de Pablo, el cual la contemplaba a la Luz del Cristo que lo deslumbró camino a Damasco, y esto junto con los demás Apóstoles, como lo refiere el Concilio Vaticano II: La Iglesia era asidua en la oración y junto a ella, “la contemplaba a la luz del Verbo hecho hombre” (9), la contemplaban como la Madre de su Señor (Cf Lc 1,42).
Que la ayuda de la Virgen, de su «marianidad» en tanto Madre de la Iglesia, nos haga encontrar el verdadero tesoro de la perla perdida, así como extraer del arcón (como dice la Escritura) una renovación de la Fe, es decir, «cosas nuevas y cosas antiguas» (cf.Mt 13,52), dejando de lado mentiras (después de todo, es la «anti-cualidad» que más caracteriza al demonio, siendo él «padre de la mentira»), así como los egoísmos, envidias, espíritus de estéril capillismo, desesperanzas y misántropos rencores.
Una Fe de nosotros, cristianos, basada y fortalecida en la Fe de la Iglesia, la del Pueblo de Dios, nos hará retomar el rumbo para vivir, en la Luz de Jesús, una sociedad nueva, que es posible, para el que cree, para el que trabaja y pone el hombro, «sin miedo», como nos invitaran tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI al inicio de sus pontificados. ¡Hay tanta gente que ha perdido el sentido de la vida…del verdadero Amor! (¡junto con tanta otra que son estupendos ejemplos de vida cristiana, felicidad en Cristo y un verdadero canto a la esperanza!). Cada uno según su vocación y elección, y en el ambiente en que nos toque, ayudemos a reconstruir, desde la Gracia y con humildad (que es la verdad).
Les recomiendo vivamente la lectura, en clave espiritual y pastoral, (y de aumento de nuestra Fe) del Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI y de todos los documentos del Papa Benedicto XVI en este Año Paulino Universal. Tengamos la grandeza de espíritu de escuchar con humildad, guiados por María, la enseñanza de los Apóstoles. Con la ayuda de Nuestra Madre, la Virgen, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Zárate.
+Oscar D. Sarlinga
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1. Cf. JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Matris, en: Enchiridion Vaticanum, 10. Documenti ufficiali della Santa Sede (1986-1987). Texto oficial y versión italiana en: Edizioni Dehoniane, Bologna [1989], pp.972-973, 974-975.
2. BENEDICTO XVI, Homilía del Santo Padre en la Celebración de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo con ocasión de la Inauguración del Año Paulino, Basílica de San Pablo extramuros, Sábado 28 de junio de 2008.
3. PABLO VI, CREDO DEL PUEBLO DE DIOS Solemne Profesión de fe que Pablo VI pronunció el 30 de junio de 1968, al concluir el Año de la fe proclamado con motivo del XlX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo en Roma, n. 4.
4. SAN BRUNO DI SEGNI (+1123), Commentaria in Lucam, parte I, capítulo II (en: PL 165, 355, 356). Haciendo la relación de Hech 1,14 con Lucas 2,19.51, el obispo San Bruno di Segni presenta a los Apóstoles aprendiendo noticias, de parte de María, acerca de los hechos concernientes a la infancia de Jesús.
5. R. GÉRARD, Atti degli Apostoli. Commento esegetico e teologico, Città Nuova [1998], p.166. Las citas bíblicas al respecto son: Lc 24,30.35; Hech 20, 7.11; 1 Cor 10,16; 11,24.
6. Tal como vemos que ocurría con Pablo y los neófitos que estaban junto junto a él (Cf. Hech 20,7-11). Cf Id., Op. cit., p.165: «El término «didachê» (…) incluye el conjunto de la predicación apostólica que se hizo normativa para la entera Iglesia». Cf, a este respecto, Hech 5, 28; 13,12; 17,19. Para comprender mejor la «didachê» hay que tomar en cuenta el verbo «didásko» (enseñar), el cual se hace presente 6 veces en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, en tanto referido a la acción conjunta de aquéllos, (Cf Hech 4,2.18; 5,21.25.28.42), como cinco veces referido a Pablo (Cf Hech 18,11; 20,20; 21,21.28; 28,31), y 2 referido a Pablo y Bernabé juntos (Cf Hech 11,26; 15,35), y una vez en lo que concierne a Apolo (Cf Hech 18,25).
7. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 9
8. Cf. JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Matris, en: Enchiridion Vaticanum, 10. Documenti ufficiali della Santa Sede (1986-1987). Texto oficial y versión italiana en: Edizioni Dehoniane, Bologna [1989], pp.972-973, 974-975.
9. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Lumen gentium, 65.
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