La beatificación de Ceferino Namuncurá es para nuestro pueblo argentino un gran signo de esperanza y de confianza en su caminar cotidiano; su vida nos enseña a todos a crecer en el amor, recorrer caminos de diálogo, de fraternidad y de colaboración mutua. A todos nos enseña a no sobreponer nada a la Voluntad de Dios; a amarlo sobre todas las cosas y a sacrificarnos por el bien de los demás, aún a costa de nuestra propia vida, en lo que se manifiesta «el Amor más grande».
Nuestro pueblo cristiano y todas las personas de buena voluntad han tenido la alegría de contar hoy a un hermano («peñi») nuestro, hijo de estas tierras, como nuevo Beato de la Iglesia Católica. El mismo Papa Benedicto XVI destacó este domingo, en el rezo del «Angelus», en el Vaticano, que la vida del mapuche argentino Ceferino Namuncurá, ilumina el camino hacia la santidad.
Ceferino, proclamado Beato este último domingo, en nombre del Papa Benedicto, por Su Eminencia el Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de Su Santidad, en Chimpay, localidad de la Patagonia argentina, ante una multitud muy superior a las 100.000 personas, nos hizo desbordar de alegría y esperanza. La presencia del Cardenal Bertone, Secretario de Estado del Papa, no podemos dejar de destacarlo, es una muestra más de la benevolencia y amor de la Santa Sede por la República Argentina (habían venido al país, en 1934, el Cardenal Eugenio Pacelli –luego Papa Pío XII-, para el Congreso Eucarístico Internacional, y posteriormente, para el Congreso Eucarístico Nacional, el Cardenal Agostino Casaroli, primer Secretario de Estado de Juan Pablo II-).
Como todos sabemos, y lo han hecho público todos los medios de comunicación, nuestro nuevo Beato nació, precisamente, en Chimpay, Provincia de Río Negro el 26 de agosto de 1886, hijo del célebre cacique araucano Manuel Namuncurá, llamado por su mismo pueblo el "Rey de las Pampas". Ceferino fue bautizado en 1888 por quien evangelizó esas tierras, el sacerdote misionero salesiano Padre Domingo Milanesio.
Dotado de gran inteligencia y espíritu de servicio, a los 11 años Ceferino mismo le pidió a su padre que lo llevara a Buenos Aires para estudiar y así «ser útil más tarde a su pueblo». El Cacique lo inscribió en una escuela estatal de Buenos Aires, pues quería hacer del hijo el futuro defensor de su pueblo, pero Ceferino no se encontró a gusto en aquel centro de estudios y fue su padre mismo quien lo hizo pasar al colegio salesiano "Pío IX", existente hasta hoy, gracias a la intervención de Mons. Cagliero, evangelizador también de la Patagonia y luego Cardenal. Fue aquí donde la gracia comenzó a obrar maravillosamente, iluminando su corazón y transformándolo en un testigo heroico de vida cristiana. Tal como ya también se hizo célebre, de él ya decía su madre, Rosario Burgos: “Ceferino desde pequeño pensaba como un hombre”. En el colegio «Pío IX» recibió Ceferino la primera comunión el 8 de septiembre de 1898, creció en el amor a Jesucristo y a la Santísima Virgen y se convirtió en un estudioso del catecismo, porque se había afincado en su alma el anhelo de ser sacerdote y misionero de sus paisanos de su pueblo originario de la cordillera. En Buenos Aires comenzó a tener problemas de salud y por este motivo fue enviado a la escuela agrícola salesiana de Uribelarrea, en la provincia de Buenos Aires, donde se repuso bastante, razón por lo cual luego fue trasladado a Viedma, a la casa central de las misiones de la Patagonia. Allí fue nombrado sacristán del colegio, estudió con éxito el latín y enseñaba a los niños del lugar.
Cuando Mons. Cagliero fue llamado a Roma, decide llevar a Ceferino con él, con la finalidad de completar el restablecimiento de su salud, y que continuara sus estudios en un ambiente ideal para sus propósitos. Llega a Génova el 10 de agosto de 1904. Ha sido también dado a conocer a través de distintas publicaciones que se cuenta que un día - Ceferino ya era aspirante salesiano en Viedma ─ un compañero, llamado Francesco De Salvo, viéndolo llegar a caballo como un rayo, le gritó: "¡Ceferino, ¿qué es lo que más te gusta?", esperando naturalmente que su respuesta fuera la equitación, arte en el que los Araucanos eran magistrales, pero el muchacho, frenando al caballo, dijo: "¡Ser sacerdote!", y continuó corriendo. Su presencia despertaba admiración en sus compañeros y superiores, e incluso periódicos locales hablaban del «Príncipe de las Pampas». El mismo Papa San Pío X lo recibió en audiencia privada, junto con los padres superiores de las casas salesianas, lo escuchó con interés y esperanza, y le regaló al final la medalla «ad principes», reservada a los príncipes.
Sin embargo, su salud empeoraba, pero fue precisamente en su enfermedad donde se hizo patente su virtud y su santidad de vida. Su fortaleza espiritual era tal que consolaba e infundía valor a otros enfermos.
Murió el 11 de mayo de 1905 en el Hospital «San Juan de Dios» en Roma, a la edad de 18 años y 9 meses., y sus restos fueron traídos de nuevo a éstas, sus tierras, en 1924 para descansar definitivamente en Fortín Mercedes. En 1945, en época del Papa Pío XII, se iniciaron las gestiones para obtener su beatificación. La Iglesia lo declaró «Venerable Siervo de Dios», esto es, reconoció que practicó todas las virtudes cristianas en grado heroico, el 22 de junio de 1972, por decreto del Papa Pablo VI. El decreto de beatificación fue firmado por el Santo Padre Benedicto XVI del 6 de julio de este año 2007.
Como parte del proceso de la beatificación, el lunes 29 de octubre pasado fueron exhumados sus restos para que se produjera su reconocimiento oficial, en presencia del Arzobispo de Bahía Blanca, su Obispo auxiliar, los superiores salesianos y otras personas autorizadas. Luego de abrir la actual urna funeraria, se extrajo la otra -la más antigua- que se encontraba lacrada, y se dio lectura a las actas depositadas en un tubo metálico en el interior de dicha urna. En las actas se da fe de que estos restos pertenecen a nuestro hermano en la fe, fallecido en Roma el 11 de mayo de 1905. Los restos del nuevo Beato fueron depositados en el nuevo altar, a él dedicado, que está terminándose de construir en el Santuario fortinense.
El Padre Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor de los Salesianos, nos ha dicho que Ceferino Namuncurá es un fruto de la espiritualidad juvenil salesiana: “La santidad de Ceferino es expresión y fruto de la espiritualidad juvenil salesiana (…). Éste sigue siendo nuestro compromiso de hoy, en un mundo que necesita jóvenes impulsados por un claro sentido de la vida, audaces en sus opciones y firmemente centrados en Dios mientras sirven a los demás” (Carta del padre Pascual Chávez Villanueva, SDB, rector mayor de los salesianos Con afecto, en Don Bosco Roma, 1 de noviembre de 2007). El mensaje a la juventud es, pues, muy fuerte en la beatificación de Ceferino.
Por otra parte, los Obispos argentinos, en nuestra declaración: «CEFERINO, HIJO DE DIOS Y HERMANO DE TODOS» (Dada en Pilar, el 9 de noviembre ppdo, en la 94º Asamblea Plenaria Conferencia Episcopal Argentina) hemos notado que: “La vida sencilla de Ceferino está marcada por un cotidiano vivir con un gran amor a la familia y a la tierra, con una entrega generosa y alegre a todos, con un espíritu de reconciliación y comunión, en un amor preferencial por los más sufridos”. Y al mismo tiempo vemos un modelo tanto para la gente de campo como para la gente de ciudad, para los pueblos originarios, los variados grupos religiosos, sin olvidar a quienes no tienen fe, los desalentados y abrumados: “La gente de campo encuentra en él al compañero que está con ellos en el duro trabajo de cada día, y los alienta en su lucha por preservar la tierra de todo emprendimiento irresponsable que sólo busca intereses económicos para unos pocos. La gente de la ciudad, en el ritmo acelerado que le impone la vida, encuentra en él la mano amiga que hace a Dios cercano y ayuda a descubrir al vecino como hermano. Los pueblos originarios descubren en él aquel valioso mensaje de cuidar y ofrecer los bienes de su cultura, a valorar el amor a la vida, el sentido de familia y de pertenencia a la comunidad, el amor y el cuidado a la tierra, la apertura a Dios. Los variados grupos religiosos aprenden de él a reconocer y apreciar las expresiones religiosas distintas, y recorrer caminos de diálogo y de colaboración. Los que no tienen fe, los desalentados, golpeados y abrumados, encuentran en él un signo de esperanza y de confianza en su caminar”.
Hermanos y hermanas de esta querida diócesis, y hermanos argentinos, el Beato Ceferino es un ejemplo de fe, de esperanza y de anhelo de servicio y de caridad social. Pidamos con fe su intercesión, como amigo de Dios y de todo nuestro pueblo. E invoquemos también su ayuda sobre nuestras familias, ciudades, y sobre esta diócesis de Zárate-Campana; que el Señor nos dé fortaleza, espíritu de humildad y de santa lucha, espíritu de caridad y de perseverancia en todos los emprendimientos que sean obra de Dios. No desaprovechemos esta gracia inmensa que nos ha hecho el Señor. Con la ayuda de la Santísima Virgen nuestra Madre.
Oscar D. Sarlinga
FUENTE: OBISPADO ZARATE CAMPANA
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