El Santo Silencio de la Iglesia en el sábado santo. |
Como en el Sábado Santo, día de “silencio” para la Iglesia, en el descenso de Cristo a los infiernos, para rescatar a nuestros primeros padres y nuestros ancestros, hay signos que nos llevan a la necesidad de revalorizar el “silencio”. Puesto que recientemente hemos hecho ayuno, en la jornada de oración por la Paz, me pregunto si hemos considerado lo suficiente el valor del Santo Silencio, que, en lo personal, me propongo a manera de una predisposición a las jornadas de retiro espiritual que –espero- pueda vivir antes-durante-y enseguida después- del viaje a Villa Cura Brochero, para la beatificación.
Es útil distinguir entre el pecaminoso silencio y el santo silencio.
Hay un silencio pecaminoso, cuando “callar” equivale a faltar, por “silencio culpable” a la justicia largamente esperada, a la prudencia (no siempre “callar” es prudente, puede constituir una imprudencia máxima, según el caso particular) o a la caridad, o incluso cuando significa una falta a la misericordia, por ejemplo, cuando, pudiendo, no se da el buen consejo, o no se enseña al que no sabe.
Hay un Santo Silencio, ámbito de pacificación y sanación del alma, el silencio que genera paz en los corazones y en la comunidad. A la manera del “santo ayuno”, más que causar detrimento, reconstituye nuestro ser, y dispone a “relaciones nuevas” entre “nuevas creaturas”. Santo Tomás de Aquino nos enumera varias clases de silencio: el silencio de la admiración (del maravillarse), el silencio de la seguridad (en Dios), el silencio de longanimidad (propio del alma generosa, que no está siempre imputando culpas y delitos, aunque sea verdad) y el silencio de “descanso del corazón”, el más reconstituyente, creo. Callemos hermanos, y vuelva el silencio, que ya hemos perdido, el don de escuchar, y en este tumulto de nuestras palabras, somos incapaces de escuchar a Dios. Callemos hermanos, y que hable el Señor.
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