sábado, 11 de julio de 2009

CON ALEGRÍA RECIBIMOS LA ENCÍCLICA SOCIAL DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI «CARITAS IN VERITATE»


El Santo Padre nos recuerda algo que como diócesis hemos reflexionado en distintos momentos, y que también hemos consignado con nuestro «Plan Pastoral»: “(…) hay también una urgente necesidad moral de una renovada solidaridad”.[1]

Conforme a cómo podamos implementar su estudio en los Decanatos, la Delegación de Catequesis, la Delegación de Pastoral Social, el Grupo de Justicia y Paz, las Escuelas, Colegios, Universidades, y en las distintas asociaciones intermedias, es recomendable que pongamos todo nuestra imaginación y esfuerzo para que este mensaje, que marca un hito en la reflexión humana, social, antropológica y espiritual, llegue a la mayor cantidad posible de personas, y que se procure poner en práctica su enseñaza con todos los medios posibles, incluso los medios de comunicación, razón para lo cual comenzaremos con su presentación en las radios del Obispado y en distintos canales de TV que se encuentran en la jurisdicción de la diócesis y que han ofrecido un espacio para comentarla.

LA ENCÍCLICA

La encíclica Caritas in veritate fechada el día 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, está en continuidad con todo el cuerpo de la doctrina social anterior, especialmente del Papa Pablo VI y de Juan Pablo II. De ahí que recuerde los grandes principios del bien común, de la solidaridad, de la subsidiariedad y del desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres. Pero, a la vez, supone un avance al bordar cuestiones nuevas en la situación actual, en especial a la luz de un pensamiento que expresa en la conclusión: Benedicto XVI reclama la necesidad de Dios en la vida pública, porque “sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es”. “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano”. Sobre la idea recogida en el título del documento, ‘Caritas in veritate’, el Santo Padre explica que “se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas, también las de carácter público. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad”.

TRAZOS FUNDAMENTALES

De hecho y de derecho, sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador[2]. Benedicto XVI concluye recordando que la clave de un verdadero progreso está en el humanismo cristiano: “Por tanto, la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa. Al contrario, la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo”.

La encíclica social, tan esperada, tiene una extensión de 64 páginas en su versión española y está distribuida en seis capítulos: ‘El mensaje de la Populorum progressio’, ’El desarrollo humano en nuestro tiempo’, ’Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil’, ’Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente’, ’La colaboración de la familia humana’, y ‘El desarrollo de los pueblos y la técnica’.

En ella, nuestro Papa analiza con claridad y rigor los nuevos problemas de nuestro mundo, especialmente la crisis económica y el tema de la globalización.

En el capítulo dedicado al desarrollo humano en nuestro tiempo, el Papa invoca una nueva del humanismo cristiano frente a algunas distorsiones: una actitud financiera en buena parte especulativa; el fenómeno de las migraciones frecuentemente provocado y no gestionado adecuadamente; la explotación sin reglas de los recursos de la tierra. Trata la cuestión compleja de la globalización o interdependencia planetaria, que no es sólo un tema económico, sino también cultural, en el que los hombres deben ser protagonistas y no víctimas. En la globalización debemos actuar con criterios de caridad y verdad para construir la civilización del amor, orientada por la relacionalidad, comunión y participación.

Con aguda lógica y ágil pluma son tratados temáticamente la relación entre fraternidad, Estado y sociedad civil. Los derechos y deberes humanos: gobiernos y organismos internacionales no pueden olvidar “la objetividad e indisponibilidad de los derechos”. La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento. La importancia de la educación, la bioética y la paz de los pueblos. Frente al laicismo y al fundamentalismo, dos patologías de nuestro tiempo, el Papa defiende el valor de la religión y la contribución de los cristianos desde su fe al bien común.

La Encíclica, continuó, "profundiza la reflexión eclesial sobre cuestiones sociales de gran interés para la humanidad de nuestro siglo, teniendo en cuenta, de modo especial, lo que escribió Pablo VI en 1967 en la "Populorum progressio". la memoria del gran Pontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre el desarrollo humano integral y siguiendo la ruta que han trazado, para actualizarlas en nuestros días. Este proceso de actualización comenzó con la Encíclica Sollicitudo rei socialis, con la que el Siervo de Dios Juan Pablo II quiso conmemorar la publicación de la Populorum progressio con ocasión de su vigésimo aniversario. Hasta entonces, una conmemoración similar fue dedicada sólo a la Rerum novarum. Pasados otros veinte años más, manifiesto mi convicción de que la Populorum progressio merece ser considerada como «la Rerum novarum de la época contemporánea», que ilumina el camino de la humanidad en vías de unificación.[3]

ANTE LA CRISIS GLOBAL

El Papa manifiesta su preocupación por “la complejidad y gravedad de la situación económica actual”, pero considera que “hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor”. El desarrollo, el bienestar social, y la solución adecuada de los graves problemas socioeconómicos que afligen a la humanidad, necesitan de la verdad: “Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales”, explica el Papa.

Sobre la aportación de la Iglesia ante estos momentos difíciles, apunta que ésta “no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados”. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación.Santo Padre explicó que el documento pone de relieve que "la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. (...) Solo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano". El amor en la verdad —caritas in veritate— es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano.

Benedicto XVI subrayó que "Caritas in veritate" "no desea ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual (...), pero recuerda los grandes principios indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años, entre los que destaca, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, núcleo de todo progreso auténtico; el respeto del derecho a la libertad religiosa; (...) el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considere artífice absoluto del propio destino". La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo[4].

"Son necesarios -continuó- hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común". Refiriéndose en concreto a "las emergencias mundiales", el Papa dijo que "es urgente llamar la atención de la opinión pública sobre el drama del hambre y de la seguridad alimenticia", que "hay que afrontar con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres".

El Santo Padre señaló que "la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; de recuperar la contribución importante del principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado, donde la regla no puede ser solo el provecho. Pero esto es posible únicamente gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores y presupone una formación de las conciencias que refuerce los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos". "Es necesario -añadió- un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás". Frente a "los problemas enormes y profundos del mundo actual -dijo- es necesaria una autoridad política mundial regulada por el derecho, que respete los principios de subsidiariedad y solidaridad y se oriente firmemente a la realización del bien común, respetando las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad".

El Papa pidió a los fieles que rezaran para que "esta Encíclica ayude a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz". Asimismo invitó a rezar "por los jefes de Estado y de Gobierno del G-8, que se encuentran en estos días en L'Aquila, para que en esta importante cumbre mundial se tomen decisiones y salgan orientaciones útiles al verdadero progreso de todos los pueblos, especialmente de los más pobres".

LA ACTIVIDAD ECONÓMICA Y EL DESARROLLO

Sobre las relaciones laborales el Papa subraya la importancia del buen funcionamiento de los sindicatos y recuerda que “la falta de respeto de los derechos humanos de los trabajadores es provocada a veces por grandes empresas multinacionales y también por grupos de producción local”. Subraya que la obtención de beneficios no debe ser el fin último de la empresa: “La ganancia es útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”. “La gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia”, explica.

La Iglesia sostiene siempre que la actividad económica no debe considerarse antisocial. Por eso -recuerda el Papa-, el mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos”, afirma. Y explica que la doctrina social de la Iglesia sostiene sin embargo que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o “después” de ella.

Hace referencia también a la necesidad de reducir las profundas desigualdades: “En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora”. “Hay también una urgente necesidad moral de una renovada solidaridad, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y países altamente industrializados”. El Papa hace una llamada a que los países tecnológicamente más avanzados reduzcan su gasto energético para que se dé “una redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no tienen recursos energéticos puedan acceder a ellos”. Recuerda que “no podemos dejar la creación empobrecida en sus recursos a las nuevas generaciones”.

Pero recuerda que el desarrollo debe tener un alcance mucho más amplio que el meramente económico: “No basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres”.

EL RESPETO A LA VIDA, BASE DEL AUTÉNTICO DESARROLLO

Benedicto XVI recuerda que la apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo, ya que “la acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca”. “Uno de los aspectos más destacados del desarrollo actual es la importancia del tema del respeto a la vida, que en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos”.
Los países más desarrollados están difundiendo “una mentalidad antinatalista, que muchas veces se trata de transmitir también a otros estados como si fuera un progreso cultural”. Sin embargo, el Santo Padre desmonta el mito de la superpoblación como obstáculo para el progreso y recuerda a apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica, ya que grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la capacidad de sus habitantes: “No es correcto considerar el aumento de población como la primera causa del subdesarrollo, incluso desde el punto de vista económico: baste pensar, por un lado, en la notable disminución de la mortalidad infantil y al aumento de la edad media que se produce en los países económicamente desarrollados y, por otra, en los signos de crisis que se perciben en la sociedades en las que se constata una preocupante disminución de la natalidad”.

LA LIBERTAD RELIGIOSA

También apunta el Papa a “la negación del derecho a la libertad religiosa”, como obstáculo al desarrollo. “La violencia frena el desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor bienestar socioeconómico y espiritual”, argumenta.

LA COLABORACIÓN DE LA FAMILIA HUMANA

En el capítulo sobre ‘La colaboración de la familia humana’, para una verdadera solidaridad internacional, el Papa llama a fomentar un mayor acceso a la educación, “no sólo a la instrucción o a la formación para el trabajo, que son dos causas importantes para el desarrollo, sino a la formación completa de la persona”.

Al abordar ‘El desarrollo de los pueblos y la técnica’, recuerda que ésta “se inserta en el mandato de cultivar y custodiar la tierra”. “Cuando predomina la absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el máximo beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el científico, el resultado de sus descubrimientos. Así, bajo esa red de relaciones económicas, financieras y políticas persisten frecuentemente incomprensiones, malestar e injusticia; los flujos de conocimientos técnicos aumentan, pero en beneficio de sus propietarios“, y no de la población. El principio de subsidiaridad debe mantenerse íntimamente unido al principio de la solidaridad y viceversa, porque así como la subsidiaridad sin la solidaridad desemboca en el particularismo social, también es cierto que la solidaridad sin la subsidiaridad acabaría en el asistencialismo que humilla al necesitado.[5]

[1] BENEDICTO XVI, Enc. Caritas in veritate, 49.

[2] Cf BENEDICTO XVI, Enc. Caritas in veritate, 9.

[3]BENEDICTO XVI, Enc. Caritas in veritate, 8.

[4]BENEDICTO XVI, Enc. Caritas in veritate, 28.

[5]BENEDICTO XVI, Enc. Caritas in veritate, 58.

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