viernes, 22 de febrero de 2008

Mensaje de Mons. Oscar D. Sarlinga, para el tiempo de Cuaresma

lunes, 18 de febrero de 2008

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CARTA DE MONS. OSCAR SARLINGA
CON MOTIVO DEL INICIO DEL TIEMPO CUARESMAL

MIÉRCOLES de CENIZA
2008


Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, laicos y laicas, de esta porción del Pueblo de Dios que peregrina en Zárate-Campana

Los invito a remontarnos al Génesis, a nuestros orígenes. Cuando el divino "ícono" o imagen sagrada quedó como obscurecido con el pecado de nuestros primeros padres, ellos perdieron la "Justicia" (en sentido bíblico) y la inmortalidad de la que gozaban en el «jardín del Edén». En su intención creadora, Dios había "soplado en su nariz un aliento de vida" (cf. Gén 2, 7), a fin de que la dimensión material y terrena del ser humano tuviese como alma y "soplo" esa vida espiritual, que constituye lo esencial de la persona humana, hecha "a imagen y semejanza de Dios" (cf. Gén 1, 26-27). Aquí reside la base de toda esperanza y de toda visión esperanzadora sobre el ser humano.

Con el pecado original se produjo entonces, en cierto sentido una «frustración» fundamental: la conversión de ellos en "polvo" (tierra), logrando alcance y dimensión la fragilidad, la caducidad, la mortalidad. Con ese término, el texto sagrado quiere representarnos la fragilidad de la naturaleza humana a consecuencia de dicho pecado. Pero Dios no abandona a sus hijos: Jesucristo venció todo pecado, todo mal, toda muerte; Él nos ha salvado. Él nos dio su gracia, nos restableció como hijos, por el bautismo. Subsiste, sin embargo, una tendencia al mal en nosotros, que tenemos que vencer con «oración y penitencia». Ambas dos requieren de la abnegación, de la entrega generosa.

Desearía hoy, Miércoles de Ceniza, insistir en esta carta a ustedes dirigida, con mucho amor, sobre estos dos aspectos principales de este tiempo cuaresmal que iniciamos, «oración y penitencia». De ambas dos, la segunda se ha vuelto incluso un poco antipática a la mentalidad dominante, incluso en los cristianos. Y la primera no siempre es bien comprendida y estimada. Quisiera también darle a esta carta un particular sentido misional, a las puertas del comienzo del AÑO PAULINO (1) , al que nos ha convocado el Santo Padre Benedicto XVI, porque de un corazón que se convierte emergen siempre energías misionales, para la evangelización.

La Cuaresma, en cambio, hace manifiesto, como en una magnífica síntesis, todo el programa de la vida cristiana. La oración nos abre al Misterio, nos recuerda la necesidad que tenemos de Dios, de su voluntad de su generosidad y ayuda. Me refiero a esa necesidad (que sólo los «pobres de Yahveh» experimentan) que tenemos de estar unidos a Él. Para experimentar esta necesidad hay que estar abiertos a la gracia. De hecho, un corazón «cerrado a la gracia», nada quiere saber de oración, y menos todavía de penitencia; antes bien, le da fastidio, rechazo (2) . Y casi necesariamente buscará «sucedáneos».

I
LA PENITENCIA

La Iglesia ha reafirmado siempre la primacía de los valores religiosos y sobrenaturales de la penitencia, capaces incluso hoy día de devolver al ser humano el «sentido primordial» de todo. Me refiero al «sentido de Dios» y de su soberanía sobre el hombre y el mundo. La autonomía («auto-nomía» significa etimológicamente «la propia ley») es buena y querida por Dios, en tanto que surge de la libertad interior. Si por ella, en cambio, se entiende: «darse cada uno su propia ley, despreciando a Dios y a los demás», entonces se transforma en egoísmo o avasallamiento y, como dice San Gregorio Magno, debemos renunciar a ella (3), en la medida en que se vuelve«ídolo de sí misma» (4).

Al momento de la imposición de la Ceniza, recibimos del sacerdote la exhortación de «convertirnos y creer en el Evangelio», pues a cada uno de nosotros se dirige la monición: "Eres polvo y al polvo volverás" (Gén 3, 19). En el Nuevo Testamento y en la historia de la Iglesia —aunque el deber de hacer penitencia esté motivado sobre todo por la participación en los sufrimientos de Cristo—, se afirma, sin embargo, la necesidad de la «ascesis» (el sacrificio) que purifica el alma y el cuerpo, con particular insistencia para seguir el ejemplo de Cristo (5) . Este aspecto de la espiritualidad está un tanto dejado de lado. Y es muy importante en todos los sentidos, también en la «ascesis» moral, psicológica.

Aquí vemos una vez más cuánto nos enseña la Cuaresma, tiempo privilegiado, aun en estas épocas en que no falta la increencia y la indiferencia; tiempo litúrgico que nos recuerda que la vida cristiana es un «combate sin pausa», en el que se deben usar las pacíficas "armas" de la oración, el ayuno y la penitencia, como nos lo expresaba el Papa Benedicto: “Combatir contra el mal, contra cualquier forma de egoísmo y de odio, y morir a sí mismos para vivir en Dios es el itinerario ascético” (6).

II.
LAS «OBRAS DE LA CARNE» EN SAN PABLO

A poco que miremos con algo de atención en nuestro interior, y, por qué no, en el los ojos de los demás, y en el corazón de nuestras comunidades, veremos cuánto estamos necesitados de «Renovación» y «Reconciliación», ambos frutos que siguen a la penitencia. Sin embargo, ni la una ni la otra, tal como dijera una vez S.S. Pablo VI, darían efecto alguno si no se realiza en nosotros «una ruptura» (7). ¿Qué ruptura? –nos preguntaremos- ¿No hay acaso bastantes rupturas? (las hay, y no pocas escisiones, incluso, también mentales y espirituales). Me refiero a la ruptura con «las obras de la carne». No se oye hablar tanto de ellas. Estas últimas, en cambio, lejos de ser un lejano eco de la predicación de San Pablo, poseen una increíble y tangible actualidad. Y requieren del perdón.

Las «obras de la carne» (cf. Gál 5, 11-21) que menciona San Pablo no constituyen «sólo» los conocidos como «pecados carnales» (de hecho son mentados “fornicación, impureza, lascivia..., embriagueces, orgías”). El Apóstol menciona también otros pecados devastadores –y cuando digo tal, estoy seguro de no hacer una exageración literaria-, cuya dimensión «carnal» no es, ante una mirada de superficie, tan evidente: “idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, peleas, disensiones, divisiones, envidias...” (Gál 5, 20-21).

Todo el que tiene cierta experiencia de convivencia humana, y más aún, de «realidad pastoral» sabe que la alusión de San Pablo ha sido, diríamos, de un «realismo dramático» cuando se refiere a lo que se refiere. Se trata de heridas producidas por «pecados del espíritu» humano, visto éste en tanto contrapuesto al Espíritu Santo que actúa en el alma (en el espíritu) del hombre (8). Tomemos, como al paso, los dos primeros vicios de esta segunda lista (idolatría, hechicería…): ¿son lejanísimos de nuestros ambientes?. Es una pregunta. Los invito a reflexionar también sobre el resto del listado paulino, en especial en lo que concierne a nuestras vidas y nuestros ambientes comunitarios: odios, discordias, celos, iras, peleas, disensiones, divisiones, envidias.

Cuaresma tiene que ser para nosotros un tiempo en que tomemos conciencia de algo fundamental: no tenemos derecho a darle vía «sobre rieles aceitados» (no pocas veces por inconciencia, o imprudencia) a la obra del espíritu del Maligno, el cual, según la Escritura, desea abatir la fe, para que los fieles descrean de Jesucristo (Cf 2 Co 4.4), para que adhieran a dañosas doctrinas (Cf 1 Tm 4.3), procurando que el evangelio sea vituperado (Cf 2 Pe 2.2), para que en las comunidades cristianas haya divisiones, contiendas, malos entendidos, rivalidad, envidias (Cf, además de la carta a los Gálatas, Stg 3.13 y ss), y en el fondo, para que los fieles no guardemos la Palabra de Dios en el corazón (Cf Mc 4.15), al revés de como lo hizo, por excelencia, María, la Mujer creyente. Sin embargo, ese espíritu del mal no tiene sobre nosotros ningún poder, si guardamos en el corazón la Palabra y recibimos a Jesús, principalmente en la Eucaristía, pues «todo es posible para el que cree». El Amor vence todo; en esto se pone en juego la herencia misma del Reino (9) que el Señor nos ha prometido.

III.
EL SEGUIMIENTO EN LA CRUZ MADURADO

El seguimiento de Cristo se madura en la Cruz. Si la rechazamos, rechazamos el camino del Señor. Dice Cristo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda la vida por mí, la salvará. De qué sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su vida?» (Mt. 16, 24-26)

Tomar la cruz. En ello tiene mucho que ver la penitencia, ejercitada con la fidelidad perseverante a los deberes del propio estado, con la aceptación de las dificultades procedentes del trabajo propio y de la convivencia humana (a veces difícil, y oportunidad más que rica para ejercer juntas todas las obras de misericordia espirituales), con el paciente sufrimiento de las pruebas de la vida terrena y de la consiguiente inseguridad que la invade(10) .

Todos los miembros de la Iglesia, en tanto sufrientes, somos llamados a unir nuestros dolores al sufrimiento de Cristo, para ofrecer por nosotros mismos y por nuestros hermanos, la bienaventuranza que se promete en el Evangelio a quienes sufren ¨(11): hacerlo es morir en cierto sentido, como el grano de trigo que cae en tierra y muere y que produce fruto (Cf Jn. 12, 24-26).

De lo dicho, sin embargo, nada hay de común entre la penitencia cristiana y el masoquismo, o el obsesivo y estéril sufrimiento por el sufrimiento mismo (y menos todavía con quien padece el sentimiento sufriente y que, por venganza o complejo, hace sufrir a propósito a los demás). Al contrario, el cristianismo es una invitación constante a la alegría y al goce de todas las cosas buenas y los buenos valores del mundo, que el Señor ha creado y redimido. Al mismo tiempo, y más que una invitación, el cristianismo es deber de poner todas las fuerzas para nuestra vida en este tiempo, pues la mortificación y la penitencia no se traducen en psicológicas formas de debilidad o de complejos de inferioridad (12), sino que surgen de la gracia y de la colaboración del esfuerzo de la voluntad humana. En ese sentido, manifiestan formas de particular fortaleza, dos de cuyos íconos vivientes fueron María Santísima, la Virgen, y el Apóstol Juan, junto a la Cruz de Jesús.

Así, el secreto del cristianismo es el Amor salvador de Dios, y por consiguiente de Cristo, el Cual, «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal. 2, 20). Ésta es la religión fundada por Jesucristo: una religión surgida de la Bondad infinita de Dios, hasta la inmolación en la Cruz. Así, Cristo es para nosotros, como en el pensamiento del Padre, el punto focal del universo, en Él todo se centra y se restaura (Cfr. Ef. 1, 10) .(13)

IV
AMOR SALVÍFICO PARA LA MISIÓN A EMPRENDER

La Cuaresma es un tiempo fuerte del Espíritu, en el que Éste acompaña y estimula a la Iglesia a evangelizar en la unidad, construyendo la unidad en la verdad. Es por ese motivo que Pentecostés tuvo lugar cuando los discípulos "estaban todos reunidos en un mismo lugar" (Hech 2,1), cuando "todos ellos perseveraban en la oración" (Hech 1,14), junto a María, la Madre de Jesús..

Esta Cuaresma es ocasión también para nosotros en preguntarnos si mantenemos vivos el espíritu de Pentecostés, que nos envió a "evangelizar en el Espíritu Santo", lo cual, sintéticamente, significa «evangelizar con la fuerza, con la novedad y en la unidad del Santo Espíritu de Dios»(14) . Su fuerza es más necesaria que nunca para el cristiano de nuestro tiempo, a quien se le pide que dé testimonio de su fe, esperanza y caridad (también la «caridad social» en su dimensión de solidaridad), en un ambiente exterior tantas veces todavía favorable, a menudo indiferente, algunas veces incluso hostil, y marcado no poco –más bien bastante- por el relativismo y el secularismo.

Esta visión no nos tiene que hacer perder esperanza, sino todo lo contrario. Nos debe dar fuerzas para la «nueva evangelización», con un amor a la Iglesia como Cristo la amó hasta el fin, al punto que San Agustín pudo decir: "Poseemos el Espiritu Santo, si amamos a la Iglesia" (15). ¿Qué Iglesia?. ¿La que está en nuestra imaginación, quizá febril?. No. Amamos a LA Iglesia, la real, la comunidad de los que han "nacido de lo alto", "de agua y Espíritu", como dice el evangelio de san Juan (Jn 3,3; 3,5). Porque la adhesión de la fe a este don de vivir en la Iglesia y desde ella evangelizar, es suscitada por la gracia, no por otra cosa. Pues -como lo manifestara San Ireneo de Lyon, Obispo y teólogo- entre el Espíritu Santo y la Iglesia existe un vínculo único e indisoluble: "Donde esta la Iglesia, ahí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu del Señor, ahí está la Iglesia y toda gracia"(16) .

Nuestro Papa nos ha convocado al Año Jubilar de San Pablo, y con esa oportunidad nos decía: “(…) como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo; por él sufrió y murió. ¡Qué actual es su ejemplo! (17). Hoy Cristo necesita de todos nosotros, también de nuestro sacrificio. ¿Recibiremos, perdonados, humildes, alegres, su amoroso llamado?.

Pido al Señor para todos ustedes, en especial para quienes más sufren, para los que han perdido la fe y la esperanza, para los que se encomiendan a las oraciones de la Iglesia, Paz y Bendición, y todas las gracias que necesitan, en esta Cuaresma que nos prepara a la Gloriosa Resurrección de Jesucristo en nuestros corazones, con la intercesión piadosa de la Virgen Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Estrella de la Evangelización.


+Oscar Sarlinga

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1. Como todos sabemos, el Papa Benedicto XVI ha anunciado oficialmente que al apóstol San Pablo dedicaremos un año jubilar especial, desde el 28 de junio de este año de 2008 al 29 de junio del próximo 2009, con ocasión del bimilenario del nacimiento del Apóstol de las Gentes, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C.

2 No es el momento aquí de abundar en esto, pero invito a relacionar este «rechazo» por la oración y la penitencia con el pecado capital de la llamada «pereza» (término que hoy día no nos dice mucho), que es el pecado de la «acedia», y que consiste en el profundo disgusto por las cosas de Dios, por la oración en especial.

3 Cf SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 32 in Ev., en: PL 76, 1232.

4 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, nn. 10 y 41.

5 Respecto a la ascesis y a la penitencia; cf. Mt 17, 20; 5, 29-30; 11, 21-243, 4; 11, 7-11 (Cristo elogia a Juan Bautista); 4, 2; Mc 1, 13; Lc 4, 1-2 (Cristo ayuna). En el testimonio y en la doctrina de san Pablo, véase: 1Co 9, 24-27; Ga 5, 16; 2Co 6,5; 11, 27; 3) En la primitiva Iglesia: Hch 13, 3; 14, 22. Los Santos Padres de la Iglesia se refirieron continuamente a la penitencia, como constatamos en la antiquísima Didaché, 1, 4: F. X. Funk, I, p. 2; S, y en los Padres: Cf. CLEMENTE ROMANO, I Corinthios, 7, 4-8, 5: F. X. Funk, I, pp. 108-110; II Clementis, 16, 4: F. X. Funk, II, p.204; ORÍGENES, Homiliae in Leviticum, homilía 10, 2: PG 12, 528; SAN ATANASIO, De virginitate, 6: PG 28, 257; 7 8: PG 28, 260, 261; SAN BASILIO, Homiliae, homilía 2, 5: PG 31, 192; 8. SAN AMBROSIO De virginibus, 3, 2, 5: PL 16, 221; De Elia et Ieiunio, 2, 2; 3, 4; 8, 22; 10, 33: PL, 698, 708; SAN JERÓNIMO, Epístola 22, 17: PL 22, 404; Epístola 130,10: PL 22, 1115; SAN AGUSTÍN, Sermo 208, 2: PL 38, 1045; Epístola 211, 8 PL 33, 960; SAN LEÓN MAGNO, Sermo 12, 4: PL 57, 171; Sermo 86, 1: PL 54, 437-438.

6 BENEDICTO XVI, Homilía de S.S. Benedicto XVI, Miércoles de Ceniza: “Las armas del cristiano: oración, ayuno y penitencia”, Ciudad del Vaticano, 1ro de marzo de 2006.

7 Cf PABLO VI, Alocución del 9 de mayo 1973, Ciudad del Vaticano.

8 Cf SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Theol., I-IIae, q. 70.

9 Cf Gal, 5,19-21; Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5.

10 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, nn. 34, 36 y 41; Id., Const. past. Gaudium et spes, n. 4.

11 Cf. Id. Const. dogm. Lumen gentium, 41.

12 Id. Const. past. Gaudium et Spes, 4.

13 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Theol. III, 1, 1.

14 El Evangelio nos dice que los oyentes se asombraban de Jesús, porque "les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mc 1,22). De hecho, la palabra de Jesús es «preformativa»: expulsa a los demonios, aplaca las tempestades, cura a los enfermos, perdona a los pecadores y resucita a los muertos.

15 SAN AGUSTÍN, In Io 32,8

16 SAN IRENEO DE LYON, Adv. haer., III, 24, 1.

17 BENEDICTO XVI, Anuncio papal del Año de san Pablo, Homilía en las vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, Ciudad del Vaticano, lunes, 23 de julio 2007.

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