sábado, 11 de abril de 2009

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR EN LA IGLESIA CATEDRAL DE SANTA FLORENTINA

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En la tarde del Viernes Santo se celebró la Pasión del Señor en la iglesia catedral de Santa Florentina, presidida por el Sr. Obispo, Mons. Oscar Sarlinga, quien se hallaba acompañado por el cura párroco, Pbro. Hugo Lovatto, por Mons. Marcelo Monteagudo, Mons. Nestor Villa, el Pbro. Mauricio Aracena y el Pbro. Lucas Martínez, brindaron el sacramento de la reconciliación a los fieles desde la mañana.
Este día comenzó también con la meditación de la Pasión del Señor, en el retiro “Pascua Joven”, dado por el Pbro. Mauricio Aracena junto con el Grupo Juvenil de la parroquia de Santa Florentina.
La homilía del Sr. Obispo es reproducida a continuación en esta página.

A las 21 comenzó la VIA CRUCIS INTERPARROQUIAL, tradicional en la ciudad de Campana, que partió desde la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Carmen, de los Padres Rogacionistas. Participaron del camino de la Cruz el Sr. Obispo, los sacerdotes de la ciudad y numerosos fieles, que formaron una gran columna humana a lo largo de las dos avenidas designadas, confluyendo en el atrio de la iglesia catedral, donde Mons. Oscar Sarlinga dijo algunas palabras alusivas e impartió la bendición a los presentes.

Es digno de notar que, por pedido expreso del Sr. Obispo, al pasar la procesión por el templo evangélico situado en la misma cuadra del edificio del Obispado, se detuvo el caminar para saludar fraternamente a miembros de la comunidad de hermanos separados, representados por algunos miembros del consejo de «ancianos», puesto que no se hallaba presente el pastor, el cual dejó sus mejores saludos. El Sr. Obispo, acompañado del Pbro. Dr. Nestor Villa, moderador de la comisión de Ecumenismo y diálogo interreligioso, expresó sentimientos de unidad en la Pasión de Jesucristo y bendiciones para los miembros de esa comunidad y sus familias.

Asimismo, también se realizó un Via Crucis Interparroquial en la ciudad de Zárate, con gran cantidad de fieles participando. El mismo partió de las distintas parroquias de la ciudad y culminó en el club náutico Arsenal.

HOMILÍA DEL SR. OBISPO EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

VIERNES SANTO
Iglesia catedral de Santa Florentina (Campana)
10 de abril de 2009

I
ESTE ES EL ÁRBOL DE LA CRUZ, DONDE ESTUVO SUSPENDIDA LA SALVACIÓN DEL MUNDO

Queridos hermanos; éste es el día de la «adoración» de la Cruz, porque ha sido el instrumento de nuestra salvación, la que nos trajo Jesucristo, el Hijo de Dios. Toda la celebración está centrada sobre la Cruz, siguiendo al predicador del Papa, podemos decir que asumió: «una dimensión cósmica». En efecto, dijo hoy el P. Raniero Cantalamessa, en la celebración del Vaticano, presidida por S.S. Benedicto XVI: “A los ojos de Pablo la cruz asume una dimensión cósmica. Por ella Cristo ha abatido el muro de separación, ha reconciliado a los hombres con Dios y entre sí, destruyendo la enemistad (Cf. Ef. 2,14-16)”(1). Por ese motivo, explicó después, la primitiva tradición consideró la imagen del «árbol cósmico de la cruz», cuyo brazo vertical une el cielo y la tierra, y cuyo brazo horizontal reconcilia entre sí a los diversos pueblos del mundo, abatiendo todo murtro de separación, puesto que por cada uno de nosotros el Señor murió, porque por su Amor se entregó plenamente, como lo refiere San Pablo: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20).

En la Cruz, toda Justicia, toda Misericordia, ha sido cumplida, según la palabra de Jesús «todo está cumplido». Si bien es verdad que para tantos hermanos nuestros el tema religioso no cuenta, o bien cuenta de modo sólo superficial o utilitarístico, y que también muchos viven «como si Dios no existiera», es verdad también que son tantos, tantísimos, quienes saben que el ser humano no puede suplantar a su Creador, y que tanto fue el Amor de Dios que para restaurar al género humano en su dignidad original no dudó en entregarnos a su propio Hijo. Ese don de la fe no ha de quedar en un ámbito intimista, sino que debe ser causa de bendición para otros, en una irradiación amorosa, que tienda a hacer reinar la civilización del Amor y de la paz.

De hecho, desde cuando Jesús dijo: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, permanece más vivo que nunca, en y desde el Espíritu Santo, el mandato del Señor en la Última Cena, el de amarnos los unos a los otros como Jesús nos ha amado, y esto por grandes que sean las dificultades de la hora presente, por grandes que puedan aparecer el indiferentismo, la fragmentación y aún oposición de opciones religiosas, o el laicismo extremo, empeñado en confinar la religión, y en especial el cristianismo, al puro ámbito del privatismo, para que no posea ninguna incidencia en plasmar la sociedad humana con valores trascendentes, plenificantes.

II

«DIOS MÍO, DIOS MÍO, POR QUÉ ME HAS ABANDONADO»

Nada hay más terrible que el sentirse abandonado por completo. Es la noche obscura. Jesús mismo, con su mente y sus labios humanos, pronunció esa palabra, dirigida al Padre: «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado». En nuestro mundo de hoy también la voz de Cristo en la Cruz se hace eco en el dolor de los abandonados (también de los abandonados por sus familias), en el grito silencioso de los inocentes, en aquéllos a quienes injustamente se les inflige dolor y tortura, en los secuestrados que viven noches interminables, en los hacinados o en aquellos que huyen de las guerras y de las hambrunas, en las víctimas del terrorismo, en los afectados por desastres naturales, en los contagiados por calamitosos virus, y en tantos otros cuya mención haría interminable el listado de quienes sufren la injusticia y miseria de los marginados de hoy. Nuestro mundo no es todo así, sería una visión pesimista. Pero hay mucho de ello. Sería la ocasión esta celebración para que meditáramos hasta qué punto nos duele a nosotros estar abandonados, si alguna vez hemos tenido esa experiencia, y cuánto hacemos, dentro de nuestras reales posibilidades, para que otros no sufran de ese modo. Empezando por lo primero que podemos hacer, que es orar por ellos. Y obrar en todo lo que podamos.

En este Año Paulino Universal, miremos el camino del Apóstol Pablo: Él recibió la visión magnífica de Jesucristo Resucitado, que lo llamó a ser Apóstol de los paganos. Él, tuvo el convencimiento del valor inmenso de la Cruz, pues con su muerte, Cristo no sólo ha denunciado y vencido el pecado, sino que nos ha dado un «sentido nuevo y primordial» de todo, con lo cual ha dado también un sentido nuevo al sufrimiento humano, un sentido redentor, el cual, como bien sabemos, no es meramente pasivo ni significa una pura resignación por la resignación misma.

Es difícil dar espacio en nuestra conciencia a esta meditación, si nuestro interior está lleno de ruido, de apuro y de ansiedades, sin que sea menor el que a veces está invadido por transtornos de ansiedad. Para recibir el misterio de la Cruz necesitamos de un silencio espiritual, un «callar para que hable el Señor», un escuchar a Dios, incluso aunque de momento no comprendamos qué quiere decirnos, o incluso que no comprendamos su propio «silencio». Más aún, el cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, porque en algunas ocasiones hay que dejar que hable sólo el Amor, el verdadero, el que nos hará siempre testigos creíbles de Cristo.

III

APRENDER A RECIBIR EL VALOR DEL SACRIFICIO DE CRISTO

{mosimage}Una última palabra en esta meditación sobre la Cruz. De nada nos serviría el participar de las celebraciones si no aprendemos cada día más a valorar el por qué del sacrificio de Cristo. No hay mejor forma de hacerlo que de rodillas, no necesariamente en sentido material, sino pidiendo siempre el don de la humildad, que es lo que significa el corazón y el cuerpo arrodillados ante Aquel Dios del Universo. Si nos arrodillamos ante alguien es por respeto, por agradecimiento, nunca por ser meramente genuflexos. Ante Jesucristo, debe surgir en nosotros el sentimiento del infinito agradecimiento, la adoración y la gloria dada a Él, porque el misterio de la Cruz es gloria y honor del cristiano, el preanuncio jubiloso de la Gloria de la Resurrección, de la que Él nos participó, precisamente, por medio de su Cruz. San Pablo fue muy consciente de esta gratitud debida, cuando exclama lleno de fe: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!”(Ga 6,14).

Arrodillados por agradecimiento, porque sus heridas nos han curado, su muerte nos ha devuelto la vida, su angustia en el abandono nos ha restituido para siempre la esperanza, no importa cuántas sean las dificultades u obscuridades que la vida nos depare. Este agradecimiento llena nuestra mente y nuestros ojos de luz, y nos dará vista de águila para poder dedicarnos a obras de Amor, Justicia, Paz y Misericordia, en un ambiente tan complejo como éste, en el que nos toca vivir, porque nada escapa a la vista de Dios, el Altísimo que todo lo ve.

Con esta actitud del cuerpo y del alma, estaremos en las mejores condiciones para entrar en el misterio del Viernes Santo, y para la Via Crucis que seguirá a esta celebración. Pero estaremos sobre todo dispuestos a los sacrificios que en la vida nos corresponda ofrecer, porque “(…) el camino que propone Cristo es estrecho, exige sacrificio y la entrega total de sí: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8, 34)”(2) .

Casi paradójicamente, una alegría infinita hara morada en nuestra alma, y nunca nos abandonará la Luz de Aquél que dio su vida por nosotros.

Que nos abra el corazón la intercesión piadosa de la Virgen Madre de Dios y Madre de la Iglesia, venerada hoy como la Mater Dolorosa, Madre de Dolores, a quien una espada le atravesó el corazón.


1.CANTALAMESSA, R., ofmcap., Predicación del Viernes Santo 2009 en la Basílica de San Pedro, “HASTA LA MUERTE, Y MUERTE DE CRUZ”, Ciudad del Vaticano, viernes, 10 de abril de 2009. Es la predicacion que pronunció el padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., predicador de la Casa Pontificia, durante la celebración de la Pasión del Señor, presidida por Benedicto XVI, el Viernes Santo de 2009 , en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
2.JUAN PABLO II, Audiencia general del miércoles 6 de septiembre 2000, Ciudad del Vaticano, n. 2.

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