miércoles, 1 de agosto de 2012

Las Vocaciones Específicas en nuestra Diócesis, en el camino emprendido en la Misión Continental








Como una de las prioridades de la pastoral en la diócesis de Zárate-Campana están las vocaciones sacerdotales y religiosas, así como las vocaciones a la vida matrimonial, que son vocaciones a la santidad. Por este motivo, Mons. Oscar Sarlinga alienta siempre a los sacerdotes a reorganizar la pastoral familiar, dado que la presencia de excelentes matrimonios que están incluidos en una pastoral orgánica ayudará a que se realice una buena preparación al matrimonio en los jóvenes, así como a la revitalización de la pastoral pre-bautismal y prosecución de una pastoral familiar permanente, pues el ser humano es "un ser en familia", siendo la propia Iglesia "familia de Dios".
Dentro de las vocaciones al sacerdocio ministerial, el día sábado 28 del corriente tuvo lugar la ordenación diaconal de Alberto Evangelista, natural de Zárate, en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en la misma ciudad de Zárate. El neodiácono, quien fue acompañado por su familia (padres, hermano y hermana) numerosos amigos, fieles católcios de distintos lugares, treinta sacerdotes, diáconos permanentes, seminaristas, realizó la etapa filosófica en el Seminario de Gualeguaychú, y luego de un año de formación especial en parroquia, hizo el cuadrienio teológico en el reabierto Seminario "San Pedro y San Pablo" de la diócesis de Zárate-Campana. El Obispo Mons. Oscar Sarlinga se manifestó muy complacido de la participación de los fieles, en especial de jóvenes, explicó en su homilía el sentido del "lavatorio de los pies" en la narración de San Juan, con una visión eucarística, e hiló una serie de consejos acerca del espíritu de servicio y la "total entrega" al Señor y a la Iglesia desde una serie de textos de los libros sapienciales, que había escogido para la ocasión.

El día domingo 29 Mons. Oscar Sarlinga concurrió a la capilla de Nuestra Señora de Luján, en la jurisdicción parroquial de "San Juan de la Cruz" en el partido de Escobar, a los fines de poner en posesión al nombrado párroco, Pbro. Daniel Bevilacqua. La celebración tuvo lugar en dicha capilla pues la sede parroquial (iglesia de Nuestra Señora de Itatí, parroquia de San Juan de la Cruz) se halla en obras de refacción. Numerosos sacerdotes, tales como Mons. Ariel Pérez, el Pbro. Hugo Lovatto, el Pbro. Albino Cabral (párroco de la Natividad del Señor, en Belén de Escobar) el P. Iván Pertiné, el P. Guilermo Striebeck, y otros, concurrieron para la concelebración, junto con algunos diáconos permanentes. Numerosa feligresía acudió a la presentación del nuevo párroco, que ya era administrador parroquial de esa jurisdicción.
Fue la ocasión para que el Sr. Obispo recordara la recomendación que antes había hecho a la Delegación de Pastoral Juvenil y Vocacional, y por consiguiente a su delegado, Pbro. Hugo Lovatto (vicerrector del Seminario), que de conjunto con el Rector del Seminario diocesano den renovada dedicación (como en la “nueva evangelización”, “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus modos de expresión”) a pastoral vocacional específicamente sacerdotal, que florece allí donde los sacerdotes entienden este desafío tan importante para la vida de la Iglesia y donde a través del testimonio sacerdotal, el acompañamiento espiritual de los jóvenes, y la unión con la Iglesia diocesana se da también, en una verdadera comunión orgánica. Las “Jornadas de discernimiento” que prevé nuestro Plan Pastoral Diocesano, ayudan a tales efectos, y, reafirmó Mons. Sarlinga, es preciso que se funde a nivel diocesano (instando a todas las parroquias a que sea creado a nivel parroquial) la Obra de las Vocaciones Sacerdotales y religiosas de las que pueden también participar laicos, matrimonios comprometidos, religiosos, religiosas y mismos jóvenes, para orar y trabajar por las vocaciones sacerdotales, religiosas y consagradas en nuestra Iglesia particular.
A este respecto citamos el Plan Pastoral Diocesano, que fue asumido desde consensos profundos con el clero, parroquias, organismos laicales, asociaciones y movimientos:    “III  CLERO Y VIDA CONSAGRADA (…) 7. La Pastoral vocacional sacerdotal En un primer sentido, la Pastoral vocacional se refiere a todas las vocaciones de la Iglesia, dentro de la gran vocación universal a la santidad, que es la vida cristiana. Ello no obstante, se dará en la diócesis una prioridad a la Pastoral vocacional sacerdotal, como lo ha pedido el Papa Juan Pablo II en Pastores dabo vobis, y asimismo lo ha ratificado numerosas veces el Papa Benedicto XVI, notablemente en los discursos al episcopado argentino en la reciente visita ad Limina, de este año 2009. Por ello, queda a cargo de la Vicaría de Pastoral junto con el Rector del Seminario «San Pedro y San Pablo» la organización de LA JORNADA DE DISCERNIMIENTO VOCACIONAL SACERDOTAL ANUAL. Conforme ha sido la experiencia tenida, convendría desdoblar esta última en una «Primera Jornada» en la que el objetivo sea invitar a jóvenes que por lo menos alguna vez se hayan planteado la posibilidad de ser sacerdotes, y una «Segunda Jornada» de profundización, a la que se inviten a aquéllos que ya hayan considerado más seriamente el ingreso al Seminario. En ambas Jornadas deben también participar las Delegaciones diocesanas de Pastoral de Juventud y de Misiones, puesto que la vocación sacerdotal y religiosa se halla muy relacionada con la pastoral juvenil y con la dimensión misionera de esta última. La planificación de las Jornadas de discernimiento y otros encuentros de esta índole, en nada quitan a la importancia del seguimiento personal de los jóvenes en vistas a la profundización del discernimiento de la vocación sacerdotal, por parte de los sacerdotes, y en especial de los curas párrocos. Ello dice referencia sobre todo a la DIRECCIÓN ESPIRITUAL (de los jóvenes, de parte de los sacerdotes), que ha dado tantos frutos. Los sacerdotes del clero secular deberán también discernir si se trata de una vocación para su propio clero, o bien para el clero religioso, y entonces, si se da esto último, con honestidad son invitados a orientar al joven a algún instituto por el que muestre inclinación o aptitudes. Asimismo, los sacerdotes pertenecientes a institutos religiosos o equiparados, si hacen Jornadas de discernimiento o de promoción vocacional (masivas o no) en la que participen jóvenes de la diócesis, han de tener la honestidad moral y espiritual de presentar la vocación al clero secular como una posibilidad concreta, explicando también las similitudes y diferencias respecto de la vocación religiosa. Por último al respecto, este Proyecto recomienda trabajar con las comunidades en la conciencia de que es la acción de la comunidad eclesial bajo la Jerarquía aquella orientada a llevar a los hombres a hacer su opción en la Iglesia. Por lo mismo, toda la comunidad cristiana, (unificada y guiada por el Obispo) ha de sentirse solidariamente corresponsable del desarrollo vocacional, sea en la vocación específica sacerdotal y religiosa a la que acabamos de aludir, sea en su aspecto fundamental cristiano, la vocación en general”.
Es el camino que nos hemos trazado, con la guía del Espíritu para este gran tiempo de MISIÓN CONTINENTAL, después del documento de Aparecida
      En efecto, bajo el amparo de la Virgen de Luján, Patrona de nuestra diócesis, Patrona de la Argentina, y de conformidad con nuestra pastoral diocesana, ya desde 2007 estamos como diócesis, en estado de misión, a comenzar por la dimensión misionera de la pastoral entera, y de la pastoral ordinaria en particular. En efecto, la pastoral ordinaria puede y debe conllevar una dimensión misionera, como tantas veces lo hemos reflexionado. A modo de ejemplo, en el medio de comunicación ZENIT.org, el lunes 1 octubre 2007 se publicaba: “En la ciudad argentina de Campana, «ya se ha puesto en marcha el espíritu que nos pedían los obispos de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida»”. Así lo fue en distintas ciudades y pueblos de nuestra diócesis. Con ese fin, y visto el valor del las Orientaciones del Consejo Episcopal Latinoamericano para la misión en nuestro continente, ofrecemos para la reflexión estas líneas, que manifiestan “la Iglesia en misión permanente”.
     Veremos cómo están en consonancia con «Navega Mar adentro» y con nuestro «Plan Pastoral diocesano».   

     ORIENTACIONES DEL CELAM
       I.
     UNA IGLESIA MISIONERA EN EL CONTINENTE
     EL ESPÍRITU NOS IMPULSA A LA MISIÓN
      
     El documento conclusivo de la V Conferencia de Aparecida, recordando el mandato del Señor de “ir y hacer discípulos entre todos los pueblos”1, desea despertar un gran impulso misionero en la Iglesia en América Latina y El Caribe. Esta es, sin duda alguna, una de las principales conclusiones de ese gran encuentro eclesial. Este impulso misionero se puede desglosar en cuatro consecuencias prácticas:
     -aprovechar intensamente esta hora de gracia;
     -implorar y vivir un nuevo Pentecostés en todas las comunidades cristianas;
     -despertar la vocación y la acción misionera de los bautizados, y alentar todas las vocaciones y ministerios que el Espíritu da a los discípulos de Jesucristo en la comunión viva de la Iglesia.
     -salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza2.
     El Espíritu Santo nos precede en este camino misionero. Por eso confiamos que este testimonio de Buena Nueva constituya, a la vez, un impulso de renovación eclesial y de transformación de la sociedad.    
     NATURALEZA Y FINALIDAD DE LA MISIÓN
      
     La misión es parte constitutiva de la identidad de la Iglesia llamada por el Señor a evangelizar a todos los pueblos. “Su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios”3. Por eso, la misión que se realice como fruto del encuentro de Aparecida debe, ante todo, animar la vocación misionera de los cristianos, fortaleciendo las raíces de su fe y despertando su responsabilidad para que todas las comunidades cristianas se pongan en estado de misión permanente.  
     Se trata de despertar en los cristianos la alegría y la fecundidad de ser discípulos de Jesucristo, celebrando con verdadero gozo el “estar-con-Él” y el “amar-como-Él” para ser enviados a la misión. “No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!”4.
     Así, la misión nos lleva a vivir el encuentro con Jesús como un dinamismo de conversión personal, pastoral y eclesial capaz de impulsar hacia la santidad y el apostolado a los bautizados, y de atraer a quienes han abandonado la Iglesia, a quienes están alejados del influjo del evangelio y a quienes aún no han experimentado el don de la fe.
     Esta experiencia misionera abre un nuevo horizonte para la Iglesia de todo el continente que quiere “recomenzar desde Cristo” recorriendo junto a El un camino de maduración que nos capacite para ir al encuentro de toda persona, hablando el lenguaje cercano del testimonio, de la fraternidad, de la solidaridad.  

     LA IGLESIA EN MISIÓN PERMANENTE
       
     La Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en “estado permanente de misión”5. Se trata de fortalecer la dimensión misionera de la Iglesia en el Continente y desde el Continente. Esto conlleva la decisión de recorrer juntos un itinerario de conversión que nos lleve a ser discípulos misioneros de Jesucristo. En efecto, “discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo él nos salva (cf. Hch 4, 12)”6. 
     El “estado permanente de misión” implica ardor interior y confianza plena en el Señor, como también continuidad, firmeza y constancia para llevar “nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas”7. El mismo Espíritu despertará en nosotros la creatividad para encontrar formas diversas para acercarnos, incluso, a los ambientes más difíciles, desarrollando en el misionero la capacidad de convertirse en “pescador de hombres”.
     En fin, “estado permanente de misión” implica una gran disponibilidad a repensar y reformar muchas estructuras pastorales, teniendo como principio constitutivo la “espiritualidad de la comunión”8 y de la audacia misionera. Lo principal es la conversión de las personas. No cabe duda9. Pero ello debe llevar naturalmente a forjar estructuras abiertas y flexibles capaces de animar una misión permanente en cada Iglesia Particular. 

     II.
     LA  MISIÓN  CONTINENTAL

     UNA ACCIÓN MISIONERA CONTINENTAL PARA UNA IGLESIA EN MISIÓN PERMANENTE
     “A la pregunta ¿para qué la misión? respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: nuestra misión es compartir la Vida que nos transmite Cristo.10 “El Amor es el que da la vida; por eso la Iglesia es enviada a difundir en el mundo la caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).”11 De esta manera la Iglesia es “misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama primero (Cf. 1 Jn 4, 10).12 
     Este dinamismo misionero se da en un momento muy propicio. “Cuando muchos de nuestros pueblos se preparan para celebrar el bicentenario de su independencia, nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante y encuentro vivificante con Cristo. Él se manifiesta como novedad de vida y de misión en todas las dimensiones de la existencia personal y social. Esto requiere, desde nuestra identidad católica, una evangelización mucho más misionera, en diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres.”13.
     A esto nos ayuda la próxima realización del Congreso Misionero Latinoamericano-COMLA8 /CAM3, lo mismo que el Sínodo sobre la Palabra en la vida y misión de la Iglesia (2008) y la celebración del Año Paulino en 2008-2009.
     La misión es un rasgo constitutivo de la Iglesia
     Un objetivo esencial de la Misión Continental es tomar conciencia de que la dimensión misionera es parte constitutiva de la identidad de la Iglesia y del discípulo del Señor. Por eso, a partir del Kerigma, ella pretende vitalizar el encuentro con Cristo vivo y fortalecer el sentido de pertenencia eclesial, para que los bautizados pasen de evangelizados a evangelizadores y, a través de su testimonio y acción evangelizadora, nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños llegan a tener Vida plena en Él.
     Para lograr ese objetivo “todos los bautizados estamos llamados a “recomenzar desde Cristo”, a reconocer y seguir su Presencia con el mismo realismo y novedad, el mismo poder de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los “Juan Diego” del Nuevo Mundo. Sólo gracias a ese encuentro y seguimiento, que se convierte en familiaridad y comunión, por desborde de gratitud y alegría, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y salimos a comunicar a todos la vida verdadera, la felicidad y esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar”14.
     Medios para la Misión
     Beber de la Palabra, lugar de encuentro con Jesucristo
     Si el objetivo central de la Misión es llevar a las personas a un verdadero encuentro con Jesucristo, el primer espacio de encuentro con El será  el conocimiento profundo y vivencial de la Palabra de Dios, de Jesucristo vivo, en la Iglesia, que es nuestra casa.15. 
     La proclamación alegre de Jesucristo muerto y resucitado, a quien buscamos, y al “que Dios ha constituido Señor y Mesías” (Hech 2,36), ya es encuentro con la Palabra Viva, con Jesús mismo, la Palabra que salva.
     Para entrar y permanecer en este lugar de encuentro con Cristo que es la Palabra, instrumento privilegiado de la misión, hay que destacar cinco metas particulares: 
     -el fomento de la “pastoral bíblica”, entendida como “animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra”16; 
     -la formación en la Lectio divina, o ejercicio de lectura orante de la Sagrada Escritura17, y su amplia divulgación y promoción; 
     -la predicación de la Palabra, de manera que realmente conduzca al discípulo al encuentro vivo, lleno de asombro, con Cristo, y a su seguimiento en el hoy de la vida y de la historia; 
     -el fortalecimiento, a la luz de la Palabra de Dios, del tesoro de la piedad popular de nuestros pueblos, “para que resplandezca cada vez más en ella “la perla preciosa” que es Jesucristo, y sea siempre nuevamente evangelizada en la fe de la Iglesia y por su vida sacramental”18.
     La presentación de la vida de los santos, en especial de la Virgen María, como páginas encarnadas del evangelio que tocan el corazón y motivan el camino del discípulo hacia Jesús y del misionero hacia la gente. 
     “Por esto, hay que educar al pueblo en la lectura y la meditación de la Palabra: que ella se convierta en su alimento para que, por propia experiencia, vea que las palabras de Jesús son espíritu y vida (cf. Jn 6,63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios”19.
     Alimentarse de la Eucaristía
     Un segundo medio para la misión es la Sagrada Liturgia, en especial, los sacramentos de la Iniciación Cristiana, signos que expresan y realizan la vocación de discípulos de Jesús a cuyo seguimiento somos llamados. De forma significativa, la Eucaristía es lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Y es, a la vez, fuente inagotable de la vocación cristiana y del impulso misionero; “allí, el Espíritu Santo fortalece la identidad del discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido”20.
     Dentro de este segundo medio misionero, hay que destacar cuatro metas particulares: 
     Conducir, mediante la iniciación cristiana, a la incorporación viva en la comunidad, cuya fuente y cumbre es la celebración eucarística,  y dedicar tiempo y atención al seguimiento de quienes son incorporados a la comunidad; 
     Cultivar en la celebración eucarística su dimensión de renovación de la Nueva y Eterna Alianza, lugar de encuentro con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con los ángeles, los santos y entre los hermanos, de ofrecimiento de la vida del discípulo, cargando con su cruz, a la vez que de envío misionero.
     -fomentar el estilo eucarístico de la vida cristiana, y recrear y promover la “pastoral del domingo”21, dándole  “prioridad en los programas pastorales”22, para un nuevo impulso a la evangelización del pueblo de Dios23; 
     -en los lugares donde no sea posible la Eucaristía, fomentar la celebración dominical de la Palabra, “que hace presente el Misterio Pascual en el amor que congrega (cf. 1Jn 3, 14), en la Palabra acogida (cf. Jn 5, 24-25) y en la oración comunitaria (cf. Mt 18, 20)”24.
      
     Construir la Iglesia como casa y escuela de comunión
     Un tercer espacio de encuentro con Jesucristo es la vida comunitaria. “Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí Él cumple su promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20)”25. Formar comunidad implica abrazar el estilo de vida de Jesús, asumir su destino pascual con todas sus exigencias, participar en su misión, estar en actitud de permanente conversión y mantener la alegría del discípulo misionero en el servicio al Reino.
     Dentro de este tercer medio para la misión, hay que destacar cinco metas particulares: 
     -fomentar la conciencia de comunión a nivel familiar para que cada hogar se convierta en una iglesia doméstica, en un santuario de la vida, donde se le valora como don de Dios y se forma en ese sentido a las personas, una verdadera escuela en la fe, un espacio en que crecen misioneros de la esperanza y de la paz;
     -formar pequeñas comunidades cristianas, abiertas y disponibles, en sus diversas formas y expresiones. Cultivar en ellas la pastoral de la acogida para que las personas experimenten su pertenencia a la Iglesia de modo personal y familiar; 
     -profundizar la dimensión comunitaria a nivel parroquial, para que la parroquia sea en verdad una comunidad de comunidades26; 
     -animar a las comunidades de Vida Consagrada para que busquen compartir su testimonio de comunión misionera con la gran comunidad eclesial; 
     -todo esto orientado a la renovación de las estructuras pastorales, a fin de impulsar una nueva forma de ser Iglesia: más fraterna, expresión de comunión, más participativa y más misionera27.
     Servir a la sociedad, en especial, a los pobres
     Un cuarto medio de encuentro con Jesucristo y de acción misionera es el servicio a la sociedad para que nuestros pueblos tengan la vida de Cristo y, de un modo especial, el servicio a los pobres, enfermos y afligidos28 “que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo”29.
     Dentro de este cuarto medio para la misión, hay que destacar cuatro metas particulares: 
     -la fraternidad con los más pobre y afligidos, hermanos nuestros en quienes nos encontramos y servimos al Señor,  y la defensa de los derechos de los excluidos30, ya que allí se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo31;
     -la renovación y fortalecimiento de la pastoral social, a fin de que exprese en signos concretos la opción preferencial por los pobres y excluidos, especialmente con las personas que viven en la calle, con los migrantes, los enfermos, los adictos dependientes, los niños en situaciones de riesgo y los detenidos en las cárceles32;
     -la atención pastoral de los constructores de la sociedad, que tienen la misión de forjar estructuras justas, que estén al servicio de la dignidad de las personas y de sus familias; como asimismo de los comunicadores sociales, para que alienten el crecimiento de una cultura que sea manifestación del reinado de Dios.
     -el apoyo decidido a todas aquellas personas e instituciones que “dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz y por el bien común, algunas veces llegando a entregar la propia vida”33.
     Los medios de la misión, en su conjunto, deben ser nuestro instrumento para lograr la gran meta: impulsar la realización de la Misión Continental de tal forma que las Iglesias del continente se pongan en estado de misión. Esto significa que la acción misionera intensiva sea tan motivadora, que asuman la misión permanente como plan pastoral.  
     Simultaneidad y signos compartidos
     Para ser “continental” se requiere la visibilización latinoamericana y caribeña de ciertos momentos de la acción misionera, es decir,  alguna simultaneidad y signos compartidos:
     el tríptico obsequiado por el Papa Benedicto XVI en Aparecida, acompañado de una sencilla catequesis sobre su simbología de fe;
     la oración propuesta por el mismo Papa para preparar la V Conferencia y aquella con que termina su Discurso Inaugural; 
     el logo utilizado en Aparecida puede seguir siendo distintivo para los misioneros y para los subsidios que se preparen para esa labor; 
     a éstos signos pueden asociarse otros actos inspirados y ojalá  simultáneos relacionados con solemnidades litúrgicas, como la Encarnación o Pentecostés, o fiestas Marianas especialmente de las advocaciones de Aparecida (12.10)  y Guadalupe (12.12).
      
     LA PEDAGOGÍA DE LA ACCIÓN MISIÓN CONTINENTAL
     5.1. Cinco aspectos de un proceso evangelizador
     En el proceso de formación de los discípulos misioneros “destacamos cinco aspectos fundamentales, que aparecen de diversa manera en cada etapa del camino, pero que se compenetran íntimamente y se alimentan entre sí”: el Encuentro con Jesucristo, la Conversión, el Discipulado, la Comunión y la Misión34.
     Esto implica:
     -conocer las búsquedas de las personas -y los pueblos- que Dios nos confía, y llevarlas a un encuentro con Jesucristo vivo,
     -que suscita una actitud de conversión,
     -y la decisión de seguir los pasos de Jesús,
     -para que, viviendo en común-unión con Cristo, como con-vocados por Él35, dentro de la comunión de la Iglesia, crezca y sea vivo un fuerte sentido de pertenencia eclesial,
     -y un proceso de formación integral, kerigmática, permanente, procesual, diversificada y comunitaria, que contemple el acompañamiento espiritual,
     -los bautizados asuman su compromiso misionero y pasen de evangelizados a evangelizadores, a fin de que el Reino de Dios se haga presente y así nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños tengan vida en Él.
     Estas dimensiones del camino podemos explicarlas con palabras que encontramos en el mismo evangelio, y que describen el proceso de encuentro, formación y envío, de quienes reciben la vocación de ser discípulos misioneros para que los pueblos tengan vida en Cristo36:
     Todo comienza con una pregunta: “¿Qué buscan?” (Jn 1, 38). Comenta el documento de Aparecida 279 a: “Quienes serán sus discípulos ya lo buscan. Se ha de descubrir el sentido más hondo de la búsqueda, y se ha de propiciar el encuentro con Cristo que da origen a la iniciación cristiana”. (Búsqueda)
     Los discípulos, que quieren encontrarse con Cristo, le preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1. 38). Jesucristo los invita a vivir una experiencia: “Vengan y lo verán” (Jn 1, 39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). (Encuentro)
     Encontrando a Felipe le dijo: “Sígueme”(Mt 4,19), y más tarde, junto al lago de Galilea, asombrados por la enseñanza del Maestro y por la pesca milagrosa, también Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, le siguieron”. (Conversión y Discipulado)
     Los llamó “para que estuvieran con él” (Mc 3, 14) y “permanecieran en su amor”, formando una comunidad de discípulos, que más tarde fue conocida por su solidaridad, y por su unidad en la oración, en la fracción del pan y en la enseñanza de los apóstoles (Cfr Hechos 3, 42ss). (Comunión)
     Pero la llamada de Jesús al discipulado es inseparable de la vocación misionera. Ya en el encuentro a orillas del lago les manifiesta su propósito: “Os haré pescadores de hombres”, y cuando llama a los doce les dice explícitamente que los llama para “enviarlos a predicar” (Mc 3, 14). Y antes de ascender a los cielos, los envía “a hacer discípulos a todos los pueblos, bautizándolos ...”(Mt 28,19) . (Misión)
     Para lograr este proceso, y recuperar a personas que se han alejado “hemos de reforzar en nuestra Iglesia cuatro ejes”:
     “un encuentro personal con Jesucristo, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de vida integral”; 
     “la vivencia comunitaria [pues] nuestros fieles buscan comunidades donde sean acogidos fraternalmente … Es necesario que nuestros fieles se sientan realmente miembros de una comunidad eclesial y corresponsable en su desarrollo”;
     “una formación bíblica-doctrinal […] acentuadamente vivencial y comunitaria” que es necesaria para madurar la experiencia religiosa y se percibe como una “herramienta fundamental y necesaria en el conocimiento espiritual, personal y comunitario”;
     “el compromiso misionero de toda la comunidad… que sale al encuentro de los alejados, se interesa por su situación, a fin de reencantarlos con la Iglesia e invitarlos a volver a ella”37.
     Hay que ser concientes que sólo surgirán discípulos misioneros si en el proceso enunciado, nuestras comunidades se comprometen con la evangelización de los bautizados que no tienen conciencia de ser discípulos, acompañándolos para que puedan vivir una maduración paulatina hacia la voluntad de servicio y, así, respondan al envío que el Señor les da por medio de la Iglesia.
     En esta vivencia, la renovación de la conversión personal y pastoral de los pastores y de todos los consagrados es un elemento indispensable para que el testimonio coherente de vida sea el cimiento pedagógico fundamental.
     5.2. Caminos hacia el encuentro con Cristo
     Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe tener en cuenta los siguientes elementos:
     Una experiencia de la presencia de Jesucristo en la vida personal y comunitaria del creyente: en la lectura meditada y eclesial de la Sagrada Escritura; en la celebración eucarística, fuente inagotable de la vocación cristiana y fuente inextinguible del compromiso misionero; en el dinamismo de una vida comunitaria, participativa y fraterna; y en el servicio a los pobres y excluidos;
     Una revalorización de la piedad popular, la cual es una “manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda”38.
     Un fortalecimiento de la presencia cercana de María, “imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo”39, a la vez que madre y educadora de discípulos misioneros de Jesucristo40;
     Un rescate de los testigos del Evangelio en América, varones y mujeres que vivieron heroicamente su fe en un camino de santidad, junto a aquellos que derramaron su sangre en el martirio”41
     5.3. Pedagogía del encuentro y de la comunión
     Pedagogía del encuentro: La misión debe realizarse dentro del dinamismo de la pedagogía del encuentro que puede darse de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad42. Siendo que todo pastor –lo que vale también para cada misionero- ha de reflejar al Buen  Pastor, es evidente que nuestra pastoral tiene que estar entretejida de encuentros, en la sencillez, la cordialidad, la solicitud, la escucha y el servicio a los demás. ”En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo entre las casas de las periferias urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad”43.
     Pedagogía de Comunión. Es importante realizar la misión en el continente como gran expresión de comunión. Que se manifieste la comunión con Dios en la oración unánime, implorando con María, la madre de Jesús, el Espíritu Santo, y la unidad con el Papa, entre las Conferencias Episcopales y entre las Iglesias particulares, ayudándose recíprocamente en su realización, especialmente en personal y recursos;
     “Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de las demás. La colaboración entre las Iglesias, por medio de una reciprocidad real que las prepare a dar y a recibir, es también fuente de enriquecimiento para todas y abarca varios sectores de la vida eclesial. A este respecto, es ejemplar la declaración de los Obispos en Puebla: "Finalmente, ha llegado para América Latina la hora ... de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza… La misión de la Iglesia es más vasta que la "comunión entre las Iglesias": ésta, además de la ayuda para la nueva evangelización, debe tener sobre todo una orientación con miras a la especifica índole misionera."44. 
     5.4. La misión, tarea de todos y para todos
     Agentes pastorales y evangelizadores
     La realización de la misión “requerirá la decidida colaboración de las Conferencias Episcopales y de cada diócesis en particular”45.
     El Obispo es el primer responsable de la misión en cada Iglesia particular y es quien debe convocar a todas las fuerzas vivas de la comunidad para este gran empeño misionero: “sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, para la difusión de la verdad evangélica”46. 
     “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”47. 
     Para los Ministros Ordenados es un gran momento de gracia que les pide renovar la comunión de los Presbíteros y Diáconos con el Obispo y de ellos entre sí. Así como el entusiasmo y la entrega al servicio del evangelio. Ellos son los portadores primeros de todo este impulso misionero y habría que sensibilizarlos especialmente en el espíritu y conversión pastoral de Aparecida.
     “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (DA 201).
     El papel privilegiado de los laicos
     Cualquier esfuerzo misionero exige, de manera particular, la participación activa y comprometida de los fieles laicos en todas las etapas del proceso. “Hoy, toda la Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en estado de misión. La evangelización del Continente, nos decía el papa Juan Pablo II, no puede realizarse hoy sin la colaboración de los fieles laicos48. Ellos han de ser parte activa y creativa en la elaboración y ejecución de proyectos pastorales a favor de la comunidad. Esto exige, de parte de los pastores, una mayor apertura de mentalidad para que entiendan y acojan el “ser” y el “hacer” del laico en la Iglesia, quien, por su bautismo y su confirmación, es discípulo y misionero de Jesucristo. En otras palabras, es necesario que el laico sea tenido muy en cuenta con un espíritu de comunión y participación”49.
     La Misión Continental debe tener especial penetración en los sectores culturales, políticos y de dirigentes sociales y económicos que identifican a nuestra sociedad globalizada. Para que esto sea posible, debemos reafirmar vigorosamente la misión peculiar y específica del laico en el mundo secular50, evitando la tentación de motivar a los laicos más comprometidos con su fe, tan sólo a involucrarse en los servicios que necesita la comunidad eclesial para formarse, sostenerse y crecer.
     La misión inestimable de la Vida Consagrada
     Para los miembros de los Institutos de Vida Consagrada, varones y mujeres que están llamados a dar un testimonio convincente de la alegría de ser pertenencia de Dios como discípulos y misioneros de Cristo, y de prodigarse generosamente al servicio de sus hijos, especialmente de los más marginados, y de manifestar en la Iglesia la multiplicidad de los dones carismáticos del Espíritu Santo, su participación en la Misión Continental, como grandes colaboradores de los Pastores, contribuirá fuertemente al despertar misionero de América Latina y del Caribe.
     Interlocutores y destinatarios
     Los destinatarios (o “interlocutores”) de la misión somos todos, comenzando por los discípulos misioneros que animan el proceso evangelizador, pero especialmente debe dirigirse a los pobres, a los que sufren y a los alejados51, e impulsar a los constructores de la sociedad a su misión cristiana de transformarla. 
     Llegar hasta los más alejados debe ser siempre uno de los objetivos de la dimensión misionera de la Iglesia, utilizando los medios adecuados a cada situación. “No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en América Latina. Somos testigos y misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos “areópagos” de la vida pública de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo ad gentes nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia”52.  
     RECURSOS PARA LA MISIÓN
     Convocación comunitaria
     La parroquia sigue siendo una referencia fundamental en el proceso evangelizador, con sus comunidades eclesiales de base, movimientos y grupos apostólicos. La misión está llamada a ser un dinamismo permanente de gran importancia para que la parroquia se haga “parroquia misionera”.
     La misión exige una convocatoria a los discípulos misioneros y a las comunidades eclesiales. En la misión se debe aprovechar el potencial educativo de la Iglesia, a través de sus escuelas e institutos de formación, valorando el dinamismo misionero de los miembros de la comunidad educativa. 
     Un fenómeno importante de nuestro tiempo es la aparición y difusión de diversas formas de voluntariado misionero53, conformado en buena parte por jóvenes, quienes están dispuestos a dar tiempo y talento para la misión. Mención especial merecen los grupos y asociaciones de niños misioneros, pues esto crea una dinámica especial en las familias. Por otra parte, se considera importante la labor de los emigrantes como discípulos misioneros, quienes “están llamados a ser una nueva semilla de evangelización, a ejemplo de tantos emigrantes y misioneros que trajeron la fe cristiana a nuestra América”54. 
     Formación de misioneros
     Aparecida asumió una “clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia”55.
     La formación debe estar impregnada de espiritualidad misionera,  que es impulso del Espíritu que “motiva todas las áreas de la existencia, penetra y configura la vocación específica de cada uno. Así, se forma y desarrolla la espiritualidad propia de presbíteros, de religiosos y religiosas, de padres de familia, de empresarios, de catequistas, etc. Cada una de las vocaciones tiene un modo concreto y distintivo de vivir la espiritualidad, que da profundidad y entusiasmo al ejercicio concreto de sus tareas. Así, la vida en el Espíritu no nos cierra en una intimidad cómoda, sino que nos convierte en personas generosas y creativas, felices en el anuncio y el servicio misionero. Nos vuelve comprometidos con los reclamos de la realidad y capaces de encontrarle un profundo significado a todo lo que nos toca hacer por la Iglesia y por el mundo”56. El Espíritu entreteje vínculos de comunión entre los diversas vocaciones para que realicen la única misión como miembros complementarios de un solo Cuerpo.
     Signos y gestos de cercanía y dignificación de los más pobres
     “Por eso, no puede separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción humana integral: “Pero si las personas encontradas están en una situación de pobreza – nos dice aún el Papa –, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz. Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y un Obispo, modelado según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo de la fe, sin descuidar el ‘pan material’”57.
     La evangelización, como acción privilegiada hacia los pobres, debemos vivirla teniendo presente que los más humildes nos evangelizan.  
     CRITERIOS PARA LA MISION
     Conversión personal y pastoral
     La misión exige una indispensable conversión pastoral, tanto de las personas como de las mismas estructuras de la Iglesia. Se deben reconocer las estructuras caducas y buscar las nuevas formas que exigen los cambios. “La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial”58 con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera”59.
     Atención a los signos culturales: inculturación y presencia en nuevos aerópagos. 
     Hay que tener en cuenta la compleja y variada realidad de nuestro continente, como es el caso de las megápolis, los ambientes suburbanos y de las grandes periferias, como asimismo de los ambientes campesinos, mineros y marítimos, sin olvidar los hospitales, los centros de rehabilitación y las cárceles, lo mismo que las peculiaridades de las Iglesias en las diversas regiones. La misión, siendo única, deberá ser al mismo tiempo diversa. Por eso, es necesario estar atentos a los signos culturales de la época, de tal manera que las nuevas expresiones y valores se enriquezcan con las buenas noticias del Evangelio de Jesucristo, logrando, “unir más la fe con la vida y contribuyendo así a una catolicidad más plena, no solo geográfica, sino también cultural”60.
     En el contexto de la acción pastoral normal
     La realización de una misión continental debe darle dinamismo a los planes pastorales vigentes, renovando las estructuras que sean necesarias. “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos, y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe”61.
     “No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”.
     A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”62.     
     Con nuevos lenguajes: comunicación
     En la misión es necesario tener muy en cuenta la cultura actual, la cual “debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la Iglesia, con un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos. Solamente así la fe cristiana podrá aparecer como realidad pertinente y significativa de salvación. Pero, esta misma fe deberá engendrar modelos culturales alternativos para la sociedad actual”63. Esto ayudará a “comunicar los valores evangélicos de manera positiva y propositiva. Son muchos los que se dicen descontentos, no tanto con el contenido de la doctrina de la Iglesia, sino con la forma como ésta es presentada”64 y vivida.
     En la misión hay que “optimizar el uso de los medios de comunicación católicos, haciéndolos más actuantes y eficaces, sea para la comunicación de la fe, sea para el diálogo entre la Iglesia y la sociedad”65.
     Será  muy importante hacer presente el anuncio misionero en los medios de comunicación en general, así como en los espacios virtuales, cada vez más frecuentados por las nuevas generaciones. Así como en radio y televisión ya existen experiencias de programas educativos en la fe, también un portal interactivo puede ser una opción útil en el desarrollo de la misión. 
     LUGARES de COMUNION
     Las Conferencias Episcopales como espacios de comunión entre las Iglesias locales necesitan reavivar su identidad y misión, para apoyar especialmente a las Iglesias con menores recursos, motivando la generosidad y apertura.
     Cada Diócesis necesita robustecer su conciencia misionera, saliendo al encuentro de quienes aún no creen en Cristo en el ámbito de su propio territorio y responder adecuadamente a los grandes problemas de la sociedad en la cual está inserta. Pero también, con espíritu materno, está llamada a salir en búsqueda de todos los bautizados que no participan en la vida de las comunidades cristianas66.
     En la diócesis, el eje central deberá ser un proyecto orgánico de formación, aprobado por el Obispo y elaborado con los organismos diocesanos competentes, teniendo en cuenta todas las fuerzas vivas de la Iglesia particular… Se requieren, también, equipos de formación convenientemente preparados que aseguren la eficacia del proceso mismo y que acompañen a las personas con pedagogías dinámicas, activas y abiertas67.
     La parroquia ha de ser el lugar donde se asegure la iniciación cristiana y tendrá como tareas irrenunciables: iniciar en la vida cristiana a los adultos bautizados y no suficientemente evangelizados; educar en la fe a los niños bautizados en un proceso que los lleve a completar su iniciación cristiana; iniciar a los no bautizados que, habiendo escuchado el kerygma, quieren abrazar la fe. En esta tarea, el estudio y la asimilación del Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos es una referencia necesaria y un apoyo seguro68.
     Los mejores esfuerzos de las parroquias, en este inicio del tercer milenio, deben estar en la convocatoria y en la formación de laicos misioneros69.
     La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige reformular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión70.
     La renovación misionera de las parroquias se impone tanto en la evangelización de las grandes ciudades como del mundo rural de nuestro continente, que nos está exigiendo imaginación y creatividad para llegar a las multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo. Particularmente, en el mundo urbano, se plantea la creación de nuevas estructuras pastorales, puesto que muchas de ellas nacieron en otras épocas para responder a las necesidades del ámbito rural71.
     Señalamos que es preciso reanimar los procesos de formación de pequeñas comunidades en el Continente, pues en ellas tenemos una fuente segura de vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa, y a la vida laical con especial dedicación al apostolado. A través de las pequeñas comunidades, también se podría llegar a los alejados, a los indiferentes y a los que alimentan descontento o resentimientos frente a la Iglesia72.
     En la vida y la acción evangelizadora de la Iglesia, constatamos que, en el mundo moderno, debemos responder a nuevas situaciones y necesidades. La parroquia no llega a muchos ambientes en las megápolis. En este contexto, los movimientos y nuevas comunidades son un don de Dios para nuestro tiempo, acogen a muchas personas alejadas para que puedan tener una experiencia de encuentro vital con Jesucristo y, así, recuperen su identidad bautismal y su activa participación en la vida de la Iglesia. En ellos, “podemos ver la multiforme presencia y acción santificadora del Espíritu”73.
     La opción por la Misión Continental y su finalidad de impulsar la misión permanente, otorga a los organismos e institutos misioneros una responsabilidad particularmente importante para dinamizar su labor habitual y ofrecer apoyo subsidiario a los diferentes niveles eclesiales.
     Invocación final
     Ponemos este proyecto en manos de Nuestra Señora, bajo sus advocaciones de Aparecida y de Guadalupe, conscientes de que quien le abrió el camino al Evangelio en nuestro Continente será quien inspire, ayude y proteja nuestro proyecto misionero. Ella no es sólo la primera discípula y misionera del Evangelio sino aquella que, con un corazón inmensamente materno, goza más que nadie cuando su Hijo es conocido y amado, y le va traspasando a sus nuevos hijos con el “he aquí a tu hijo” característico de su Hora pascual.        

No hay comentarios:

Publicar un comentario